La adopción es la vía jurídica por la cual menores de edad en situación de abandono -ya sea porque fueron retirados de su núcleo familiar por orden judicial o sus padres o tutores los cedieron voluntariamente- son reintegrados a una familia. Desde el 2009 el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) es el único organismo competente para seleccionar y asignar familias adoptivas.
En Uruguay cualquier interesado en adoptar -ya sea en pareja o monoparental- puede hacerlo si tiene más de 25 años con una diferencia de 15 con el adoptado/a. La persona o familia debe contar con la autorización del INAU que acredita la idoneidad moral y capacidad del adoptante: estado de salud, conducta, medios económicos, etcétera, a través de una evaluación realizada por una dupla técnica de asistente social y psicólogos del instituto.
Se inscribe al potencial adoptante en el Registro Único de Aspirantes (RUA), para posteriormente ser llamado por INAU ante la presentación de un caso que pueda derivar, después del tiempo de integración/tenencia provisoria y seguimiento, en la adopción definitiva. INAU acompañará a la persona o familia con el dictado de diversos talleres.
No es para cualquiera
María decidió no tener hijos, pero una vez divorciada “la idea de acompañar a un niño en su crecimiento” le empezó a gustar. En 2010 se acercó al INAU, tenía 52 años. Contó a Sala de Redacción que había una política de no aceptar mayores de 50 -aunque dudó de que tan institucionalizada estaba esa norma-, pero si ella estaba dispuesta a adoptar niños con necesidades especiales la aceptaban.
Los niños con necesidades especiales sufren de alguna patología, desde problemas de aprendizaje hasta VIH. “¿No estoy en condiciones de amparar a un niño sin dificultades, pero ¿sí estoy en condiciones de amparar a uno que las tiene? Están juntando lo malo de los dos lados: los viejos con los enfermos”, cuestionó María.
Pablo Abdala, presidente de INAU, explicó que este funcionamiento es parte de la evaluación previa que se hace: muchos de estos menores ya tienen más de tres años y “es razonable que para los más chicos los padres no sean demasiado mayores, para que puedan crecer y desarrollarse manteniendo los referentes afectivos y así evitarles otra pérdida”, señaló.
En 2013 finalmente aceptaron a María en RUA, tras ser evaluada por la primera dupla. El problema comenzó con la segunda: “¿Viste cuando miras a una persona y pensás “¿qué es lo que no me está diciendo?” anticipó. Hubo llamadas de la asistente social para tantear el terreno.
María tuvo la fortaleza de sincerarse y dejar bien claro que no se sentía capaz de atender niños con grandes dificultades. “No me quiero hacer la wonder woman que no soy” dijo, y mencionó el problema de que los padres no tomen conciencia de sus propias limitaciones: “hay gente que está tan desesperada por tener un hijo que te dice que es capaz de todo. Pero después empiezan las dificultades y resulta que la cosa no era solo con amor”, concluyó.
La llamaron para presentarle una historia: dos hermanas de cinco y siete años. La mayor, una niña muy inteligente y extrovertida. La menor era lo opuesto y además tenía dislalia, un problema de pronunciación que implica la articulación inadecuada de algunos fonemas, en este caso la r. “Conocí a las nenas, amorosas, divinas. Y me tiré al agua”, contó María.
La descripción era la del expediente, pero “yo tenía mis dudas con respecto a la más chica”, sospechó. La niña no hablaba, no tenía vocabulario. No sabía contar ni armar frases y confundía los colores y las frutas. María optó por un profesional para evaluarla. “Me arrepentí de no haberlo hecho cuando la conocí”, dijo. Después de unas cuantas sesiones, la psicóloga advirtió que la menor tenía un retraso intelectual de dos años. “En el expediente del INAU no figuraba esto, no advertía nada más que la dislalia”, señaló María. Sin embargo, la niña mayor estaba muy bien descrita en el informe.
“Nadie me ofreció una nueva evaluación, eso hubiese sido apoyar a una familia en construcción. No ir a mi casa a ver si las tengo atadas a un sótano”, lamentó. Finalmente, como no podía hacerse cargo de las necesidades de las niñas, abandonó el proceso. “A ellas les dije que los que hicimos las cosas mal fuimos los adultos. El INAU procedió mal, fue irresponsable y quizá yo también”. concluyó.
