En el norte las llaman locas sueltas, en el sur las acusan de ver fantasmas en todos lados. Quizás por eso, una afirma que ser feminista en el Interior se siente como remar en dulce de leche y otra, a decenas de kilómetros, elige llamarlo trabajo de hormiga. Que cuesta, cuesta. Lo dicen todas. Y, sin embargo, la participación en cada uno de los departamentos aumenta. 

Desde distintos puntos del país, con realidades diferentes pero con una lucha en común, referentes de colectivos feministas hablan con Sala de Redacción y retratan su militancia, el abordaje colectivo del feminismo, los obstáculos que enfrentan a nivel judicial y social. 

“Militar en el Interior implica un doble esfuerzo” porque “el patriarcado está muy invisibilizado”, dice Gabriela Casotti, integrante del colectivo Nietas de Abella, de San José. “Naturalizamos muchísimas prácticas sin darnos cuenta, entonces necesitamos compartir con gente que tenga otra mirada y no te quede mirando como diciendo: ‘¿de qué me hablás?’”, explica. Aunque existe desde 2014, ella llegó un año después. Según narra, le comentaron que se estaba armando ese espacio y se acercó porque el feminismo le interesó “desde siempre”, pero además porque lo consideraba “un espacio muy necesario” dadas las características ideológicas de su departamento. Desde entonces, y entre otros proyectos, se dedicaron a la organización de las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y del 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Si bien se ha dificultado la participación, porque tanto ella como sus compañeras están “con mucha cosa al mismo tiempo”, se las ingenian para mantener el contacto y continuar avanzando, como lo han hecho desde el principio. 

En Lavalleja, un grupo reducido de mujeres se encuentra una y otra vez en diferentes instancias de militancia. De acuerdo a lo compartido por Mariainés Guillén, docente e integrante del Colectivo Diversidad Lavalleja, durante gestiones departamentales anteriores “había políticas sociales que generaban convocatorias para personas que tenían interés en manifestarse”. A partir de ellas, hace alrededor de 6 o 7 años, comenzaron a conformarse distintos grupos que luego pasaron a organizarse “como sociedad civil”, para ganar independencia y autonomía. Desde la Coordinadora del 8 de marzo y el Colectivo Diversidad Lavalleja, hasta Mujeres sin Miedo y Mujeres Rurales Organizadas, los colectivos abundan pero aún no han logrado nuclearse en un solo lugar “por todo lo que implica ser mujer, estudiar, trabajar y el cuidado”. A pesar de eso, el camino recorrido es extenso. Junto a la organización de marchas y alertas ante femicidios, también han coordinado talleres y conversatorios sobre la normativa vigente respecto a la violencia de género, muestras fotográficas y encuentros con equipos de otros departamentos. 

“Si bien ahora estamos más organizades, el trabajo ha sido difícil por la población, por la ausencia de espacios y de diálogo con instituciones y por la falta de un marco institucional del gobierno”, dice Guillén. Según explica, “la mayoría de la población es mayor y nunca han sido bien vistas las actividades que se han hecho”, pero también es posible destacar que en los últimos años se ha observado “un cambio cultural en las nuevas generaciones, que se abren y participan”, especialmente en el colectivo que ella integra. Si tuviera que buscar una razón que fundamente este impulso, la militante entiende que en la actualidad hay un retroceso en materia de políticas públicas al que la juventud se opone. “Los recortes se sienten”, pero el hecho de que por este motivo “se han acercado muchos jóvenes a militar, es súper importante de rescatar”, subraya.

Para Elisa Rocha, integrante de la Colectiva Feminista de la Frontera, de Rivera, la militancia feminista es diferente a las demás. “En un sindicato no hablás de tus sentimientos, no hablás de tu historia personal, no reflexionás sobre tus vivencias a la luz de la teoría o lo que le pasó a otras personas”, plantea. En la Colectiva Feminista sí, y eso es tan “rico” como “doloroso”, pero lo valioso es que si se habilita esa apertura es porque puertas adentro existe una contención.

