Federico Mono Bavosi tiene 42 años y desde los 18 que es profesional de básquetbol. Jugó 11 temporadas en España y estuvo en clubes uruguayos como Unión Atlética, Malvín, Aguada, Trouville y Cordón donde juega actualmente. El básquet es su pasión desde niño: asistió a la escuela “Experimental” de Malvín y al volver a su casa merendaba, dejaba la túnica y la moña, y se iba a la placita o al club a jugar con amigos. En diálogo con Sala de Redacción, Bavosi explicó que su experiencia escolar sumada a la inserción social de los clubes españoles (que presenció por su pasaje en las ligas de España), lo inspiraron a tomar un modelo similar para replicarlo en Uruguay: el de NBA Cares en Estados Unidos. Así es que surgió la ONG Basketfolk, por un lado para fomentar el básquetbol en barrios donde los clubes y el deporte no tienen mayor presencia, y por otro para estimular hábitos saludables.

Te profesionalizaste muy joven, pasaste por España y conociste una forma de vivir el básquetbol distinta a la de Uruguay. ¿Cómo funcionan los clubes allá?

—En España es muy diferente, muy pocas ciudades tienen más de un equipo. Los clubes como el Barcelona y el Real Madrid funcionan con el dinero del fútbol, pero en el siguiente nivel están equipos como el Unicaja (Málaga), Baskonia (Vitoria, país Vasco) o el Valencia. Esos son proyectos privados que suelen funcionar con ayudas públicas, dinero de los gobiernos locales, provinciales y autonómicos. Para ellos es una forma de decir “los apoyamos”, ya que son parte de la marca país. Por ejemplo, Andorra es conocida por la nieve y por su equipo de básquetbol, entonces representan a la ciudad, a la comunidad y funcionan fundamentalmente con ayudas públicas.

¿De dónde surge la inspiración para comenzar Basketfolk?

—Basketfolk nace de una experiencia mía en España, precisamente en la ciudad de Vigo jugando para el Gestibérica (ex equipo de básquetbol). Previo a los partidos de local visitábamos una escuela, un liceo y llegamos a ir hasta a un hogar de ancianos como una forma de devolverle a la comunidad el apoyo que recibíamos. El básquetbol lamentablemente es un deporte elitista. Debería ser popular y debería ser de fácil acceso para cualquier niño sobre todo en edad escolar. 

Acá los niños no pueden jugar al básquet, a menos de que estén en Malvín, Buceo, Prado o en el Centro. Por eso, la autocrítica que hice hacia mi deporte cuando volví del exterior fue reconocer que estos gurises no pueden tener lo que yo tuve: llegar de la escuela, dejar la túnica, la moña y la mochila en mi casa, merendar e irme para el club. Con lo sano que es para ellos que jueguen por ejemplo al básquetbol, al hándbol o que tengan una biblioteca cerca.

¿De qué se trata la ONG? 

—Nuestra intención es universalizar el acceso al deporte. Primero la idea fue dotar de infraestructura algunas escuelas, pero después me di cuenta de que no era suficiente porque no alcanza con poner 100 canchas de básquetbol en Montevideo. Lo que hay que lograr es que los niños puedan jugar, conocer el juego, llevarles esa cultura de básquetbol que sí se ve en algunos barrios de la ciudad. Por ejemplo, mejorando la infraestructura, llevando profesores y entrenadores que les den básquet a los niños de una forma más lúdica, apoyando los planes de educación física de la escuela. Lograr que conozcan el juego y que mañana podamos poner canchas de básquet en barrios en donde no hay clubes y los niños tengan ganas de agarrar una pelota, salir de la escuela y largarse a jugar.

El básquetbol es un deporte elitista. Debería ser popular y debería ser de fácil acceso para cualquier niño sobre todo en edad escolar. 

¿Cuándo comenzó a funcionar?

—Empezó por el 2015-2016, en esa época fue mi primera reunión con las escuelas, pero ahí todavía era un proyecto personal. Más adelante se lo expliqué a Bruno Fitipaldo (basquetbolista del Lenovo Tenerife y capitán de la selección uruguaya), que es un fuera de serie tanto afuera como dentro de la cancha. Teníamos la personería jurídica creada -o sea la ONG es una asociación civil sin ánimo de lucro-, luego nos propusimos ampliar la forma de conseguir recursos para generar una estructura con diferentes entrenadores. Ellos son los que van a las cuatro escuelas con un coordinador, y ahora estamos por empezar también una escuela de básquetbol femenino en Malvín Norte.

Bruno Fitipaldo y Federico Mono Bavosi junto a un grupo de niños y niñas de la Escuela de Punta de Rieles. Foto: Gentileza de Basketfolk. 

¿En qué barrios están presentes actualmente?

— Trabajamos con una escuela en Punta de Rieles y con otras en Flor de Maroñas, Piedras Blancas y en Manga, ubicadas en la zona este de Montevideo. Cuanto más lejos para los niños, más difícil es tener acceso al deporte. La clave es que los profesores o los entrenadores que trabajan con nosotros tienen la sensibilidad suficiente para trabajar en estos contextos, junto al conocimiento del básquet y de las características de las edades de los niños. Entonces, lo que se da de básquet es muy relativo, hay veces que son juegos con la pelota de básquet y otras partidos. Además este deporte tiene una de las ventajas más grandes; como no conocen el básquetbol, lo podemos hacer mixto y nadie se lo cuestiona. Sin embargo, como pasa en todo Uruguay, el fútbol tradicionalmente es de los varones. Esa es una realidad que va a costar cambiar, que se está cambiando pero falta.

