Gabriel Peluffo, líder y cantante de la banda de rock Buitres tenía claro desde su niñez que estar en el escenario iba a ser su destino, sin importar el formato. La vida le planteó una oportunidad con 17 años y él no la dejó pasar. Luego de un año sabático desde los estudios, pero repleto de música con Los Estómagos, comenzó la carrera de Medicina. Especializado en la pediatría, el líder y cantante de la banda Buitres desde hace 30 años, lleva a la par las dos profesiones, la de cantar y estar en un escenario, algo que le apasionaba desde chico, y la de la medicina que conoció por el deseo familiar de estudiar una carrera.
—¿Cómo fue eso de chico dejar a los amigos del barrio para mudarte a otro lado y comenzar a estudiar en un liceo privado?
—Fueron dos períodos marcadamente diferentes en mi vida. Empecé la escuela en Villa Dolores, la calle 14 de Julio, que era muy particular y sigue siéndolo, pero en aquella época era otro Montevideo. Vivir en la calle todo el tiempo, ir a jugar al fútbol a Feliciano Rodríguez y Ríos, donde está la cancha todavía… tener esa vida fue algo maravilloso… el [Club Atlético] Bohemios, el carnaval, el [Club Atlético] 25 de Agosto. La verdad es que fue fantástico, fue muy feliz, pese a todo el contexto que había que fue un desastre porque era la década del ’70, pero bueno, los niños a veces pasan un poco desapercibidos sobre la situación, sabiendo que hay un contexto embromado o percibiendo cosas en tus padres. Después nos fuimos del barrio, estaba en el liceo y fue un choque: volvía otra vez a un apartamento en un barrio que era una zona un poco comercial, no había mucho contacto; bajaba a jugar al fútbol a veces con la gente del barrio, pero era un ambiente más hostil, no estaba bueno el lugar, no me gustó. Fue muy diferente ir a una escuela pública y a un liceo privado, era también un choque con respecto al tipo de gente que conocía.
—¿Cómo fue crecer en dictadura? ¿Te acercó un poco más a tu hermano Guillermo y esa diferencia de años se achicó producto del contexto?
—Sí, por algunas circunstancias familiares sí. Yo soy bastante mayor que mi hermano, le llevo casi cinco años y en determinado momento me pareció como que tenía que cuidarlo un poco. Obviamente como todo hermano mayor no lo trataba bien, hasta que en determinado momento, cuando uno toma conciencia no solamente lo empecé a tratar mejor, sino que me sentí responsable de cuidarlo muchas veces. Empezamos a tener algunas cuestiones en común, y era raro porque yo tenía 16 o 17 años y él 12 o 13. Hay una diferencia grande y, sin embargo, sobre todo cuando arranqué con Los Estómagos, empezamos a estar muy en contacto con la parte de la música y las salidas que él podía hacer, porque tampoco era que pudiera salir, un menor de 15 años en esa época mucho no podía salir.
—¿Cómo fue el comienzo de Los Estómagos, con 17 años?
—Conocí a [Gustavo] Parodien en [el balneario de Canelones] Costa Azul, era de una barra de gente mayor a la mía, él tocaba la guitarra y cantábamos canciones, yo imitaba a Sandro y a él le gustaba. Un verano apareció que estaba armando una banda y me preguntó si me quería probar y ahí fui. A mí me encantó cantar toda la vida, o sea toda la vida me gustó el espectáculo y el escenario, yo estaba predestinado a subirme un escenario sea bajo el formato que fuese, no importa si iba a ser cantante, actor de teatro, o iba a salir en carnaval; yo iba a subirme al escenario, lo tenía muy claro y esa fue la oportunidad en la que me transformé en cantante. Estómagos tenía un perfil un poco particular también porque era una banda punk y teníamos que decir cosas con las letras. Al principio no componía en Los Estómagos, me gustaba más interpretar, pero mis compañeros me exigieron un poco la parte compositiva pese a que yo no puedo tocar instrumentos porque tengo un problema de coordinación motora, pero se puede componer igual sin instrumento, y empecé a componer.
—Recién decías que ya sabías que de alguna u otra forma te ibas a subir un escenario, ¿no estabas convencido de la misma forma con la medicina?
—Es un mandato familiar de que había que estudiar, llegar a la universidad y hacer algo. La verdad es que yo no tenía muchas ganas, me metí en la medicina medio para que mis padres se quedaran tranquilos. Me tomé un año sabático, lo que para mis padres fue un desastre, no lo toleraron, no lo podían superar. Al principio me sentí un poco culpable por mis padres, pero después lo disfruté mucho.