La Colectiva se ha dedicado, entre otras cosas -como la organización de una feria feminista de gran convocatoria-, a recibir y acompañar a víctimas de violencia de género. A pesar de que la mayoría de sus integrantes no tienen más formación que la impartida en un taller del Encuentro de Feministas del Interior, mes a mes han intentado colaborar con mujeres que se acercan buscando ayuda. Cuando sucede, las acompañan al servicio del Mides y a la comisaría a denunciar, gestionan la cobertura de un abogado y, si es necesario, también consiguen canastas de alimentos. Según Rocha, un objetivo clave para el futuro es lograr instruirse técnicamente para enfrentar estos casos con más herramientas, pero mientras tanto lo importante es “activar” y “además de acompañar, hacer visible el problema, en el caso de que las víctimas así lo deseen”. 

La agrupación forma parte de la Red Las Lilas, impulsada por Mujer y Salud Uruguay (Mysu) para el acompañamiento feminista en abortos. La Red cuenta con colectivos de otros departamentos, como Canelones, Colonia, Maldonado, Paysandú, Salto, Tacuarembó y Treinta y Tres. Su objetivo es orientar a mujeres que deciden abortar, brindándoles información sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y asesorándolas al respecto de los servicios disponibles en su localidad. “Las compañeras que formamos parte recibimos dos cursos, uno por parte de socorristas de Argentina, el año pasado, y este año, otro por parte de Mysu”, sostiene Rocha. Gracias a estas instancias de aprendizaje, tienen un protocolo de seguimiento y saben “qué hay que preguntar y a dónde acudir”. 

A la vista

Se habla de poner el cuerpo. De ir y estar, aunque el cansancio amenace con ganar y el tiempo apriete. Algunas dicen que también hay que dejar cabeza y corazón. “Sobre todo, corazón”. Y en algunos casos, en los que sus protagonistas se exponen sin importar lo que pueda pasar, la frase cobra aún más sentido. 

La Revuelta Subversiva nació en Salto, en junio de 2019. Sus integrantes, como las de varios departamentos, también se conocían de otros espacios de militancia y según explican Camila Mattera y Silvina Cayetano, “por interés y afinidad” decidieron “crear un colectivo enfocado en la lucha contra la explotación sexual, las redes de trata y el sistema prostituyente desde una perspectiva abolicionista de la prostitución”. Al repasar su historia, ambas coinciden en que existió un momento que lo marcó todo: cuando conocieron a Leticia Costa, madre de Nazarena Porto, una adolescente de 16 años que desapareció en diciembre de 2017 y cuyo cuerpo fue hallado semanas después. “Ella no había tenido contacto con Fiscalía ni con la investigación”, y se contactó con La Revuelta en la primera marcha que organizaron bajo la consigna Ni Una Menos. Ante su desconocimiento sobre el trabajo de la Justicia, las militantes se organizaron para ayudarla y, además de generar un nexo con Fiscalía y una abogada, decidieron investigar por su cuenta. 

“Cuando tuvimos acceso a hablar con el fiscal, porque empezamos a presionar desde los medios de comunicación, había pasado un año y medio”, dicen. En el expediente, hallaron “declaraciones de mujeres en situación de prostitución, de la zona en la que había desaparecido Nazarena”, que “dejaban soslayar” que la adolescente se encontraba desde hacía dos años en situación de explotación sexual. Así, “nos dimos cuenta que si bien no había una investigación, había algunas puntas y nosotras podíamos meternos en eso”. Y lo hicieron: fueron a la zona, conversaron con quienes allí se encontraban y corroboraron algo que, según dicen, sabían todos: “esa zona está llena de menores que están siendo explotadas sexualmente”. Para ellas, “estaba a la vista, pero no se lo nombraba, y lo que no se nombra, claramente no existe”.