¿Con cuántos niños y niñas trabajan?

—550 niños y niñas, de los grupos de cuarto y quinto año de las escuelas en las que estamos.

Sos muy solidario con la escuela pública… 

—Lo centro en la escuela pública porque me marcó, fui a la escuela Experimental (de Malvín) y la amo. Entiendo que en los contextos donde nosotros estamos, las escuelas son muchos más que el lugar en donde ir a aprender, para muchos niños es un lugar de contención muy importante. Si reforzamos la presencia, si conocen el deporte, juegan y pasan bien lo van a agarrar con más fuerza y nosotros vamos a poder ayudarlos más porque nos lo van a solicitar. 

¿Cómo trabajan para engancharlos con el deporte?

—No sólo vamos a las escuelas, sino que también las escuelas salen de sus edificios y hacemos visitas a clubes como Defensor o Aguada. Ahora estamos arreglando para ir a Cordón. El año pasado (2022) fueron a Trouville y dos veces al Antel Arena a ver partidos de la selección uruguaya. Es darles básquetbol. Ellos pueden verlo en la televisión o ir a un partido y les llama la atención porque la cancha está llena, la gente canta y grita, entonces no hay otro deporte en Uruguay que tenga la capacidad de atraer al público como el básquetbol, descontando al fútbol. El uruguayo lleva esa pasión adentro, por eso estamos intentando redireccionarla hacia el juego. De las cosas más hermosas que nos pasó es que en el recreo ya no van todos al fútbol sino que ahora piden la pelota de básquet y eso es algo que cuesta muchísimo cambiar. 

—¿Cómo es para vos repartir tu tiempo entre la actividad profesional y Basketfolk?, ¿Es desgastante? 

—Yo al principio iba a todos los encuentros, pero tenía seis años menos y solamente a mi hijo mayor de 15 años en España. Ahora están mis mellizos de tres años y medio, entonces no tengo demasiado tiempo. Aparte nunca tuve la capacidad para gestionar un montón de cosas que ahora sí las podemos hacer en equipo, primero con Belén Marfetan (primera coordinadora y gestora), y ahora con Joaquín Peregalli, quien gestiona todo y aúna la coordinación junto a los entrenadores Manuel Ferrer, Marcos Olivera y Santiago Canto para cada actividad con los chicos. Si hay una actividad con Macro Mercado, por ejemplo, con quien tenemos un convenio de apoyo económico, lo gestiona el equipo. Ahora Bruno y yo nos ocupamos de ser la cara visible de este proyecto, porque tenemos la llegada con la gente y muchas veces las marcas lo que van a querer es vernos a nosotros.

¿Con el equipo que conformaron pueden manejar mejor los recursos?

—Para hacerlo, hay que hacerlo bien, porque actividades se pueden hacer un montón. Nuestro objetivo para 2024 es poder llegar a más niños. Estamos intentando llegar a otras zonas de Montevideo o una presencia más fuerte en los lugares donde estamos. Hasta ahora no nos da para ir a más, porque en realidad si tenemos plata o recursos para ir a seis escuelas, no podemos ir a las seis sino tenemos que ir a cuatro. Nos enseñaron que hay que hacerlo bien en esas cuatro y cuando puedas crecer, crecés. Más allá de los gastos de los sueldos, de infraestructura y de pelotas, que son cosas que asumimos permanentemente, también hay actividades. Ahora gestionamos transporte de ómnibus con Cutcsa y con Ucot, pero nos mandaron un ómnibus para 40 personas y son 60 gurises. Entonces tenemos que pagar transporte para 20 niños. Por otro lado está también la merienda. Siempre hay que estar un poquito por encima, porque la realidad no la vamos a cambiar en un año ni la vamos a cambiar en un curso. 

Hasta ahora no nos da para ir a más porque en realidad si tenemos plata o recursos para ir a seis escuelas, no podemos ir a las seis sino tenemos que ir a cuatro. Nos enseñaron que hay que hacerlo bien en esas cuatro y cuando puedas crecer, crecés.

Cuando te retires de la actividad profesional, ¿pensás dedicarte de lleno a la ONG o cómo lo complementarias?

—Seguramente le dedique más, hoy no tengo el tiempo para hacerlo. El día que no esté en actividad tendré otra carga horaria, pero no tengo duda de que voy a estar más presente. Sé que le puedo dedicar más calidad a la ONG, ir a más actividades o reunirme con empresas.

Porque no tengo la formación y la capacidad de gestionar esto como lo hace Joaquín, lo que sí tengo es la habilidad de explicar de qué se trata y sobre todo de transmitir mi experiencia de lo que significa ser deportista profesional. Lo que viven los niños en cada una de las actividades es increíble, es hermoso y lo que te devuelven es un bien y es absolutamente recíproco. Ellos te agradecen y nosotros le agradecemos a ellos por cómo pasamos. También le agradezco a mis compañeros por acercarse. 

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