“Cuando vos te haces cargo de adoptar un niño no podés medir lo que tiene”, opinó en cambio Aurora Reolón, vocera e integrante de la Asociación de Padres Adoptantes del Uruguay (APAU). Mencionó que muchos de los menores en adopción han pasado por diferentes situaciones extremas, y “si vos estás dispuesto, estás dispuesto al que sea. Porque quien gesta tampoco puede determinar”, concluyó.
INAU a la fecha
Hoy, el sistema de INAU “funciona y funciona muy bien”, remarcó Abdala. Pero puede haber errores debido a que “la casuística es tremenda”. Según el presidente, muchas veces ocurre que lo que parecía que podría funcionar termina por no hacerlo. “Hay situaciones que son impredecibles de antemano y hasta casos de violencia doméstica o abuso sexual. Eso obliga a intervenir”, señaló y aseguró que están preparados para hacerlo. En general los procesos son favorables, según el presidente. Se concretan a través de un trabajo técnico muy riguroso y las situaciones que eventualmente podrían generar un trauma o afectar funcionalmente a los menores “son marginales”.
Las tenencias e integraciones no aumentaron drásticamente en los últimos años, aún así los números son buenos según las autoridades del INAU. En 2020 se concretaron 105 adopciones, datos equivalentes al 2019 pero en situación de emergencia sanitaria. “Con el tema de la no presencialidad se demoraron los procesos, justamente por eso el número es positivo para estas dificultades que tenemos”, señaló Abdala.
Pero hay esperas que trascienden la pandemia. La posibilidad de que sean adoptados los menores más grandes o aquellos que presentan alguna dificultad, problema físico o discapacidad es escasa. Hoy INAU tiene 20 chicos y chicas con estas características. Abdala aseguró que los técnicos hacen el mayor esfuerzo por convencer, pero la gente ya viene sabiendo para qué se presenta. El 62% del último registro de adopciones fue de menores entre cero y dos años.
“Yo no mire la edad ni la cantidad, fueron las ganas de ser padre”, dijo Santiago a Sala de Redacción. Él adoptó en 2015 a tres hermanos: Nicolás, Gianina y Thiago, con ocho, seis y cinco años. “Cuando me enteré de que nos iba a adoptar me puse feliz y triste al mismo tiempo. Iba a dejar el hogar donde crecí pero iba a tener un papá y una casa”, describió Nicolás, hoy con 14. Contó que su familia biológica era muy pobre, y una madre sola no podía hacerse cargo de siete hijos. “Cuando nos dijeron que íbamos a ir en adopción pensé que era un chiste. Me dio mucha tristeza, me asusté bastante”, recordó pero luego asegura que hoy está feliz y en contacto con el resto de sus hermanos.
El plan alternativo en caso de no ser adoptados es el acogimiento familiar: “avanzar con las adopciones todo lo que podamos y lo que no podamos darle respuesta a través de las familias amigas”, explicó Abdala. Los menores en familias amigas siguen siendo menores institucionalizados a cargo del INAU. “Hacen vida normal mientras INAU supervisa y asiste económicamente a esas familias, con dos a tres BPC según los casos”, contó.
Son 900 las familias de acogida y 2200 los niños y niñas dentro del sistema. Estos programas son un recurso de apoyo temporal pensado para convocar familias solidarias que reciban en forma transitoria al menor hasta que haya sido dado en adopción o reintegrado a su familia de origen. Las familias amigas también son evaluadas por INAU, no guardan ningún vínculo legal con el menor y deberán estar dispuestas a renunciar a él una vez se llegue a una resolución definitiva.
Si la adopción nunca llega, aunque se cumpla la mayoría de edad dentro del INAU “seguiremos trabajando por su egreso”, aseguró el presidente. Abdala contó que INAU se encarga de estudiar si existe algún referente afectivo fuera del sistema. Por eso, mantienen el contacto con la familia biológica y la familia extensa -parientes que no son ni padre ni madre-, y hasta con los denominados familiares por afinidad -que tienen un vínculo con la familia biológica-, conocen al menor y están dispuestos a dar una mano o hacerse cargo de él o ella.
Eventualmente puede darse que una familia amiga busque postularse para la adopción. “Como son relaciones humanas, los reglamentos no pueden ser de una excesiva rigidez”, puntualizó Abdala, y por haber sido familia de acogida ésta no hace todo el proceso de valoración como familia adoptante. “El juez igualmente pide informes. No hicieron todo el proceso pero es lo mejor para el niño y el valor humano tira un poco más”, explicó Abdala.
