En Uruguay hay unos 700.000 niños y jóvenes menores de edad. El 97 por ciento termina Educación Primaria, y el 90 por ciento comienza Secundaria, pero apenas uno de cada tres logran terminar la educación media. De esos 230.000 jóvenes habilitados para ser estudiantes universitarios, 81 por ciento viven en hogares con altos ingresos y apenas 11 por ciento provienen de hogares de menores recursos. La conclusión es inevitable: el objetivo de una población juvenil con plena inserción en la educación terciaria es más una utopía que un proyecto posible.
Actualmente es notoria la preocupación por parte del Gobierno en revertir estás estadísticas; sin embargo, si fuera posible que todos estos niños y adolescentes estudiaran alrededor de 18 años, existirían consecuencias desfavorables en otras dimensiones de la vida social.
Según el estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) “Transiciones a la adultez y educación” realizado por la socióloga Verónica Filardo “incrementar el porcentaje de jóvenes que completen el ciclo de Educación Media (objetivo de la Ley de Educación), permite prever una postergación del inicio de la vida reproductiva, y probablemente la disminución de las tasas de fecundidad”.
Esto sería un camino sin retorno al llamado “país de viejos” donde los adultos incrementarían el porcentaje de la población total y la tasa de natalidad se vería enmarcada en un proceso de enlentecimiento y disminución.
Desigualdad
A los 15 años dos de cada 100 mujeres ya han tenido su primer hijo, mientras que a los 20 años el porcentaje de maternidad aumenta a un 30 por ciento para las mujeres y un 10 por ciento para los hombres. Pero lo que cabe preguntar es si esta ley corre para todos o para un sector determinado de la población. Otra vez son quienes provienen de contextos de situación de alta vulnerabilidad social quienes representan estas estadísticas, porque quien dedica más tiempo a estudiar comenzará su vida reproductiva más tarde; este no es el caso de aquellos niños y niñas que nacen en situación de pobreza en Uruguay. No es sólo una cuestión económica; el género también marca diferencias en cuanto que son más la madres adolescentes que los padres de los hogares con menor clima educativo. Mientras es un hecho que las adolescentes abandonan el estudio no bien quedan embarazadas, en los hombres no se da la misma causal; está confirmado que por lo general el joven deja de estudiar para insertarse en el mercado de trabajo.
Muy distintos son los tiempos para las universitarias; entre las que han aprobado la Educación Terciaria a los 29 años tan solo han tenido su primer hijo una cada tres. Es paradójico el dato cuando la proporción de madres es similar en aquellas adolescentes quinceañeras con hasta Primaria aprobada a sus 18 años.
La autora describe: “El porcentaje estimado de mujeres que no aprueba Educación Media y que a los 18 años cumplidos ya han tenido su primer hijo es del 27%; a los 25 años el 69% y a los 29 años el 81%; en cambio para las que han finalizado el nivel medio, se estima que dicho porcentaje es del 2% a los 18 años, el 20% a los 25 y el 36% a los 29 años”.
Son artífices de un aumento en la población quienes menos tienen, menos saben, menos ganan y más invisibilizados son por los medios masivos cuando un hecho delictivo no los vincula. Son ellos quienes protagonizan los “roles públicos” (la salida del sistema educativo y el ingreso al mercado laboral) antes que los “roles privados” (autonomía y maternidad/paternidad) configurando que si menos se estudia, peores van a ser las condiciones laborales a nivel salarial y de acceso a derechos.
Así se reproducirán las historias empujando a una sociedad estratificada donde los proyectos de vida de unos y otros serán sustancialmente diferentes.
Si se nace en un hogar de clima educativo bajo puede ser que se esté entre esos 8 de cada 100 jóvenes que alcanzan terminar Educación Media o que se sea parte del otro 92 por ciento que no.
Si el clima educativo puede marcar la trayectoria educativa, al cruzarlo con la variable “institución pública” ó “institución privada” los resultados serán claves. En palabras de Filardo, “dentro de los que terminan Educación Media están el 20% de los que asistieron sólo a centros públicos frente a más de la mitad de los que asisten sólo a instituciones privadas. El mero hecho de haber cursado en instituciones privadas algún año de Primaria incrementa las probabilidades de mejores trayectorias educativas”. Aquel proyecto vareliano de una escuela para todos, como espacio de encuentro del hijo del doctor y el hijo del obrero, pasó a la historia y los datos ya dan otras señales: “el 90% de los que provienen de hogares con clima educativo bajo cursan solo en centros públicos frente al 54,4% de los de clima educativo alto”, afirma Filardo.
¿Y después qué? No sólo las consecuencias de una “desafiliación cero” serían de índole demográfica. Tener más jóvenes escolarizados también generaría transformaciones en el núcleo familiar.
En el estudio también se profundiza sobre el abandono del hogar de origen y aparece la ecuación: si aumenta el nivel educativo del joven,son mayores las probabilidades de permanecer en la casa de sus padres (excepto los casos de migraciones del interior a la capital del país para asistir a la Universidad).
Retomando lo anterior: si más se estudia, más tarde se tendrá hijos (y en menor cantidad) y la juventud como objeto habrá que definirla diferente. Pensar la construcción del entramado social de un Uruguay más igualitario será un gran desafío.
Sabrina Martínez