La Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular presentó su informe correspondiente a 2022. El estudio da cuenta de la situación de la mortalidad en Uruguay durante el pasado año, poniendo especial énfasis en las defunciones que tienen como causa las enfermedades cardiovasculares. El objetivo del informe es contribuir en la determinación de estrategias y acciones en el campo de la salud pública.
Según el informe, en el año 2022 se registraron 39.321 defunciones. Las enfermedades cardiovasculares fueron la primera causa de muerte con 23,5% (9.238) del total, las enfermedades oncológicas provocaron el 20,2% (7.993) de los decesos y las enfermedades del sistema respiratorio el 10,6% (4.179). En cuarto lugar aparecen como motivo las causas externas con el 6,6% (2. 580) y en quinto lugar aparece la COVID-19 con el 5,9% (2.305). Del total de fallecimientos en el año 2022, 19.989 (50,8%) fueron de sexo femenino y 19.332 (49,2%) de sexo masculino.
Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte seguido del cáncer y enfermedades respiratorias. En la comparación por sexo, las defunciones por enfermedades cardiovasculares en personas menores de 70 años es 2,3 veces mayor en el sexo masculino. Dentro de las causas de muerte por enfermedades cardiovasculares, las enfermedades cerebrovasculares, isquémicas, paro cardiaco, insuficiencia cardiaca y enfermedades hipertensivas son las más frecuentes. En diálogo con Sala de Redacción Edgardo Sandoya, profesor y doctor en medicina especializado en cardiología, sostuvo que “las mujeres tienen más cuidados con su salud” y consultan más a los profesionales.
Prevenible o tratable
Durante el año 2022 se registró en el país 15.404 defunciones de personas menores de 75 años. El 61,2% de esos decesos representan muertes evitables si se mitigan los factores que las provocan. Dentro de las causas de muerte evitables encontramos aquellas prevenibles y las tratables: del total de muertes consideradas evitables, dos tercios corresponden al componente “muertes prevenibles” (66,3%) y el tercio restante al componente “muertes tratables” (33,7%). A modo de ejemplo, en casos de cáncer, en el hombre predominan las muertes prevenibles mientras que en las mujeres son muertes por cáncer tratables. En este sentido, el doctor Sandoya sostuvo que “la mortalidad cardiovascular no hay que bajarla, lo que tiene que bajar es la mortalidad precoz”. Para ello, según el profesor, se necesitan políticas públicas globales que involucren a todos. Asimismo, sostuvo que en 2006 la legislación antitabaco tuvo fuertes efectos en los ingresos por infartos y hoy en día existen otros factores que requieren nuestra atención, como los alimentos ultra procesados.
Si bien, dada la estructura etaria de la mortalidad, las personas jóvenes tienen un peso relativo “bajo” en el total de defunciones por año (menos del 10%), se advierte el alto peso que tienen las muertes evitables en estos tramos etarios. Entre las personas fallecidas en edades comprendidas entre los 15 y los 34 años, las muertes evitables representan casi el 80% del total. Asimismo, entre las defunciones por causas externas se registra la mayor proporción de muertes evitables, esto se puede constatar en todos los grupos etarios.
De igual forma, las tasas de mortalidad global aumentan en barrios con mayor incidencia de pobreza. Al aumentar el nivel de pobreza barrial, mayor la incidencia de muerte en menores de 54 años y mayor predominio masculino. En este sentido, se puede apreciar que la población del tercil tres es más joven y menos feminizada respecto a la del tercil uno. La tasa de mortalidad para los menores de 15 años en la región de mayor vulnerabilidad social (tercil tres) es aproximadamente ocho veces mayor que la registrada en la región de menor vulnerabilidad social. La tasa de mortalidad del tramo 15 a 34 años es 2,6 veces mayor en el tercil tres respecto al tercil uno y la tasa de mortalidad del tramo 35 a 54 años correspondiente al tercil tres duplica a la tasa registrada en la región de menor vulnerabilidad (tercil uno). En los tramos de mayor edad (55 a 74 años y 75 y más años) las tasas registradas mantienen la tendencia ya mencionada. Sandoya afirma que en los barrios carenciados se parte de “una mala base” y que “el partido se juega antes de contraer las enfermedades”. Asimismo, sostuvo que la falta de acceso a profesionales, las carencias nutricionales y las condiciones de vida son vitales para el mantenimiento de nuestra salud y nuestro desarrollo.
El especialista advierte además que, si bien estos estudios son necesarios y útiles en nuestro país, existe un problema de base en la mortalidad. Según Sandoya -y respaldado por una investigación de Hugo Rodríguez en el 2010-, los certificados de defunción no siempre son de buena calidad. El estudio mencionado se proponía contrastar los certificados de defunción con las historias clínicas con el fin de corroborar qué tan bien estaban hechos. Desde esa perspectiva, el estudio logró constatar múltiples incongruencias. Según Sandoya, esto responde a la poca formación de los médicos en esta área: “para la mayoría de los médicos no todo los días se muere un paciente y en las cosas que uno no utiliza a diario hay errores. No se presta demasiado cuidado”, concluyó.