De izquierda a derecha Ana Vigna, Daniel Márquez, María Ana Folle. Foto: SdR / Santiago Vázquez

 
 
De las presas, y las particularidades de las mujeres trans y las madres en las cárceles. De las operadoras, que ingresaron a trabajar en un mundo de hombres y policías. De eso se habló en “Género y Cárceles” en la Facultad de Ciencias Sociales.
Es una tarde de intensa actividad en la Facultad de Ciencias Sociales. Los espacios están repletos y un continuo trasiego de personas caracterizan la jornada. El salón de conferencias, que acoge el evento denominado “Género y Cárceles”, reúne a un nutrido grupo de jóvenes que se agolpa en la puerta. A pocos minutos de abrir las puertas, la sala luce abarrotada de un público casi en su totalidad femenino. La amplia convocatoria sorprende a los organizadores y desborda la capacidad del aula.
La actividad del 24 de mayo es la última de una serie de presentaciones organizadas por el Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales (Cecso); las anteriores trataron sobre “filosofía de la pena” y “mercantilización de las cárceles”. Quien presenta la charla agradece la asistencia y aclara que la temática de hoy es de suma importancia para el gremio, el cual “es feminista por congreso desde 2016”. También aprovecha la oportunidad e insta a concurrir a la “alerta feminista”, que se desarrolla esa tarde en la plaza Libertad, a raíz de un nuevo femicidio.
Las presas
La psicóloga María Ana Folle es la encargada de abrir la ponencia. Rompe el silencio con la canción “El Marginal” de la rapera argentina Sara Hebe; un pequeño homenaje a su autora y “a las mujeres que están privadas de libertad”, aclara, y agrega que sirve “para empezar a caldearse, entrar en situación”.
Profesional de la salud mental y magíster en Psicología por la Universidad de Barcelona, comenzó su trabajo en cárceles de mujeres en 2006 “cuando inició el período que se dio en llamar etapa progresista”, momento a partir del cual “empieza a haber una serie de transformaciones en cuanto a la especificidad territorial de las cárceles”.
Folle destaca que “con la cuestión del Código del Proceso Penal” hubo una reducción del número de mujeres presas, sobre todo en la cárcel de Colón (Unidad Nº 5): en 2011 eran casi 500 y el mes pasado no llegaban a 240 mujeres. Comenta también que actualmente el delito por el cual están recluidas la mayoría de las mujeres es el homicidio. “Esto se los digo de fuentes absolutamente fidedignas”, asegura.
Durante su exposición, la psicóloga lee tramos de la tesis de doctorado que tiene preparada para la Universidad de Córdoba, donde cuenta su experiencia y la de colegas en el ingreso a penitenciarías femeninas. En su relato destaca el hecho de que “realmente nos acongojamos cuando vemos a las madres privadas de libertad con sus hijos dentro de la cárcel, que son las menos”, pero que en cambio con el resto de las mujeres presas que son madres pero que no tienen a sus hijos a su lado, “ya hay otra distancia, no nos conmueven tanto y eso va para nosotros ¿verdad?”, espeta al público.
María Ana Folle cierra sus 20 minutos de exposición contando “una pequeña anécdota” de la cárcel de Florida. Cuando llegaron con el equipo de trabajo, después de la entrevista con el jefe de policía de quien dependían las cárceles del interior, se encontraron con que “a la hora de la siesta no se podía hablar”. A esa hora “las mujeres se recogían, se plegaban sobre sí mismas para poder pensar en lo que habían hecho”, dice, y pregunta retóricamente: “¿inglaterra, 1870? No, Uruguay, 2010”.
Paridad laboral
A Folle le sigue Ana Vigna, locataria por ser egresada de la facultad. Socióloga, también es Magíster; trabajó sobre la población carcelaria pero no hablará “de las mujeres privadas de libertad, ni de los hombres privados de libertad”, sino que intentará “introducir la dimensión de género en el análisis del personal penitenciario”. Tituló a su presentación “Cuidados y Castigos: dilemas del rol penitenciario ante la feminización de la fuerza de trabajo”. La exposición de Vigna se para del otro lado de la reja.
La feminización de la fuerza de trabajo en las cárceles se dio en un contexto de reforma penitenciaria, el cual propició “la conformación de un sistema nacional que intentó sacar de la órbita de las jefaturas todas las cárceles del Interior”. Para Vigna, tiene un “fuerte componente de despoliciamiento”, porque hasta hace poco tiempo todos y cada uno de los funcionarios que trabajaban en las cárceles eran policías. La reforma implicó entre otras cosas la creación de cargos del escalafón S, específico para operadores penitenciarios dentro del Ministerio del Interior, que “son civiles que están contratados, o sea, se presentaron para trabajar en cárceles, fueron capacitados y desempeñan su rol dentro de la órbita civil”.
Para la magíster esto determinó, “queriéndolo o no”, un proceso de feminización del personal que hasta ese momento era en su totalidad masculino, ya que “como todos sabemos el 95 por ciento de la población privada de libertad eran hombres, ahora tal vez más”. Para los últimos llamados se han presentado “muchísimas mujeres, de hecho, más mujeres que hombres”.
Un censo realizado al personal penitenciario en el año 2015, en el que Vigna participó con el Departamento de Sociología de la facultad, arrojó datos sobre la proporción de mujeres y hombres. Dentro de los funcionarios policiales el 82 por ciento son hombres mientras que entre los operadores penitenciarios, las mujeres son mayoría, casi un 60 por ciento del total.
