En lo que parecía ser una noche serena, Laura Raggio y Diana Maidanic eran las invitadas que Silvia Reyes recibía en su residencia de Brazo Oriental, situada en la calle Mariano Soler. Aquella madrugada del domingo 21 de abril de 1974 tendría el desenlace más espantoso e injusto que en esa época podría pensarse.
Eran las tres menos cuarto de la madrugada cuando un numeroso grupo de componentes de las Fuerzas Conjuntas dirigido por Julio César Rapela llegaron en camiones y diversos vehículos militares, rodearon la manzana y coparon las azoteas. El teniente Jorge Silveira, mayores José Nino Gavazzo y Mario Mauriño y el capitán Julio C. Gutiérrez, gritaron y golpearon insistentemente la puerta del apartamento de enfrente donde vivían los padres y la hermana de Washington Barrios, militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. “¿Dónde está Barrios?”, requerían, amenazando que venían a matarlo, sin conocer que el día anterior había escapado hacia Argentina.
Irrumpieron en la casa y lo primero que hicieron fue increpar a Washington Barrios, exigiendo saber su nombre. Al coincidir con el de la persona buscada -su hijo- se lanzaron sobre él e intentaron sacarlo de su casa a empujones hasta que uno de ellos exclamó: “no, a ese no lo maten que es el padre”. Se dirigieron al apartamento de enfrente luego de confirmar que allí vivía Washington con su esposa Silvia y dispararon sin cesar hasta derribar la puerta que daba hacia un patiecito ubicado frente a la finca.
Todo se transformó en un infierno, sin piedad tiraron con sus metralletas hacia el apartamento. Las balas parecían atravesar las paredes, y cinco minutos fueron más que suficientes para que 140 tiros acabaran con la vida de las tres muchachas que allí se encontraban durmiendo.
Los militares pasaron el resto de la noche en las afueras de la residencia de Barrios esperando agazapados su arribo e inquietando aún más a todos los que allí vivían. Las chicas no serían las únicas víctimas que se llevaría aquel mes de abril. Al no responder a la señal de “alto”, exigida por los integrantes del cuerpo militar, Dorval Márquez, un funcionario policial que retornaba a su hogar luego de su jornada laboral, sin compasión fue también asesinado.
Los cuerpos de las tres jóvenes compañeras de estudio y militancia fueron retirados del apartamento el día siguiente así como también los muebles del lugar, todos cubiertos de sangre. El padre de Silvia reconoció en la morgue del Hospital Militar el cuerpo destrozado de su hija y los treinta impactos de bala por todo su cuerpo acabaron no sólo con su vida, sino que también con la de su futuro hijo, ya que Silvia estaba embarazada de tres meses. Retiró el anillo de matrimonio que aún permanecía en la mano pálida y fría de su hija y se lo envió a Washington en la vecina orilla.
Justicia es lo que reclaman hasta el día de hoy las familias de las muchachas, puesto que nadie se ha hecho responsable por la matanza cometida esa madrugada de 1974. Este pasado 21 de abril se cumplieron ya 40 años de aquel crimen que continúa impune, y las conocidas como “chicas de abril” serán recordadas por todos aquellos que le hagan un lugar a esta historia en su memoria.
Romina Fierro

FacebookTwitter