A sala llena, Mario Benedetti volvió a hacerse presente. La fundación que lleva su nombre abrió sus puertas para vivir el segundo ciclo de la serie de charlas “Mario te invita a pensar”, que el 8 de mayo tuvo una nueva instancia: “La sociedad civil organizada por verdad y justicia”.

Una gigantografía de Benedetti ubicada detrás de la mesa expositora mira atenta; parece conmovida de que en aquella sala pueda haber tantos años de lucha acumulada. “Está emocionado porque sabe que estamos recordando”, le dice una abuela a su nieto de unos seis años después de explicarle quién fue Mario Benedetti.

La sociedad civil organizada

El público espera a que Mariana Achugar dé inicio al ciclo. Por la sala se esparce un silencio expectante y lleno de espera, pero para la mayoría de los presentes la espera es algo que los acompaña desde hace más tiempo del que quisieran. También saben que hay silencios más largos y que, ante esos, es necesario estar juntos y organizados. Así fue que surgió Crysol.

Baldemar Taroco está en la sala en representación de Crysol, explica que este colectivo es una asociación de derechos humanos cuya función es la representación de todos los ex presos políticos del Uruguay. Lo describe como un lugar de encuentro y reencuentro, un lugar de comprensión, sostén y apoyo mutuo de quienes fueron víctimas del terrorismo de Estado.

Ignacio Errandonea, ex preso político, cuenta que las desapariciones forzadas comenzaron en 1971, que hubo quienes estuvieron desaparecidos días, meses, años, pero que algunos nunca aparecieron. “Fue una práctica sistemática del Estado uruguayo”, sostuvo. En ese contexto surgió la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, que hoy sale nuevamente a la calle en la 24ª edición de la Marcha del Silencio, para pedir justicia, una vez más.

Las familias fueron conociéndose en la búsqueda por los desaparecidos, relata Errandonea y conformaron la organización movidos por la necesidad de saber qué pasó con sus familiares.

Fue esa misma búsqueda de promoción y defensa de los derechos humanos lo que en 1998 dio surgimiento al Servicio de Paz y Justicia (Serpaj). Madelón Aguerre, hija de ex presos políticos, cuenta que Serpaj fue la primera organización de estas características que se creó en Uruguay.

Más tarde, en el año 2002, esa misma sed de verdad y justicia dio origen al Observatorio Luz Ibarburu, una red de organizaciones sociales que trabaja los derechos humanos relacionados con el pasado reciente en Uruguay. Una de sus integrantes, Florencia Retamosa, cuenta que el observatorio se creó para impulsar una ley que asegurara el cumplimiento del Estado uruguayo de la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso Gelman; también tiene el objetivo de exigir y alentar al Estado a que desarrolle políticas en este tema, y para organizar la información y transformarla en conocimiento útil para el fortalecimiento de la sociedad civil.

Memoria

Las emociones que se viven en la sala son compartidas por todos los presentes. Los rostros emocionados, más de uno lagrimea. La indignación parece ser colectiva y la memoria acompaña, para mostrar que recordar también es una forma de luchar.

Los voceros de las organizaciones hacen hincapié en la ausencia de voluntad política y en el poquísimo y lento avance en materia de memoria, verdad y justicia. Sostienen que el conservadurismo y las trabas del Poder Judicial hicieron que el avance fuera casi nulo. Agregan que el secretismo permanente, la impunidad y el silencio fueron priorizados por encima de la búsqueda de la verdad y justicia. Y aunque hoy la Justicia ya no tiene impedimentos formales para avanzar en la verdad, saben que hay evidencias de la resistente impunidad. “En nuestro país el avance en materia de búsqueda de verdad y justicia estuvo bloqueado por la ley de caducidad. A partir de ahí fueron dos décadas de impunidad, de forjar la cultura de la impunidad. Fue la sociedad civil quien lentamente comenzó a exigir verdad y justicia”, cuenta Errandonea

Todos comparten la idea de que la construcción de la memoria ha sido obra de la sociedad civil. Insisten en la falta de políticas en materia de justicia aún al día de hoy. Con tristeza entienden que la conducta estatal fue la de negación, el silencio y la impunidad. Responsabilizan al sistema judicial e insisten en que debe admitir su culpa. “No hablar es también complicidad. No hablar es una forma de haber traicionado. No haber hecho teniendo la posibilidad de estar en un Parlamento y tratar de modificar una realidad, es complicidad”, sostiene Aguerre.