Las dos campanas
La Ley de Urgente Consideración (LUC) introdujo cambios en cuanto a los plazos y la exclusividad del INAU. Uno de los 135 artículos a derogar refiere a esta potestad del juez de dar la tenencia a una familia que no ha pasado por INAU (art. 403). “La LUC lo estableció pero pasaba antes. Se reconoce una realidad existente, pero se la reglamentó y puso límites”, señaló Abdala: tenencia lícita, informes técnicos especializados previos que lo fundamenten y “lazos de tal envergadura” durante una convivencia prolongada.
Según APAU, un vínculo sólido no es argumento suficiente. Además, si esa historia no está guardada en INAU “nadie le garantiza a ese niño que cuando sea grande se le vaya a contar sobre la adopción”, sentenció Aurora.
Este juez de familia no es un juez de familia común, según explicó Abdala, sino un juez especializado. Y “es el que tiene la última palabra siempre, si el proceso es por INAU también. Siempre termina en fallo judicial”, aseguró, y aclaró además que la decisión puede ser siempre revisada por un tribunal de apelaciones.
Antes de la LUC “al juez también le llegaban situaciones de, por ejemplo, niños que viven con sus tíos y nadie sabe nada, ni el juez ni el INAU”, ilustró Abdala. En ese contexto, tras un informe técnico igualmente se comunicaría la adopción al INAU. El presidente aseguró que es algo que en los hechos ocurría, “ya había adopciones que no pasaban por INAU”, pero estos dos artículos de la LUC lo regularizan y ponen condiciones al juez.
No es la norma, pero Santiago ya conocía a los menores por ser su profesor honorario de basquetbol. La suya se catalogó como una adopción especial; él no figuraba en RUA ni hizo los trámites tradicionales. Tuvo evaluación con las duplas de profesionales y seguimiento, y todavía está esperando por la parte legal.
Aurora planteó que “puede venir una cuidadora, la tía o Juan Pérez y el juez ¿cómo determina que lo que cuenta la familia es cierto?”, y ejemplificó que en los casos que se tratan de bebés “caben mentiras” porque no pueden contestar qué y cómo se sienten. “El juez solo puede ver que no tenga la cabeza llena de chichones”, señaló.
Pero la preocupación está puesta en que no se conoce si a ese niño o niña “no lo compró alguien, una transacción o le diste a la madre una caja de bombones”, ilustró Aurora. El juez “está tapado de trabajo” y tiene que tomar una resolución. “No va a complicarse mucho y no hay garantías para los niños”, advirtió.
Por su parte, Abdala aseguró que el proceso de INAU es garantista porque el sistema en general lo es. “No podemos desconfiar de los jueces”, lamentó y explicó que las situaciones por fuera del sistema eran ilegales antes y lo siguen siendo ahora.
Otro artículo de la ley menciona acortar los plazos a 18 meses. Lo ideal para un proceso de adopción debería ser entre 16 y 20 meses, pero desde APAU aseguraron a Sala de Redacción que los plazos no van a cumplirse porque INAU no cuenta con las duplas necesarias y tiene falta de equipo técnico. En el tiempo que propone la LUC “la familia tampoco recibe preparación suficiente”, señaló Aurora. “Nadie puede tener menos de nueve meses de embarazo o el gurí te sale hecho pedacitos”, ilustró. Sin embargo, este artículo (art. 406) no se incluye entre los a derogar.
Según Abdala, 18 meses es un plazo más que razonable para la valoración de las familias, y muchas veces se hace en menos tiempo. Además, el artículo prevé que si no fueran suficientes para una familia de características muy especiales, el Departamento de Adopciones hace un informe en el que figure que todavía no están en condiciones de pronunciarse e INAU puede prorrogar. “Si en un año y medio el Estado no es capaz de llegar a la conclusión de que una familia está en condiciones de adoptar o no, es un Estado fallido”, concluyó el presidente.
“Y en el tema de técnicos en realidad venimos muy bien”, desmintió Abdala, y contó que en estos últimos meses incorporaron cuatro psicólogos en Montevideo, y otros psicólogos y asistentes sociales que estaban en INAU fueron trasladados al Departamento de Adopciones. Además, contrataron tres duplas de psicólogo y asistente social en diferentes partes del interior (Flores, Tacuarembó y Maldonado). Antes el proceso estaba “tremendamente centralizado”, pero INAU pudo “descongestionar”. “Cuando yo asumí en abril del 2020 se estaban valorando las familias del 2016, un atraso importante. Hoy estamos arreglando 2020 y este año esperamos quedar al día”, mencionó.
