La foto que le costó el exilio a Tita Merello. FFoto: quiknbtadquintadimensionimensión. org

Bataclana confesa, supo explotar sus virtudes y forjó con su carácter implacable una nueva forma de ser artista. Protagonizó numerosas obras de teatro y películas que la consagraron como actriz. Desde siempre estuvo ligada al tango y al arrabal, al que cantó desafiando las convenciones de su época.
Nació en un conventillo bonaerense, hija de una familia humilde y de un contexto difícil pasó parte de su infancia en un asilo. En Montevideo, en la misma ciudad que luego la recibiría como una estrella, trabajó como sirvienta cuando era apenas unas niña. También realizó trabajo rural “Como un hombrecito”. Más adelante, se autodefinió como una chica triste, pobre y fea.
“Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo. Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia… No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia del pobre siempre es más corta que la del rico”
La necesidad económica la llevó a incursionar en el ambiente artístico y su carrera tuvo un comienzo trunco en el Teatro Avenida. Luego el Teatro Bataclán del bajo flores la vio crecer y desde allí se catapultó al Maipo. Sus interpretaciones de personajes transgresores demostraban el coraje y el desparpajo de Merello, aunque la encasillaron en un género del que muy pocas veces pudo desprenderse. Supo incursionar en el género dramático y ganarse el cariño de la gente desde otro lugar con papeles como el que interpretó en “Madre María”.
Fue analfabeta hasta los 20 años, pero luego de aprender a escribir colaboró con la revista Voces y tuvo una breve trayectoria como periodista. También escribió letras de tango, siempre en clave de humor.
“Muchacho rana, bailate un tango,
dejá el bolero, cachá a Gardel.
Hacete un hombre como Dios manda,
dejá ese circo es para tu bien.”
El reconocimiento público llegó luego de sus interpretaciones cinematográficas. El musical “Se dice de mí” la consagró como profesional. Mientras rodaba esta película, Merello demostró su desparpajo al lograr que el gobierno de Juan Domingo Perón levantara la censura que recaía sobre su coprotagonista, Pepe Arias. Aunque nunca se autodenominó Peronista, fue prohibida en la dictadura por aparecer en una foto con Perón. Se fue exiliada a México y allí coincidió con Libertad Lamarque, Pedro Infante y tantos otros exponentes de la época.
El gran amor de su vida fue el actor Luis Sandrini, con quién mantuvo una apasionda relación. El vínculo se rompió luego de su regreso de México, cuando al actor le propusieron un protagónico en Europa y a Tita uno en Buenos Aires. Ante la negativa de Merello de desistir de su papel para acompañarlo, Sandrini la dejó. Luego ella le dedicará sus letras de tangos. Se sospechaba que la actriz había tenido un amorío con Daniel Tinayre. Ella lo confirmó cuando llamó al programa de la entonces viuda del productor, Mirtha Legrand, y aclaró: “Se enamoró de mí, pero se casó con vos”.
En referencia a su vida, Tita solía decir que: “Hice de mí lo que quería, y tengo el orgullo de haber sacado, de entre las mujeres, una mujer íntegra. Yo le di la cara a la vida, y me la dejó marcada”. En 1980 fue operada de cáncer de útero, y a partir de ese momento trató de concientizar al público femenino de la importancia de la prevención. Con su estilo chabacano y particular, invitaba a las mujeres a realizarse controles ginecológicos con su popular frase:  “Muchacha, hacete el papanicolau”.
Merello siempre fue una persona solidaria. En sus últimos años la soledad fue su gran compañera y la llevó a caer en sucesivos estados depresivos. Su longevidad la tomó por sorpresa y no supo cómo llenar esos años que no había planificado vivir. Desde 1997 hasta su muerte, en 2002, permaneció en la fundación Reneé Favaloro. Como varias de las grandes figuras de la historia, pareció vaticinar su propia muerte y anunció que las próximas fiestas las pasaría con los suyos “allá arriba, todos juntitos”.
Laura Ana Merello, la morocha argentina, murió sola y con miedo a que la olvidaran, en vísperas de nochebuena. Pidió un funeral sin flores y al ritmo del tango “Hotel Victoria”. Ante una multitud anónima, las cenizas de Merello se perdieron en las tinieblas de un panteón en el cementerio de Chacarita, mientras una voz, ajena, cantaba: “Verás mañana cuando te olviden: que solo el tango te recordará”.
María Sara Abella

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