Foto cortesía de: Huertas Comunitarias Montevideo.

Inspirada en un pequeño pueblo inglés llamado Todmorden, completó en octubre un año el proyecto que impulsó Inés Velazco. Preocupada con los desperdicios de comida empezó con una pequeña compostera de lombrices  y una mini huerta en su apartamento. Con el tiempo llegó a la conclusión de que necesitaba más espacio y así, junto a Diego Ruete, surgió Huertas Comunitarias Montevideo.

Para seguir adelante con su inquietud hizo un curso de huerta orgánica con César Vega en Punta Espinillo y, al culminarlo, pidió prestada la casa de un amigo que estaba en venta en la que había un fondo adecuado para lo que pretendía. Su aspiración era hacer del barrio un “Todmorden montevideano”, pero acá resulta difícil plantar en las calles como lo hacen en esa pequeña localidad inglesa, en la cual los vecino se organizan para cuidar y cosechar entre todos lo plantado en las veredas.
De todas formas, eso no detuvo a Inés. Invitó a través de las redes sociales a todos aquellos que tuvieran ganas de emprender esa actividad en conjunto y en una tarde, con unas 20 personas, entre conocidos y desconocidos que les interesó la invitación de Facebook, limpiaron el patio donde hoy funciona esa actividad comunitaria.
La página creada en Facebook tiene más de  5.000 seguidores y a cada convocatoria se suma más gente interesada, principalmente en reunirse para compartir. El grupo fijo de personas que trabajan en ese proyecto es de 20 a 25 personas que llegaron allí por distintas motivaciones: conocer gente, trabajar en conjunto, plantar y cosechar su propio alimento.
Huertas Comunitarias del Cordón fue un germinador para que otras surgieran en distintos puntos de la ciudad con el mismo objetivo. Malvín Norte, Blanqueda, Villa Dolores, Parque Rivera y Colón ya cuentan con sus huertas comunitarias, que funcionan de forma autónoma. “Nuestro sueño es que en cada barrio haya una huerta comunitaria, plantar frutales en las calles y quizás también hacer huertas en ellas”, dijo  Inés Velazco a SdR.
La idea ha tenido repercusiones positivas. Recibieron propuestas del Mides para trabajar en refugios con personas en situación de calle y también familiares de gente privada de libertad del Centro de Rehabilitación Nº 7 de Canelones. “Soñábamos que iba a ser grande porque esto en un movimiento que atravesaba todo, edades, posición social y cultural”, confesó Inés. “El contacto con la tierra es muy terapéutico, sanador”, agregó. Además de plantar también brindan y participan de charlas y seminarios acerca del tema y este año fueron incluidos en las actividades por el Día del Patrimonio que se realizaron a principios de octubre. “Nuestra propuesta está haciendo ruido”, dijo Inés sobre la invitación que recibieron del Ministerio de Educación y Cultura, y del cual el 28 de enero de este año recibieron la declaración de interés cultural.
El trabajo es totalmente honorario y todos se dedican a otras actividades, pero tienen una cuenta de Abitab para recibir donaciones y poder autosustentarse. “La idea es que un día sea autosustentable, que podamos vender los plantines y que surja trabajo para los que están acá”, señaló Inés. Además, dijo que lo más enriquecedor es la comunidad que se crea con la actividad, “la unión de corazones y cabezas pensando por el bien común. La mayor cosecha es otra, no está en tomates o lechugas sino en valores que estamos compartiendo”, concluyó.
Milva Pintos

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