El embajador, el periodista y un operativo de inteligencia contra la embajada mexicana
Escrito por: Samuel Blixen
Julio Castro
Julio Castro

Al asombro que provocó la noticia, difundida ayer jueves, de que los restos hallados en el Batallón de Infantería 14 corresponden al maestro y periodista Julio Castro, se sumó otro, más consternante: Julio Castro, que en el momento de su secuestro, el 1 de agosto de 1977, tenía una salud delicada, fue asesinado de un balazo en la cabeza. La revelación de este desenlace obliga a leer con otra óptica la detallada crónica sobre las circunstancias de su secuestro, publicada en el primer número de Brecha; y también obliga a revalorizar la hipótesis que manejan los investigadores sobre el móvil del secuestro: un operativo contra la embajada de México, involucrada en una política de solidaridad con perseguidos, de la que participaba Julio Castro facilitando el refugio y el asilo.Hasta ahora permanecía en una especie de incógnita el motivo que impulsó a la dictadura, en agosto de 1977, a secuestrar a Julio Castro, torturarlo en un centro clandestino de detención y provocar su muerte 48 horas después.
Pudo ser su vínculo con Carlos Quijano, exiliado en México, con quien mantenía una correspondencia en la que latía la lucidez y el compromiso de sus artículos en Marcha. Pudo ser el trasiego de información sobre lo que ocurría en los días más negros de la dictadura: los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, el vuelo del Cóndor sobre los exiliados en Argentina, Chile y Paraguay, las extradiciones clandestinas que multiplicarían las desapariciones, los robos de bebés, los operativos contra el Partido Comunista, los Grupos de Acción Unificadora y el Partido por la Victoria del Pueblo y su apéndice, la Operación Morgan para la apropiación de dinero y bienes. Pudo ser su participación en un círculo de amigos que alimentaba ese trasiego de información y lograba hacerla llegar al exterior. Pudo ser su participación personal en el salvataje de militantes perseguidos a quienes facilitaba el ingreso a la embajada de México. Pudo ser la suma de todo, y las claves para desentrañar la incógnita están en las páginas centrales del primer número de Brecha, el 11 de octubre de 1985: “Julio Castro: persona buscada”.
Treinta y cuatro años más tarde, los nuevos elementos surgidos de la investigación judicial tras el desarchivo de la causa permiten afinar la hipótesis para una aproximación más sólida a la verdad. Esa hipótesis propone la siguiente ecuación: Julio Castro fue víctima de un operativo de inteligencia para bloquear y revertir la política de solidaridad que desplegaba el embajador de México, Vicente Muñiz, y que tuvo como pieza clave al periodista brasileño Flávio Tavares.
Corresponsal en Buenos Aires del Excelsior de México y de O Estado de São Paulo, Tavares llegó a Montevideo el 12 de julio de 1977. Hospedado en la casa del exiliado Leonel Brizola, en sus dos primeros días se reunió con el embajador mexicano Rafael Cervantes Acuña, que acababa de sustituir a Muñiz, con el agregado cultural de la embajada, Cuauhtémoc Arroyo Parra, y contrató al abogado Arturo Alonso, director del diario El Día, para lograr la libertad del periodista Graciano Pascale, detenido por un artículo que ofendió la sensibilidad de los militares, al hacer un balance del cuarto aniversario del golpe. La entrevista con Arroyo Parra fue productiva: el agregado cultural le entregó un casete donde alguien, distorsionando la voz, leía fragmentos de los juicios a militares, entre ellos el de Liber Seregni; además, le proporcionó información sobre algunos centros clandestinos de detención que Arroyo había recolectado entre los militantes asilados en la embajada.
Fue Pascale quien llevó a Tavares a la casa del capitán Óscar Lebel. La visita se produjo el mismo día en que pretendió regresar a Buenos Aires. Pero fue detenido: permaneció primero en la Jefatura de Policía, luego fue trasladado a la casa de Punta Gorda, conocida como el Infierno Chico, y finalmente fue conducido a La Casona de la avenida Millán. Fue exhaustivamente interrogado sobre la identidad del locutor y la identidad de quien le había entregado el casete.
