Los titulares de los diarios franceses de 1848 cautivaron y atraparon al aún joven Flaubert: una ama de casa, Delphine Delamare, se había suicidado por deudas acumuladas y por sentir culpa de haber cometido adulterio. Decidido a darle una voz a la tragedia, por cinco años trabajó en la que se convertiría en su obra maestra. Madame Bovary es un retrato de la sociedad francesa de la época.

Ser adelantado a su tiempo puede ser un pecado. Baudelaire, quien alguna vez interpeló al lector y lo acusó de hipócrita, sufrió un destino aún peor que Flaubert, su contemporáneo. En Las flores del mal, Charles Baudelaire, movido de los hilos por Satán, desparramó copas de vino y abrió las puertas a los prostíbulos que frecuentaba. Los vicios tan condenados por la sociedad francesa del siglo XIX estaban reunidos en sus versos.

En enero y agosto de 1857, las paredes del Palacio de la Justicia de París se perdían, tapadas por los cuerpos expectantes. Los retratos demasiado realistas de las sociedades pueden ser chocantes y no del todo aceptados. Con siete meses de diferencia, Gustave Flaubert con Madame Bovary y Charles Baudelaire con Las flores del mal, fueron acusados por el fiscal Ernest Pinard de obscenos y de atentar contra la moral y las buenas costumbres.

A Ernest Pinard se lo consideraba “un gran lector”, dijo a Sala de Redacción la investigadora en literatura francesa y comparada y docente de la Udelar, Lucía Campanella, y agregó que su acusación a Madame Bovary no fue “por lo que se dice, sino por cómo se lo dice”; no era la única obra que tocaba temas como la infidelidad o el suicidio, pero Pinard veía ultrajada la moral ya que el autor, a través de su narrador, no juzgaba el accionar del personaje.

Ambos autores incorporaron a la literatura nuevas miradas: en cuanto al contenido, desplazaban el canon literario para llevar las historias y poemas a lugares que no eran considerados por la literatura, como las ciudades o los mendigos; en cuanto a la forma, se desprendían de la extravagancia lingüística y, “como dice Jacques Rancière [el filósofo francés], pusieron en pie de igualdad a todas las palabras”, sostuvo la docente.

En Madame Bovary, el lector sigue a Emma Bovary, casada con Charles Bovary, en su cotidianidad, en sus deudas y, finalmente, en su suicidio. Es una “obra sin juicio”, afirmó Campanella, y eso le costó un juicio. Flaubert tiene una “alta sensibilidad narrativa”, dijo el historiador argentino Diego Cano a Sala de Redacción, y “una capacidad para instalarte, por sus imágenes, en los lugares, que lo he visto muy poco en la literatura en general”. En este caso, se suma un desarrollo psicológico minucioso de los personajes. Emma Bovary se vuelve un símbolo del despertar feminista, en su lucha y obediencia a sus propias pasiones.

“¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!”, declara el poema “Al lector”, que abre Las flores del mal. Se procede, entonces, a caer a un abismo, como si se estuviera navegando entre los círculos del Infierno de Dante. El lector cae en el primer círculo, “Spleen e ideal”, y pasa por “Cuadros parisinos”, “El vino”, “Flores del mal”, “Rebelión”, para, finalmente, golpearse la espalda contra el suelo de “La muerte”. 

Condena

El juicio de 1857 a Baudelaire le costó una multa de 300 francos y la censura de seis de sus poemas: “Las alhajas”, “El Leteo”, “Mujeres condenadas”, “Lesbos”, “Las metamorfosis del vampiro” y “A aquella que es demasiado alegre”. En la segunda edición de Las flores del mal de 1861, los suprimió y agregó 35 poemas más. Entre ellos, “Epígrafe de un libro condenado”, un cierre al viaje que comenzó con “Al lector” y que advierte que no cualquiera debería sumergirse entre sus páginas: “Si tu retórica no hiciste / con Satán, astuto decano, / ¡tíralo! Me leerás en vano, / o creerás que a un loco leíste”.

No sería hasta mitades del siglo siguiente, luego de la Segunda Guerra Mundial, que absolverían al autor de su condena. Pero Baudelaire y su obra marcaron un antes y un después en la poesía francesa. 

A Flaubert, por su parte, no le fue tan mal. En su defensa, el autor alegó que, en realidad, en su obra se respetaban y valoraban la moral y la religión. Dijo su abogado: “Monsieur Gustave Flaubert está aquí a mi lado, y afirma ante ustedes que ha escrito un libro honesto, que el espíritu de su libro, desde la primera hasta la última línea es un espíritu moral y religioso”. Agregaron también que narrador y autor no son lo mismo y que su obra era ficcional. Fue absuelto de la acusación por no haber suficientes pruebas del delito. Luego del juicio, en abril de 1857, se publicó la obra en un solo tomo y fue un éxito de ventas.

Lecturas modernas: #Flaubert2021

A principios de año, el historiador argentino invitó a una lectura colectiva de las obras de Flaubert como forma de celebrar el bicentenario de su natalicio. “Vamos a estar casi seis meses leyendo las cuatro novelas principales de Flaubert”, explicó Cano. De esta forma, la literatura pasa del papel a la red social Twitter con su límite de 280 caracteres por tuit. “Tiene cierta superficialidad”, expresó Cano, sin embargo da una posibilidad de lectura colectiva: “uno, sin compromiso, puede comentar y leer con una libertad absoluta”. La lectura colectiva en virtualidad da la “libertad de no sentir una voz tutora, paternalista, dogmática, respecto al contenido que se va a expresar. Cada uno dice lo que se le canta”.

Dentro del hashtag #Flaubert2021, los usuarios de la red social comparten citas de la gran obra del autor y comentarios sobre las lecturas programadas. “Al principio de cada lectura, hay una compañera que hizo los calendarios de acuerdo a la cantidad de páginas”, explicó el historiador. El hashtag funciona como una forma de organización. Allí se puede ver lo que las personas comentan sobre lo que leen, las citas que comparten, las reflexiones, a veces incluso se arman debates. El intercambio enriquece, “todos tienen validez”, sostuvo Cano.

El poeta maldito

En 1888, el poeta francés Paul Verlaine publicó Los poetas malditos, un libro de ensayos sobre seis autores (incluyéndose a sí mismo), en el que hablaba sobre la vida y la literatura de cada uno y de cómo su genio los llevó a estar “malditos”. El término lo acuñó de un poema de Baudelaire que se encuentra en Las flores del mal: “Bendición”. Sin embargo, Baudelaire no formó parte de ese libro, ni de Los raros (1896) de Rubén Darío.

Campanella sostuvo que Baudelaire “encaja” en el malditismo. “Tiene poemas donde efectivamente la cuestión del mal por oposición al bien, la cuestión de la blasfemia, están muy presentes; pero no es, creo yo, el aspecto por el cual Baudelaire quisiera ser recordado”, detalló. La docente comentó que “el autor conecta con los estudiantes de 17 años” y que al trabajar a Baudelaire en el liceo se hace difícil colocar al autor en una escuela u otra: “no se sabe si tratarlo como autor romántico o posromántico, porque, en realidad, no entra en ninguna categoría”. 

El malditismo no demoró mucho en generalizarse y agrandar su bolsa para refugiar a todos los artistas incomprendidos por sus contemporáneos, aquellos que llevan una vida bohemia; los rebeldes que se salen de la norma.

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