“Y entre la luz, los cantos, los latidos,
Roja, intensa mirada
Que por el campo de la patria hermoso
Paseó la libertad, pisan la frente
Del húmedo arenal Treinta y Tres hombres;
Treinta y Tres hombres que mi mente adora,
Encarnación, viviente melodía,
Diana triunfal, leyenda redentora
el alma heroica de la patria mía.”
En estos versos se revela el espíritu de “La leyenda Patria”, la obra que llevó a Juan Zorrilla de San Martín hacia la fama y el prestigio a pesar de un tropiezo inicial. En 1879, cuando la presentó en un certamen poético durante la inauguración del Monumento a la Independencia Nacional en Florida, quedó descalificado por extenderse demasiado en el texto. Sin embargo, la poesía deslumbró al jurado y fue tal el impacto que desde entonces es conocido como “El poeta de la patria”.
Dedicado a la docencia, la política, la diplomacia, el periodismo -fundó, en 1878, el diario católico “El bien publico- y, sobre todo, a la literatura y la poesía románticas, esta figura emblemática de nuestro país residía principalmente en su casa de Rincón y Treinta y Tres, en la Ciudad Vieja. Sin embargo, al llegar el verano, se trasladaba junto a su familia al barrio de Punta Carretas -antes conocido como Punta Brava, un barrio de pescadores-, donde lo esperaba un chalet con amplios jardines que abre sus puertas a visitantes hasta el día de hoy.
Olor a mar
La casa de verano del escritor fue construida en 1904. Su entrada, acompañada de dos paredes de blanco impoluto, evoca el olor de la costa. Desde allí el camino conduce hacia un patio que respira vida por el verde que lo rodea y se mezcla con toques de azul de los azulejos. Al fondo una fuente de época reposa en el centro. Este típico patio andaluz no solo refleja sus raíces españolas sino que, en su serenidad, demuestra el espíritu de poesía romántica que caracterizó a su anfitrión más célebre.
Al entrar a la casa, lo primero que se percibe es una majestuosa escultura de la Virgen María, ubicada sobre la izquierda. Tallada a mano, con ángeles diseñados a su alrededor, es tan alta que parece elevarse a los cielos. No solo las obras, sino también sus creencias religiosas encuentran eco en cada rincón de su casa de verano. Hoy al recorrer el museo, el tiempo parece haberse detenido.
Un espacio que rinde homenaje a la faceta literaria del poeta es la sala de pinturas. Allí hay dos retratos suyos, uno en su juventud y otro ya en su madurez, este último realizado por su hijo José Luis Zorrilla de San Martín. También hay dos pinturas representativas de “Tabaré”, uno de sus libros más conocidos, publicado en 1888. La sala de pinturas es también un pasaje hacia el corazón de su hogar: su habitación y el comedor, ambientes íntimos que narran otra historia. La de Juan, padre, esposo y persona.
Una intimidad histórica
El cuarto. Un espacio pequeño. Amueblado simplemente con una cama de un tono caoba profundo, una mesa de luz decorada con una vela y libros, un escritorio y un traje de época. Lo justo para poder refugiarse en ese rincón de la casa. El techo es alto. Las paredes blancas, con algunas manchas de humedad de los años. El piso de madera acompaña la estética. Y no podían faltar los detalles católicos: una cruz arriba de su cama y a su izquierda un cuadro de la Virgen María decoran el lugar. Finalmente frente a su cama, en dos cuadros, su familia.
En 1878 Juan Zorrilla de San Martín se casó con Elvira Blanco Sienra, con quien tuvo seis hijos. Luego, tras fallecer su primera esposa, se casó en 1889 con Concepción Blanco, hasta entonces su cuñada. Con ella tuvo diez hijos más, conformando una familia tan numerosa, que necesitaba de zonas comunes amplias y acogedoras para todos. Y así es el comedor del chalet. Espacioso. Con una mesa inmensa de madera y ventanales que lo iluminan. Allí se hizo una de las últimas reformas que tuvo la casa en 1921, en la que José Luis Zorrilla de San Martín dejó su huella.
Todo en ese lugar es representativo, todo marca su identidad. Por ejemplo, hay un detalle que se repite en tres puntos. Un escudo de armas. Está en los cristales de las ventanas, en la araña central arriba la mesa, y en un yeso sobre la chimenea bordeada de azulejos. El diseño del escudo familiar lo compone un edificio que representa la casa primigenia de San Martín, dos zorrillas que hacen alusión al apellido y un lema del poeta Antonio Machado: “Velar se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”.
El recorrido invita a viajar en el tiempo, hacia aquella casa de verano construida hace 120 años, bajo la mirada constante del faro de Punta Carretas que desde 1871 vigila la costa. Una familia artística, que nos deja en su casa un museo lleno de reliquias que nos acercan a su historia y sus obras. Cinco años después de la muerte del poeta, en 1932 la casa pasó a ser propiedad del Estado por su gran potencial histórico. Finalmente, en 1942 se la consagró como museo dependiente del Ministerio de Educación y Cultura, hoy hace 82 años que podemos naufragar en los recuerdos que la habitan.