Es un mandato familiar de que había que estudiar, llegar a la universidad y hacer algo. La verdad es que yo no tenía muchas ganas, me metí en la medicina medio para que mis padres se quedaran tranquilos.
Gabriel Peluffo
—¿Sos de tener siempre objetivos por cumplir?
—No puedo estar sin hacer nada, entonces hago 8.000 cosas al mismo tiempo. Después eso, lamentablemente, estuvo en mi vida, ocupé muy mal el tiempo porque trabajé muchísimo… también las circunstancias lo ameritan porque vinieron los hijos, había crisis económica, había que laburar un montón, pero viéndolo en retrospectiva, no sé si fue una buena elección. Pasé muchas noches en una cama de hospital haciendo guardia, casi todos los domingos durante diez años y no sé si estuvo tan bueno, no me siento tan orgulloso por eso.
—¿Cómo surge esa especialidad en la pediatría?
—Quería romper la tradición familiar porque está lleno de pediatras: mi abuelo Euclides, mi padre Leopoldo, mi tía Ivonne, grandes pediatras, profesores y referencias de la medicina nacional. Quería romper con eso y empecé el internado en el Pereira Rossell, por el servicio de recién nacidos. Me apasionó ni bien entré.
—¿Tomaste la decisión de ser docente para cumplir un ciclo?
—Tal cual. Había una cuestión también en el hospital, generé un vínculo con una clase social que no era la mía pero con la cual me sentí muy cómodo siempre, y todavía me siento muy cómodo. Me siento bien con personas de clase social baja, creo que hay una serie de valores que las otras clases sociales no los tienen, que están en el sentido común, en la crianza y que me parecen fantásticos. La forma de hacer docencia también surgió como algo vocacional y lo desarrollé como otra de mis vocaciones. Quedé vinculado al hospital Pereira Rossell y a la docencia. Ahí surgió el gusto por la pediatría interna, ahí me metí en algo que es diferente, te encontrás con problemas y los tenés que resolver. Actualmente me considero más un internista pediatra que resuelve situaciones complicadas, complejas y que tiene la capacidad de poder aunar, saber qué personas traer al equipo para solucionar la situación.
Me siento bien con personas de clase social baja, creo que hay una serie de valores
que las otras clases sociales no los tienen
Gabriel Peluffo
—¿Cómo se dio el fin de Los Estómagos y el comienzo de Buitres?
—En toda la efervescencia que trajo la democracia y la explosión de las bandas de rock, con aquellas que en realidad no éramos un movimiento, pero surgimos todos más o menos en forma paralela a Los Tontos, Los Traidores y un montón de bandas más, La Tabaré, El Cuarteto. Después de tres meses separados, Pepe [José Rambao] me llamó para tratar de hacer una especie de reconciliación entre Gustavo [Parodi] y yo, tampoco había habido nada tan importante, habíamos tenido alguna discusiones, pero no habían sido tan poco tan graves y me uní a lo que fue Buitres. El compromiso era no tener compromiso, tratar de divertirnos, sacarnos un poco el peso de Los Estómagos de encima. Empezamos tocando varios covers de la década del ‘50 que le gustaban a ellos para que el show fuera más liviano, pero eso duró poco. Nos pusimos a componer y a querer grabar un disco y empezó Buitres, prácticamente con un público nuevo porque el público de Estómagos nos rechazó, nos dio la espalda. Nos vino muy bien porque empezamos con gente completamente nueva y la música era buena, tuvimos algunos temas que ya los pasaban por la radio sin que nadie los pidiera, la gente los empezó a pedir y se empezó a generar una movida más con gente común y corriente, chiquilines más jóvenes que nosotros y eso no paró.
Nos pusimos a componer y a querer grabar un disco y empezó Buitres, prácticamente con un público nuevo porque el público de Estómagos nos rechazó, nos dio la espalda. Nos vino muy bien porque empezamos con gente completamente nueva y la música era buena
Gabriel Peluffo
—¿Qué incidencia le adjudicás al Pilsen Rock dentro del rock uruguayo?