Comparten la emoción de saberse actores de los grandes logros que la sociedad ha visto. Los avances alcanzados han sido fruto de la lucha que han dado los colectivos sociales, subrayan. “El gobierno del presidente (José) Mujica lapidó el tema, lo lapidó. Y ahí nos dimos cuenta que había que volver a juntarnos para reformular y decir: ‘se acabó’. Ya no tenemos más paciencia. Este no es un tema para esperar por la voluntad de nadie. Este vuelve a ser un horizonte ético. Porque cuando es tan grave una situación de esta magnitud no se puede negociar”, dijo Aguerre.

Verdad

La idea de memoria, verdad y justicia corre con desafíos. El paso del tiempo ha sabido jugar como elemento clave para los militares en un contexto en el que la impunidad se mantiene viva, plantean las organizaciones. Aseguran que la mentalidad que tenían los militares que llevaron a cabo la dictadura permanece al día de hoy y por eso concuerdan en la necesidad de reformar la Ley Orgánica Militar. “El aparato militar a la salida democrática no quedó estático, fue trabajo fortaleciéndose dentro de los cuarteles. Buscando un pensamiento hegemónico. Lo que estamos viviendo hoy es un proceso que se ha vivido en los últimos años, de ir sacando a las Fuerzas Armadas de los cuartes y tratando de meterlas en la fuerza política” dice Errandonea. Argumenta que las políticas de todos los gobiernos han sido complacientes con las Fuerzas Armadas y que no se exige reconocimiento ni compromiso por la búsqueda de la verdad.  “La verdad está en los cuartes. Está. Porque los archivos existen y los siguen guardado. Si no colaboran con la verdad, si no colaboran con la Justicia no vamos a poder avanzar. Y menos podemos pensar que puedan estar en las calle” sostiene.

Errandonea reflexiona que con una cultura de impunidad arraigada, un Estado ausente y con la Justicia a su favor, los militares sólo han avanzado a la vida política y social de forma impune. La omisión y la no respuesta implicaron fortalecer a los militares. Las organizaciones concuerdan en que se está yendo en camino a cometer lo que ya se vivió, que se está yendo al suicidio, porque se sabe cuándo salen a la calle, pero no cuándo vuelven a los cuarteles, y menos el precio que se va a pagar como sociedad, plantean.

El concepto de violencia institucional se cuela en todos sus discursos. Encuentran que esa violencia responde a la lógica que tenían los soldados y los policías que reprimieron, y que es la violencia que hoy está presente. Elementos como el índice de prisionalización que tiene Uruguay, el maltrato y trato inhumano hacia niños, adolescentes y adultos privados de libertad, son las consecuencias de la violencia que existió pero que luego fue invisibilizada y nunca se reparó, argumentan.

Aguirre habla de la necesidad de aceptar que existió el terrorismo de Estado “No hay otra opción posible. Ya no se puede negociar más. Hubo terrorismo y dictadura. Esto, ahora, se va a poner peor. Porque el tiempo pasó. Porque la biología actuó. Es tiempo de responsabilizar a muchas personas. No voy a mirar para adelante porque si sigo rengo, no voy a caminar”. Recita parte de la estrofa del tema de Víctor Heredia “Aquellos soldaditos de plomo”: “Quiero de nuevo el honor aunque no existan victorias, quiero llorar con la gloria” dice, y se quiebra. Levanta los ojos y se da cuenta de que todos los que están presentes ya se habían quebrado cuando ella había comenzado a recitar.

Entre los rostros emocionados, la memoria del pasado se vuelve presente. Hablar para que mañana la historia pueda concluir con verdad y justicia se vuelve una necesidad. Se mira el pasado, no sólo por el pasado, sino por el futuro que se quiere construir. Y las palabras que Mario escribió alguna vez retumban ahora con fuerza por todo el salón: “Por suerte, a veces queda un abrazo, dos utopías, medio consuelo, una confianza que sobrevive. Y entonces, triste, el adiós dice que ojalá vuelvas”.

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