La experiencia de una madre
Según Aurora, fue gracias a la aparición de APAU en los medios que la adopción hoy se ve desde otro lugar. Ella es madre adoptiva desde el 2007. Regina, su hija, hoy tiene 17 años. “¿A qué edad se lo contaste?” es la pregunta que se le hace a padres y madres adoptivas. “A ninguna edad, hay que contarle desde que llega”, sentenció Aurora. “Diciéndole “¡qué suerte tenemos de estar juntos!”, o “qué feliz soy desde que llegaste”. Son muchas las formas de decirle que en algún momento no estuvo, para que tome su integración como una historia linda”, explicó.
El hijo de una compañera suya de APAU a sus tres años contaba en el jardín que nunca había estado en la panza de su madre. Sus compañeritos, asombrados. Un día la maestra llamó a esa madre: su hijo está inventando. “No señora, no está inventando. Es real”, contó Aurora.
Sin embargo, los niños pueden asumirlo o no. Regina no lo negaba, pero se manejaba de la siguiente manera: nunca se lo preguntaban, nunca lo hablaba. “Solo una vez un compañerito le preguntó por qué se había ido su madre verdadera, y ella respondió que era porque no la quería”. Aurora explicó que de esa manera Regina no vertía su enojo sobre la madre, sino sobre ella misma.
Aurora es una convencida de que lo que se genera con una hija o hijo adoptivo es tan importante como haberlo llevado en el vientre. A determinada edad lo preguntan, pero Regina “estaba encapsulándolo. Yo le mostraba fotos en las revistas de las panzotas y ella nada, como si ni le estuviera hablando”, contó Aurora. Un día estaban mirando las fotos del embarazo de su prima: “ahí bajó la cabecita y me dijo: mami, yo quería estar en tu panza”.
Según Aurora, era necesario que lo dijera. “La senté en la falda y le dije que nosotras nos amamos desde siempre y aunque no estuviese en mi panza estuvo en el corazón de mamá y papá desde antes que estuviera en la panza de nadie”, contó. Allí fue cuando Aurora la apretó en su pecho y “la invité a entrar en el corazón y en el cuerpo de mamá”.
Para Regina fue sanador. “Algo así como un ritual cortito que le decía que está conmigo y es parte de mi”. Los ritos son importantes, sostuvo Aurora, porque “lo que vos no tenés, lo podés ritualizar. Mostrar que lo importante es todo lo que hemos construido desde ese momento en que nos encontramos en adelante”, concluyó.
Un día Regina le preguntó a Aurora si podía tener a su madre biológica en el corazón. “Claro” le respondió, “porque te tuvo nueve meses en la panza e hizo todo lo que pudo. No pudo después, pero dentro de la panza si y naciste preciosa, sanita, divina, eras un muñeco”. Aurora insistió en que hay que ayudarlos a no enojarse con la madre. Sin embargo, es curioso como siempre preocupa su figura: “la madre es la que se fue, la que abandonó, la que no lo quiso, la que no amó. No piensan en el padre” señaló Aurora y lo adjudicó a la imagen de maternidad ligada a la mujer. “Un hombre que se va de la casa está más normalizado”, agregó.
La más chica nunca habló. La mayor sí. Tenía lo que se conoce como sobre adaptación, contó María; una sobre exigencia por miedo al abandono. Ella quería ser la mejor alumna y todo siempre estaba perfecto “porque si no estaba todo bien, yo no la iba a querer”.
Un día María se lo preguntó: ¿Vos a veces no pensás en tu mamá? “Creo que está muerta”, le respondió. María sabía que no lo estaba, entonces le dijo que podía hablar de su mamá cuando quisiera, que la iba a querer igual. “Me gustó darle ese espacio como para que se sintiera en confianza. Se me tiró encima llorando, que extrañaba a la mamá. Y me contó sobre ella”.
A partir de ese momento, la niña comenzó a hablar con total naturalidad sobre su madre. Son procesos de dolor que no se pueden elaborar de un día para el otro, explicó María. “Tenía el corazón roto, pobre criatura, ¿cómo no lo iba a tener roto?”, y destacó que fue una fortaleza del INAU prepararlos: “yo no hubiese tenido la capacidad de darme cuenta sin los vídeos que ponían de ejemplos en los talleres con casos similares”.