—Nosotros estamos entrando en la quinta década, tenés vaivenes, pasamos por muchas idas y venidas. Obviamente nadie se va a acordar, pero nosotros cuando sacamos el disco Maraviya, en el año 1993, empezamos una gira que no terminó: duró tres años. Después del ‘93, vino Deliciosas Criaturas Perfumadas, o sea que grabamos dos discos que vendieron más de 25.000 unidades y estuvimos girando por Uruguay tres años. Por año, hacíamos tres o cuatro Factoría, tres o cuatro del Garaje de Pando, tres o cuatro Ferrocarril, de las Piedras, eso era en la zona y después tocamos en todo el país. Vendíamos mil entradas en Salto o en Artigas, fuimos una banda que giró. Nos fue realmente muy bien, la gira por el interior todos los años era cada vez en mejores condiciones. El Pilsen Rock nos llega a nosotros en un momento en el que estábamos volviendo, intentando recuperar todo eso que habíamos dejado en la década del ‘90. Nosotros fuimos una de las bandas que apoyamos al Pilsen, porque el primer Pilsen no tuvo el apoyo de todas las bandas. Fue una iniciativa muy jugada de Claudio Picerno, con la empresa de cerveza y la Intendencia de Durazno, no todo el mundo la acompañó. La acompañamos el trío que andamos juntos siempre que era Trotsky, Hereford y Buitres, también No Te Va Gustar y algún artista más.
A nosotros nos vino al pelo porque justamente en ese show nos dimos cuenta de lo que éramos.
—¿Cómo fue pararse delante de más de 100.000 personas?
—Es muy complejo, son las experiencias más impresionantes como artista de subirte y ver todo eso ahí, cuando cantan las canciones son cosas muy fuertes.
—¿El show más importante para vos fue ese Pilsen Rock que fueron casi 150.000 personas?
—Sí, yo creo que fue. Si bien todos los shows son diferentes, los shows del Pilsen son inigualables, es muy difícil pararte delante de 100.000 personas. Habíamos estado en el Pilsen de Paraguay con 40.000 personas más o menos también y ahí estaba difícil porque no conocían una sola canción.
—¿Qué significa Buitres en tu vida?
—Es el lugar donde estoy, me siento completamente libre, estoy con mis compañeros, puedo discutir sin que nadie salga herido. Es el ámbito creativo, el ámbito de proyectos es la libertad total, no tenemos presión de nada, no hay nadie que nos esté diciendo qué es lo que tenemos que hacer, qué tenemos que tocar, cuándo tenemos que grabar, dónde tenemos que tocar. Es todo simple ahí, es complejo muy complejo, pero muy simple.
—¿Cómo conviven tus hijos con que su padre sea una figura pública, por ejemplo salir a cenar y que se acerquen a pedirte una foto?
—A mí nunca me gustó mucho, yo soy medio tímido y por tímido a veces paso por medio antipático, pero con el tiempo yo lo asimilé bastante. Siempre me costó porque no quería que nadie me molestara si estaba con mis hijos. Es muy difícil porque estás en un lugar público, la gente viene. Lo bueno es que están conmigo, vienen bastante a los shows ahora. Siempre iban, porque los llevé a casi todos los que podía, menos a los que eran de madrugada, pero a festivales o shows grandes, en general los llevé siempre.
—¿Alguno tuvo la herencia de esa pasión por la música?
—Juan toca la guitarra, ahora quiere volver a tocar y me parece que quiere armar algo. Tocó el otro día con Buitres un tema y la verdad es que me sorprendió que tocara tan bien. Catalina siempre me fascinó cómo cantaba, pero no quiere que eso se sepa. Pero Juan aparentemente tampoco quería tener banda con amigos como un hobby de música, pero ahora parece que quiere armar algo.
—¿Estetoscopio o micrófono?
—Me gusta más cantar. No sé. A mí me gusta muchísimo el escenario, me gusta componer y me gusta cantarlo. Reconozco que arriba del escenario disfruto y que pasan cosas cuando me subo, me puedo subir en cualquier lado del mundo y sé que va a pasar algo. Me he subido en lugares donde no tienen la más pálida idea, y sin embargo pasan cosas. Es una capacidad que uno tiene, que obviamente no salió de un día para el otro, sino que se fue generando, pero ahora soy como un bicho arriba del escenario, sé bien cada rincón, lo conozco. La medicina me da algunas satisfacciones: me gusta ayudar gente, siento mucha satisfacción ayudando. Y también disfruto de otras cosas que no considero que sean un hobby. Soy un lector, me gusta leer. No veo como que sea un hobby nada de lo que te estoy diciendo, sino que son cosas que me gustan, que me hacen pensar, que me hacen disfrutar.
