Aparentemente Coca-Cola dejaría de operar en Bolivia a partir de diciembre de este año. Luego de la quiebra de McDonald’s en el 2002, se estima que los bolivianos prefieren el sabor de sus productos típicos antes que el ‘fast food’ estadounidense.
Recientemente el gobierno boliviano organizó un acto en el pequeño poblado de Copacabana, a orillas del lago Titicaca, para firmar un convenio con el Ejército y concretar la construcción de un aeropuerto. Fue entonces cuando el canciller de Bolivia, David Choquehuanca, decidió aprovechar la ocasión para anunciar el ‘fin’ de las dos empresas más emblemáticas del capitalismo a nivel mundial: Coca-Cola y McDonald’s.
Choquehuanca comenzó su discurso refiriéndose al calendario maya -según el cual en diciembre de este año se producirá el fin del mundo- y terminó relacionándolo con el futuro de la empresa de refrescos. “El 21 de diciembre de 2012 es el fin del egoísmo, de la división; el 21 de diciembre de 2012 tiene que ser el fin de la Coca-Cola, el comienzo del ‘mocochinchi’ (bebida autóctona a base de durazno hervido) y del ‘wilkaparu’ (líquido a base de maíz)”, afirmó. También anunció el comienzo del “comunitarismo”, término utilizado en Bolivia para referirse al modo de vida de las comunidades indígenas aymaras.
Como era de esperarse, las declaraciones del canciller boliviano fueron rápidamente recogidas y tergiversadas por la prensa internacional. Varios medios anunciaron la “expulsión” de Coca-Cola y McDonald’s -por supuesto, a manos del presidente Evo Morales. El gobierno se apuró a desmentirlo, asegurando que solamente se había tratado de un chiste de Choquehuanca. “No existe nada oficial; es una descontextualización de las declaraciones del canciller”, declaró la vocera del funcionario.
Sin embargo, hace años que las dos multinacionales tienen grandes dificultades para triunfar en Bolivia. La cadena de comida rápida quebró en 2002, cerró sus ocho sucursales y abandonó el altiplano. Al parecer la comida autóctona era más barata que los menús ofrecidos por McDonald’s. Un documental titulado “¿Por qué quebró McDonald’s en Bolivia?” afirma que los bolivianos prefieren los platos tradicionales, “de sabores intensos y muchas horas en la cocina”, antes que las hamburguesas, las papas fritas o las cajitas felices.
El caso de Coca-Cola es distinto: es una guerra declarada. Tradición versus marketing. Un verdadero “choque de civilizaciones”. Luego de asumir en 2006, el presidente prometió impulsar la industrialización de la hoja de coca; cuatro años después salió a la venta la bebida Coca-Colla, producida con extractos de esa planta y con un envase de similares características. Todo un éxito. Hoy en día, tras las declaraciones del canciller, el refresco más popular del mundo teme por su futuro en el país: el “mocochinche” -candidato a la competencia- representa una alternativa cien por ciento natural, autóctona, libre de edulcorantes, colorantes o conservantes.
Si todo esto resultara, no sólo se beneficiaría la salud de los habitantes de Bolivia, también aumentaría la producción y la venta de una bebida local en vez de una extranjera. Lo que el gobierno plantea, a nivel ideológico, es la reivindicación de la cultura latinoamericana frente al capitalismo y las multinacionales estadounidenses. Tomar conciencia. Defender lo propio y dar el ejemplo. En palabras de Choquehuanca: “Vamos a proyectar, desde este lugar sagrado al mundo, la cultura de la vida. Y todos vamos a trabajar”. En un país como Bolivia, con tradiciones tan ricas como antiguas, parece el camino más lógico.
Fernanda López Lema

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