Como cada año, se desarrolló en Montevideo un festival que apuesta a lo que se realiza y piensa desde el cine de hoy. El 41º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay comenzó el 6 de abril, durante la Semana de Turismo, con una propuesta que incluyó más de 200 títulos. El evento duró 12 días e incluyó largometrajes y cortometrajes estrenados en los últimos dos años. En conversación con Sala de Redacción, integrantes de Cinemateca, institución organizadora del evento, comentaron sobre cómo, cuándo y dónde comienza a gestarse cada entrega de este festival, que completó su 41ª edición.
“El festival termina y empieza”, dice Juan Manuel Chaves, encargado de la logística y de la web de Cinemateca, para explicitar que una vez finalizada una edición, comienza a gestarse la próxima. La primera etapa involucra estrechamente a la directora artística, Alejandra Trelles, que se embarca en un viaje por distintos festivales del mundo; con ellos, llegan las negociaciones para conseguir los primeros títulos.
El bajo presupuesto marca límites claros para la organización. La directora de Cinemateca, María José Santacreu, explicó que “si sos un festival rico, de repente decís: ‘quiero tal película’. Te contestan: ‘sale tanto’. Y se terminó la gestión”. Sin embargo, Santacreu aclaró que este no es el caso, ya que se organiza “con un presupuesto muy pequeño”, lo que obliga a encarar gestiones largas, en las que, incluso, “se consiguen películas a último momento”.
En paralelo, para la selección de largometrajes y cortometrajes, cada setiembre se abre una convocatoria a la que directores de todas partes del mundo postulan sus producciones. Trelles explicó la brevedad de esos llamados: “Cuanto más dejás la convocatoria en el tiempo, más materiales llegan y menos tiempo tenés después de procesarlos”.
El proceso de curaduría de los materiales tiene su complejidad: “nos llegan, nosotros los vamos ingresando en algunas planillas, separamos cortos de largos; los vamos dividiendo por países, porque también tiene que haber una representatividad”, detalló Trelles. A su vez, dentro de esas planillas, se manejan con la estrategia del semáforo: conforme ven las películas, las clasifican y agregan un comentario crítico. Después, ese material se expande a otros sectores en busca de una conclusión acerca de si la cinta participa, o no, del festival.
El rol de la comunicación
En 2022 la Cinemateca Uruguaya cumplió 70 años y eso se ancló junto con la 40ª edición del festival. Este año, la interrogante de qué se quería comunicar implicó un reto. “El desafío empieza desde ese momento, en cómo se va a comunicar todo, para luego poder seguir una línea de comunicación con eso”, expresó Mónica Gancharov, encargada del área de Comunicación de Cinemateca.
En este sentido, Chaves señaló que el área de comunicación y las demás deben estar en contacto constante la de boletería, porque allí es donde se sabe si efectivamente la comunicación funciona, si los socios, o quienes vayan a sacar sus entradas, pueden hacerlo correctamente. Agregó que “los sábados y los domingos quienes defienden y dan la cara, son las compañeras que están en sala. Es sumamente importante que ellas tengan las cosas claras para actuar con autonomía, pero manteniendo la esencia de lo que el festival quiere decir; eso es clave”. El recorrido para alcanzar el objetivo es trabajoso: “a veces parece que todo se materializa en 12 días de festival pero, para llegar a esos días, tenés que tener un montón de ticks resueltos: hay muchos detalles que si fallan hacen caer todo lo que tiene que ver con el festival”.
El público y su magia
Los entrevistados coincidieron en señalar que disfrutaron mucho: el público. Son los asistentes quienes posicionan el evento. “El lunes o el martes, antes que empezara el festival, ya había cola de gente para comprar el abono, porque realmente hay un interés en sumarse, y yo creo que esa es la parte que decís: algo bien debemos de haber hecho para que esto llame la atención”, expresó Chaves. El encargado de logística añadió: “Ves que funciona, que la gente se copa, que postea, que escribe, que se apropia. Ahí deja de ser el festival que nosotros pensamos y pasa a ser es el festival que la gente quiere que sea”.
Por su parte, Gancharov comentó a Sala de Redacción que los asistentes al festival crearon un grupo de Whatsapp para intercambiar: “gente random que entre sí no se conoce, pero que se une para comentar las películas que ven y poder pasarse información. No lo creamos nosotros, es algo que se generó por fuera”.
La representante del área de comunicación también habló sobre el caso de una socia que “creó una especie de plataforma, en la que podés elegir la película y crear tu cronograma, y luego lo colectivizó para que cualquiera lo pudiera usar”. “Se generan esas cosas por fuera, que a nosotros no se nos ocurrió pero que están sucediendo y están demás. Que salga de la gente está demás”, reflexionó.
Raquel Lombardi es socia de Cinemateca y habló con Sala de Redacción sobre cómo vivió el festival: “Vengo buscando otras cosas, que te hagan pensar. La inauguración fue sumamente emotiva para los que hace años que estamos en Cinemateca y conocíamos sus salas anteriores. No dejamos de disfrutarlo porque siguen manteniendo esto que es histórico.”
Al preguntarle qué disfrutaba más de estas instancias dijo: “Poder conocer películas que jamás las podría ver si no las trae Cinemateca, es maravilloso poder tener esa oportunidad”.
El espíritu de la Cinemateca Uruguaya apuesta continuamente a ampliar horizontes: “Todos los años es: ‘¿Funcionó? Bueno, vamos a agregar otra cosa nueva, otra cosa nueva y otra cosa nueva’”, dice Chaves, y concluye que “Nunca hay un festival igual al otro”.
Es por eso que este año sumaron un jurado infantil, que se dividió entre niños y niñas de ocho a 11 años y niñas, niños y adolescentes de 11 a 15 años. La idea fue que votaran cortometrajes, mayormente, y algunos largometrajes. “Es una buena posibilidad para atraer a los niños y explicarles que hay otras cosas para ver, y que si empiezan a verlas desde ahora, seguramente les van a gustar”, expresó Santacreu.
Ampliar las fronteras también significa educar a los públicos en que no solo existe el cine industrial. “Para nosotros está bárbaro, no es una cosa en contra de ese cine, sino una alternativa a ese cine”, aclaró Santacreu, y acotó que “hay como una gran ansiedad de cuando estás con los niños, de llevarlos a ver algo más probado, que me parece que es un error”.