—¿Cómo es componer una canción?
—Hay algunas cosas que las podríamos plantear en el terreno teórico y mágico. No son mágicas, pero con la teoría de cómo funciona el cerebro, parecería que de verdad es así. Yo creo que para componer tenés que estar predispuesto, en cierta forma. Tenés que tener una disposición espiritual intelectual y física para componer. No podés no dedicarle el tiempo, tiene que tener tiempo y espacio. No tenés que tener experiencias con drogas ni nada por el estilo o emborracharte todos los días, esas cosas no son necesarias, nada de eso. Estoy despejando todo para explicarte cuál es el que yo considero el camino. A mí me parece que la composición está muy vinculada a lo que uno vive, la vivencia, y a la experiencia vital. En eso, podés tener cuestiones que te suceden y te afectan, o tener la suficiente sensibilidad para ver qué le está pasando a otras personas que te vas cruzando, qué están pensando, qué están sintiendo. Eso es un poco la raíz, las experiencias vitales son fundamentales para componer. Yo también tengo otra fuente importante que es el cine y la literatura. Puedo ver una película de los años ‘40 o ‘70, o volver a ver una película que vi hace años y eso me genera algo. Puedo estar leyendo un libro y quedarme colgado con una frase, y esa frase me dispara algo en la cabeza que me lleva a su lugar, entonces yo tengo que estar predispuesto a eso. Después está la eterna discusión de si la música dice algo o no dice nada. Yo en general compongo en función de mis compañeros, cuando presentan un tema, la combinación de notas, con la secuencia, con un arreglo. Tengo el cerebro entrenado para que funcione si estoy haciendo otra actividad. Funciona cuando dormís. Yo estoy muchas horas trabajando en una letra con una melodía que no puedo resolver. Antes me desesperaba, ahora me quedo retranquilo. Muchas veces, me voy a dormir y al otro día el cerebro ya la resolvió, o sea, siguió trabajando y resolvió las palabras, los sentidos, las cosas.
Yo creo que para componer tenés que estar predispuesto, en cierta forma. Tenés que tener una disposición espiritual intelectual y física para componer. No podés no dedicarle el tiempo, tiene que tener tiempo y espacio. No tenés que tener experiencias con drogas ni nada por el estilo o emborracharte todos los días, esas cosas no son necesarias
Gabriel Peluffo
—De todos los discos de Buitres, ¿cuál es la canción que significa más para vos?
—¡No! Es muy difícil, son muchas canciones. Creo que hay una canción que se escucha en todo el mundo, [lo sé] por las plataformas digitales que te marcan en qué lugares se escuchan determinadas canciones. Carretera Perdida es la canción nuestra que se escucha en todo el mundo, hasta en Asia. Es una canción magnética, tiene algo particular, es una combinación de esa letra como un estado de ánimo y es como un mantra con el que todo el mundo se identifica. Tiene una capacidad brutal, pasa algo en los shows. Nosotros venimos al palo y bajamos, ya el show se acerca al fin, están los últimos tres o cuatro temas y tocamos Carretera Perdida: es como una especie de misa, es una celebración religiosa independientemente de cuál sea la religión, y eso es fantástico. Ese tema tiene un poder increíble.
—Que es todo lo opuesto a Buitres…
—Sí, es una canción autorreferencial, pero en cierta forma son esas canciones misteriosas. Es una melodía infantil de Parodi que hizo con la armónica que iba a ser así… [la tararea]. Yo dije: “¿Y si a esto le agregamos una capa más?”. Un día venía en el auto, Catalina recién nacida llorando atrás, y yo con la melodía en la cabeza, tratando de bajar a la nena del auto que gritaba, me arañaba y me pateaba, para llegar a grabarme con un cassette la melodía que se me había ocurrido.
—¿Es como un himno?
—Claro es el libro de la banda. Tampoco la hemos aprovechado demasiado, pero yo veo a la hinchada del Nacional de Medellín cantándola y te querés matar: son 40.000 personas cantando la canción que vos hiciste en Uruguay. Que vos hagas una canción y le guste a todo el mundo, es algo fantástico, es increíble. Yo creo que nuestras canciones tienen ese poder. Y sí, es un poco la opuesta en el sentido del clima que podría ser Buitres, porque les gusta a los niños, a todo el mundo, pero otras canciones, como Soy del Montón, son tremendas. Cuando la tocamos, todo se va al carajo.