Pregúntame a mí
Cansada de que siempre las declaraciones sean de los padres, Laura compartió su visión de las cosas con Sala de Redacción. “Siempre se va a las madres y los padres, pero ellos sienten otras cosas. Nosotros también queremos hablar”, declaró. Ella tiene 20 años y estudia Educación Social.
Al primer mes de nacida la adoptaron. Fue por INAU. A sus padres y a ella les gustaba “eso del anonimato, que quedaran las cosas ahí. Ellos no sabían quiénes eran las personas que me habían gestado y éstas tampoco conocían en qué familia estaba yo. Mantienen separadas las cosas, eso es re importante para que todo se arme mejor”, señaló.
Laura contó que tenía una relación preciosa con una profesora del liceo, al punto de que la docente le comentó que estaba pensando en adoptar. En ese momento se sintió en la comodidad de contarle que era adoptada. “Y no le tengo que decir no digas nada. Ella iba a adoptar. Si sabes un poco de adopción, sabes que es mi historia”, dijo. Sin embargo, la docente lo planteó en sala de profesores como si fuera una problemática. A Laura le iba bárbaro en el liceo, sólo que había decidido no mencionar el tema. Amigas de ella se enteraron y no por boca suya. Los profesores le pedían disculpas llorando, pero se justificaban en que pensaron que ella la estaba pasando mal. “¿No es mucho más fácil preguntarme a mí? Al final creo que no hay que decir una mierda porque después te ponen en la lupa”, concluyó.
A pesar de que en su casa siempre hablaron del tema y no hubo un momento específico de “bueno, vení, sentate”, ella pecó de idealizar a sus padres. “Pensás que tus viejos tratan el tema de la mejor forma que existe, pero después crecés, abrís un toque la mente y empezás a ver cosas que capaz no estaban tan buenas”, explicó.
“Hay tres formas de llevar mal un adopción: la sobreestimulación a que el menor sepa su identidad, no contarlo, o ‘te escuchamos, apoyamos y todo, pero alguna cosa nos la guardamos en el bolsillo’”, mencionó Laura.
Contó que recién este año pudo acceder a una carpeta con su expediente y los datos básicos de su progenitora que le dieron a sus padres cuando hicieron los trámites por ella. A sus 15 años había querido saber un poco más sobre su identidad. Sus padres fueron al INAU pero les aconsejaron que Laura fuera un poco más grande, porque significaba exponerse a procesos psicológicos demasiado complejos. “Tuve mil curiosidades en la vida y nunca se les ocurrió comentarme que había una carpeta hasta ayer. Ellos me decían que no sentían que era el momento pero, ¿eso lo tenés que sentir vos o lo tengo que sentir yo?”, cuestionó.
Cuando discutía con sus padres, Laura se preguntaba si estuvo bien en hacerlo y qué pasaría si no la querían más por eso. “Al final no pasaba nada”, recordó. Laura remarcó la importancia de aceptar si existe “un tema” con el abandono, y no hacerlo solo porque “la psicóloga diga que por ser adoptada vas a tener este problema”, señaló. Toda emoción tiene un punto social o cultural inculcado. Laura no sabe hasta donde lo sufre o “se me arma por una cuestión social” y enseguida culpa a la enorme ignorancia de las personas respecto al tema.
Cuando era chica decía mucho que era adoptada, hasta que en un momento comenzó a tener un choque en la escuela con sus demás compañeros que no lo eran. Contó el caso de un niño que le dijo: “vos habrás salido de un contenedor”. “Está todo muy entendido para la familia super tradicional”, señaló y reflexionó sobre las tareas domiciliarias que mandan en la escuela, como la de llevar una foto tuya en la cuna; “¿Y si no la tengo?”.
“Que me pregunten lo que sea con total libertad está demás, para que después puedan decir ‘no, pará, esto no era tan así’. Para mí eso es algo enorme, me estás dando un abrazo cada vez que lo haces”, destacó. Laura hizo un llamado a parar con la ignorancia y ser “opinólogos de todo”. Destacó la importancia de escuchar e ir directo a la persona para ver cómo se siente. “Estas situaciones son delicadas, pero muchas otras también lo son. Hay que informarse y no dejar de tratarlo por ser un tema sensible”, concluyó.