En el mostrador de informes del atrio de la Intendencia de Montevideo se lució por tres días un improvisado cartel, pegado con cinta adhesiva, que decía: “Debate Nacional sobre Drogas en el piso 1 y ½”. A tres escaleras de allí, alrededor de 400 personas vinculadas al trabajo con drogas traían a todos los espacios de exposición de temas vastas interrogantes sobre qué hacer ante tal fenómeno.
En las diversas instancias de participación, lo interesante no fue sólo la importante afluencia de personas vinculadas directamente con la temática lo que enriqueció desde los talleres hasta la charlas magistrales; encontrarse con muchos jóvenes entusiasmados con el debate materializó el slogan de la actividad: Cumplimos 200 años, podemos (y queremos) hablar de ciertas cosas.
Si aquellos que recibieron la invitación a participar por diversas vías electrónicas, oyeron la campaña radial donde la voz de Peter Capussotto entonaba un “estamos hablando de faso”; o simplemente vieron el folleto donde el General Artigas aparecía sicodélico y pensaron que la jornada iba a ser un debate pro-legalización, estaban muy equivocados.
Hablemos de drogas
En la última década ha existido un proceso de discusión casi permanente sobre las drogas y el tabú de lo prohibido ha comenzado a sacarse el velo. Notoriamente las drogas en el Uruguay, como en otros países de la región, se vinculan o tienen una mayor exposición cuando entran en la ecuación: pobreza + drogas = delincuencia. Sin embargo, hablar de drogas compete otras dimensiones que en el debate fueron bien planteadas.
Hablar de drogas fue: hablar de los derechos humanos de los consumidores, de las políticas estatales existentes, de la gestión de riesgos, del imaginario simbólico presente en la cultura uruguaya, de prácticas relacionadas con el consumo, de las reglamentaciones jurídicas, de prácticas sociales, de química, de toxicología, de la juventud, los espacios públicos y las drogas y por supuesto, del cultivo.
El debate tuvo características peculiares, no fue un congreso unidireccional donde uno habla y muchos escuchan, sino que, cada minuto de encuentro fue inundado de constantes intercambios y propuestas. Hablar de drogas fue compartir experiencias y desmitificar todo precepto que ponga a los sujetos como culpables. Las drogas no son ni el pecado mortal ni la poción mágica que da vida eterna. La droga es (entre otras tantas cosas) el síntoma de una sociedad con flagelos que que continuamente busca consolidar la figura de un ser humano puritano, normal y equilibrado, inexistente.
En este debate hablar fue proponer, desmitificar, problematizar y acercar a las partes. El objetivo nunca fue la defensa desmedida y la riqueza estuvo en la heterogeneidad de actores y puntos de vista.
Ni blanco ni negro
Siendo el de las drogas un fenómeno relevante tanto a nivel mediático como público y político, es necesario asentar bases y estrategias sólidas y multidisciplinarias para tratar la temática. Revocar las acepciones simplistas que se atribuyen a las drogas es un proceso que debe ser acompañado tanto a nivel social como gubernamental. Es imprescindible desarroparse de la vestidura social dominante judeo-cristiana, que a pesar de las contínuas transformaciones aun sigue estructurando el mundo simbólico alrededor de las drogas. Más nos debemos el ejercicio de abrir estas discusiones en los barrios, con vecinos, madres de consumidores, operadores terapéuticos, maestros y docentes, médicos, comunicadores y políticos.
En esta conmemoración de los 200 años del proceso de construcción como nación hablar de drogas también hace historia.
Sabrina Martínez
 
 
 
 
 
 

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