“Eso fue muy importante para nosotras porque nos exigió salir a los medios de comunicación sin tener experiencia, a hacer pegatinas y notas reclamando saber qué pasó con Nazarena”, relatan. Intentaron reconstruir qué sucedió y lograron presentar una denuncia por explotación sexual en Fiscalía. A partir de su iniciativa, un nuevo fiscal tomó la causa y se abrió a compartir el proceso con su madre, “que era lo más importante”. Además, aunque es difícil catalogar el hecho de femicidio porque “como no se hicieron las pericias por parte de los forenses en ese momento y se perdió un montón de información”, descartó la posibilidad de que se tratase de un suicidio y apuntó a tomarlo como una “muerte dudosa”. Desde entonces, notaron un cambio en la gestión de este tipo de casos, tanto a nivel judicial como en los medios de comunicación. 

En Treinta y Tres sucedió algo similar. De acuerdo a lo compartido por Victoria Giraldo, integrante del Colectivo Feminista Ana Yacobazzo, en su departamento se observó un gran movimiento luego de la publicación de una nota de La Diaria que expuso “situaciones de explotación sexual comercial, trata y venta de sustancias psicoactivas”, de las que fueron víctimas al menos 20 niños. Según Giraldo, “todo eso comenzó a destaparse, pero hay gente que lo está tapando”, y por esa razón el colectivo ha aprovechado instancias como la del pasado Día de la Mujer para movilizarse frente a Fiscalía, la intendencia y la sede del Ministerio de Desarrollo Social. 

Además, al igual que otros de los colectivos, el de Treinta y Tres ha “intentado hacer un seguimiento a mujeres víctimas de violencia de género”, pero como en la Colectiva Feminista de la Frontera, sus integrantes han notado dificultades por falta de formación. “Intentamos capacitarnos, pero es muy difícil llevarlo a la práctica. Cuando tenés a la mujer en situación de violencia en frente tuyo, es un poco fuerte”, concluye Giraldo. 

En conjunto

“Veníamos sintiendo que acá en Durazno no teníamos un espacio en donde poder ser, manifestarnos, estar”, relatan dos de las integrantes de La Colectiva, que piden que no se identifiquen sus nombres por políticas de cuidado. Luego de darse “manija contra el patriarcado” entre recreos, docentes y allegadas concretaron su primer encuentro en octubre de 2018. Al principio lo hicieron con algo de timidez. Pensaron en organizar algo para el 25 de noviembre, pero no se animaron por considerarse nuevas e inexpertas. Finalmente, el 8 de marzo de 2019 “salió una marcha hermosa”, cuya respuesta y convocatoria las sorprendió y las llevó a trabajar de forma ininterrumpida. 

Antes, en febrero tuvieron su primer encontronazo con la comunidad. Luego de realizar pintadas relacionadas al caso de Varones Carnaval (“Carnaval libre de acoso” y “Durazno todo feminista”), las paró la Policía y sufrieron el rechazo de los medios de comunicación. A partir de eso, decidieron no aceptar invitaciones de la prensa porque “era para desprestigiarnos y ningunear”, además de que en esos espacios “no se entiende lo de representar, lo colectivo”. De acuerdo a lo que cuentan, las pocas veces que acudieron a programas de radio o televisión no eran vistas como las voceras de un grupo, sino que sus discursos se “personalizaban” y por lo tanto comenzaron a seleccionar con cautela las entrevistas que brindaban y a preservar su nombre al hacerlo. 

Más allá de los malos momentos, hoy destacan lo construido. No solo por el gran avance en poco tiempo -ganaron dos veces un fondo de Mujeres del Sur, organizaron talleres y encuentros y generaron una red de apoyo para mujeres y disidencias que necesiten compañía en momentos complicados-, sino también por lo beneficiosa y necesaria que resultó La Colectiva para sostener la cotidianidad por fuera del feminismo. “Es muy importante, a nivel personal, tener un espacio seguro para plantear todo, porque la vida nos atraviesa de diferentes formas y en cada lugar que habitamos sufrimos miles de opresiones”, reflexiona una de ellas. Para seguir creciendo y tejiendo nuevas redes, lo mejor es acercarse a más mujeres “que están en el territorio y que muchas veces, si reproducen determinados patrones patriarcales o machistas, es porque es lo que conocen”. Bajo este objetivo, se reafirma la premisa de que la construcción se da en conjunto, “siempre tratando de respetar eso de que nosotras no podemos venir y traer la verdad”.

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