Hay tenues lazos que explican la vinculación entre Julio Castro y Flávio Tavares y hacen comprensible el desenlace. Tavares mantenía contacto con el diplomático Arroyo cada vez que venía a Montevideo, lo que era comprensible porque el brasileño era corresponsal de un diario mexicano. También mantenía contacto con el periodista y corresponsal del New York Times Efraín Quesada (aunque en ese viaje de julio del 77 sólo habló con él por teléfono), en tanto eran colegas. Tavares creyó que Quesada era quien había grabado el casete que le dio el diplomático, aunque en realidad había sido Óscar Lebel, y Tavares no identificó la voz cuando habló con él, en la visita que realizó con Graciano Pascale. Todo ello sugiere que bien Lebel o Quesada entregaron el casete al diplomático.
Por su parte, Julio Castro visitaba asiduamente a Efraín Quesada y a Lebel, e incluso se reunían los tres en casa del primero, para compartir información. Y a la vez, Castro mantenía un estrecho vínculo con el agregado cultural Arroyo, porque era con éste que acordaba la forma en que ingresaría a la embajada a militantes perseguidos. Castro informaba a Arroyo de un nuevo asilado, y después ayudaba al futuro refugiado a eludir la guardia policial e ingresar a la embajada.
Julio Castro fue secuestrado el 1 de agosto en las inmediaciones de Rivera y Soca, inmediatamente después de abandonar la casa de Efraín Quesada, en Francisco Llambí y Rivera. Para entonces hacía 15 días que Tavares había sido detenido. El 22 de julio una crónica del diario El País informaba que el periodista brasileño era en realidad un peligroso terrorista internacional. El 3 de agosto Tavares fue liberado y abandonó La Casona, después de admitir que había recibido el casete de manos del agregado cultural mexicano Arroyo. Ese miércoles 3 de agosto Julio Castro murió en el sótano de La Casona. Presumiblemente, también, ese día o el siguiente su cuerpo fue llevado al cuartel de Toledo y enterrado junto al horno de ladrillos, donde fue hallado 34 años después, por más que el responsable de la Comisión para la Paz, Carlos Ramela, hiciera suya la afirmación de los militares que entrevistaba en el sentido de que “ni Julio Castro ni Elena Quinteros serán hallados nunca”.
En esta historia hubo otra víctima: el agregado cultural Arroyo, quien el 22 de julio, el mismo día de la crónica de El País, fue separado de su cargo en la embajada y días después trasladado a México donde fue acusado, en la cancillería, de espionaje y de pertenecer a una red de terroristas comunistas. El 13 de agosto apareció publicada en Excelsior una nota firmada por Flávio Tavares: “Me utilizó el diplomático Arroyo Parra. Complot contra México: declaraciones y una grabación en la embajada. Un ‘amigo personal’ dio nombres y direcciones. El funcionario debe hablar sobre el espionaje”.
Aun cuando la sustitución del embajador Muñiz por Rafael Cervantes Acuña, oficial del ejército, preanunciaba que llegaba a su fin la política de solidaridad que permitió a decenas de perseguidos políticos refugiarse en la embajada y finalmente viajar a México, la presencia de Arroyo Parra en Montevideo aseguraba la prolongación, por cierto tiempo, de esa política. Los oficiales del servicio de inteligencia pergeñaron una fórmula para terminar con aquella solidaridad que se escudaba en la inmunidad diplomática. La “confesión” de Tavares sobre el complot del “espía soviético”, permitió cortar de raíz aquella ignominia que había comenzado en 1975 el día que el embajador Muñiz ofreció una recepción con motivo de la fecha patria mexicana. Fueron invitados todas las autoridades, civiles y militares, del proceso. Entre otros amigos de México fue invitado el general Liber Seregni, que había sido liberado de su primera prisión. Indignados, los generales reclamaron al embajador que echara a Seregni, pero el embajador replicó que era su invitado. Fueron los generales quienes se retiraron.
Parece legítimo sospechar que Julio Castro fue detenido en el marco del operativo contra la embajada mexicana. Sin embargo, aún no hay explicación para su asesinato. Si su delicada salud podía explicar su muerte a poco de ser detenido, ahora la revelación de que su cráneo exhibía un orificio de bala y fragmentos de un proyectil, introduce nuevas incógnitas, nuevos desafíos para la justicia. n

Publicado el Jueves 01 de Diciembre de 2011

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