Hombres y mujeres no están distribuidos homogéneamente en las tareas: al personal masculino “le toca las tareas de hombres y a las mujeres las tareas de mujeres”, ironiza Vigna. Concluye que los hombres están “sobrerrepresentados” en las tareas de custodia y seguridad, así como en el trato directo con los presos, mientras que las mujeres lo están en las “áreas técnicas o que tienen más que ver con las intervenciones vinculadas a la rehabilitación o el tratamiento”. A su vez, las mujeres están “sobrerrepresentadas en la revisoría de las cárceles, una tarea que insume mucho personal”, porque “así como la población penitenciaria es principalmente masculina, la población que visita es principalmente femenina; son mujeres las que asisten a visitar a los presos hombres y a las presas mujeres también”.
Para terminar Vigna expone la opinión de los propios trabajadores de las cárceles, tanto operarios como policías, en cuanto al tema. El resultado está basado en un cuestionario que contenía afirmaciones como: “la incorporación de funcionarias mujeres en el trato directo con los internos puede significar un riesgo a la seguridad de los establecimientos” o “las funcionarias mujeres son más fácilmente manipulables por parte de la población reclusa que los hombres funcionarios”. Las frases buscaban obtener el grado de acuerdo o desacuerdo del personal. La encuesta arrojó que, en su amplia mayoría, son los hombres los que están en desacuerdo con la incorporación de las mujeres y, dentro de éstos, los funcionarios policiales destacan por su rechazo a la inclusión.
Desde las sombras
El tercer y último turno del coloquio corresponde a Daniel Márquez, médico y docente de medicina familiar y comunitaria. Es referente de ASSE para la atención de poblaciones vulneradas y trabaja en la policlínica del hospital Saint Bois, especializada en la atención de personas trans. Su inclusión en la actividad se vincula más con su rol como participante del programa “Nada crece a la sombra”, el cual trabaja desde distintas áreas con adolescentes, adultos y personas trans privadas de libertad.
Márquez comienza relatando su experiencia en el hospital Saint Bois con personas transexuales. Apunta a un vacío en la formación de los médicos para dar cuenta de las dificultades en el tratamiento de esa población, ya que “básicamente no hay ninguna materia en Facultad de Medicina que sea obligatoria y en la que aprendamos, por ejemplo, cuando viene una persona que nació con el sexo biológico masculino y se identifica como mujer, a llamarla como mujer, a identificarla como mujer trans o preguntarle: ‘¿cómo te identificás?’”, explica.
Para dejar más claro este punto, cuenta que en un comienzo “no había estudiante que resistiera el turno nocturno del Saint Bois, se iban mal”. Vista esta dificultad para retener a los practicantes “hubo una intervención de afuera y nos recordaron una materia que tenemos siempre en Facultad de Medicina, que es Ecología Médica, donde nos decían que teníamos que aplicar el concepto de distancia óptima”, acota. No convencido con la respuesta del afuera, Márquez se explaya en su disconformidad con el saber médico dominante y con la formación. Para este docente, “ese concepto es el opuesto, debería ser cercanía óptima y no distancia óptima. Pero desde ahí es que viene la construcción, ese concepto sigue estando, se sigue dando en el pregrado, y es de donde partimos”.
De su experiencia en las cárceles saca la conclusión de que el concepto de salud que allí se maneja es muy reducido, donde además “los determinantes de la salud están todos afectados”. Culpa de esto a la mala alimentación y al trato distante que existe en la atención a los internos. Se pregunta por qué no pasa lo mismo “en la policlínica de Barrio Sur que en el Comcar. ¿Por qué no? ¿Por qué no pasa esto de la visita domiciliaria? Hemos visto en el Comcar que las celdas son sus domicilios. De hecho, están domiciliados en ese lugar; ponen fotos, le ponen su impronta personal”, insiste.
Márquez abunda sobre las peripecias que pasan las personas trans en la cárcel. Apuesta a problematizar el asunto y pensar en “mujeres en una cárcel de varones. ¿Qué pasa ahí?”, se cuestiona, “cuántas vulneraciones de sus derechos podemos pensar desde ahora sin haber ido al Comcar, sin haber estado”. Invita a pensarlo “también desde el lugar de las especificaciones que quieren las personas trans que están privadas de libertad: inyección de silicona industrial, migración de la silicona industrial, amputación de los miembros, incapacidad para hacer las tareas habituales de la vida diaria, hormonización clandestina, alteraciones de la salud mental por esa hormonización, en un contexto de encierro, rodeadas de hombres”.
El evento organizado por el Cecso termina como empezó, con una canción. Esta vez a instancias de Daniel Márquez, quien para finalizar su exposición pide pasar una pieza de rap, compuesta por presos con los que trabaja “Nada crece a la sombra”. El tema está dedicado a una interna que forma parte del programa, quien pasó más de 25 años en la cárcel y estaba por ser liberada. En el estribillo, varias personas repiten en honor a la presa: “floreció una rosa en el cemento”.
Santiago Vázquez
 

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