La hinchada a través de la pantalla del Impo. AFP PHOTO / Pablo PORCIUNCULA BRUNE

La ciudad se paralizó a las 9 am. Bajo un cielo nuboso, en la explanada de la Intendencia de Montevideo, alrededor de 200 personas cantaron el himno frente a la pantalla del Impo. En el corazón del centro, la siempre convulsa intersección de Ejido y 18 de Julio vivió entonces la solemnidad. La paz que antecede a la tensión.
A una cuadra, por la calle San José, el Mercado de la Abundancia era un mundo paralelo. En el edificio de más de 150 años se formó un público de quince hombres y una mujer, entre ellos, Daniel Martínez, intendente de Montevideo. Sin sobresaltos ni exabruptos, los señores tomaron café y vieron la emisión de La Tele. Cada tanto alguno se mordió el labio, otro se rascó el mentón y hubo alguien que hizo ese gesto ansioso de mover una pierna sin parar. El primer tiempo fue lento. En silencio y sin desviar los ojos del objetivo, los comensales estuvieron solos con la pantalla.
“Se juega en Rusia pero se vive en La Tele”, comentó el relator. Con una capacidad de 42.500 espectadores, el Arena de Ekaterimburgo entró en la pantalla. A los 13 minutos se anunció la primera “acción colectiva” de los uruguayos frente a los egipcios. El capitán del equipo, Diego Godín, dio señales pero no alcanzó para romper con la previsibilidad. Karma o maldición: no ganar el primer partido era predecible.
En el segundo tiempo el sol iluminó el David de la explanada de la intendencia vestido con el uniforme de la selección. Hay quienes afirman que el fútbol es un arte. Como premonición o aliento, un celeste se abrió en el cielo. En la bifurcación de 18 de Julio y Constituyente los más fanáticos crearon la primera fila del show. En las primeras escaleras tres indigentes con sus pocas pertenencias y sus dos perros con la camiseta celeste, alternaron entre risas, llantos y abrazos.

En la explanada de la Intendencia de Montevideo, frente a la pantalla del Impo. AFP PHOTO / Pablo PORCIUNCULA BRUNE

El grito se anticipó cinco segundos al gol. Alguien volvió del futuro con la primicia de la derrota de los campeones africanos. La tensión que antecede a la paz. Casi al final, a los 89 minutos, un cabezazo de José María Giménez rompió el letargo. Estalló un frenesí colectivo. Un hombre en silla de ruedas intentó pararse, las aves volaron espantadas y los perros impasibles se dejaron abrazar. Segundos después, silencio. Hipnosis de nuevo. Los ojos volvieron a la pantalla.
Terminado el partido la red de personas se disolvió. David de manga corta volvió a estar solo en la Intendencia de Montevideo y la vida pareció seguir su curso normal. Pero prendí la tele. La cobertura del partido dominó la escena. A cada noticia que no tratase del mundial le seguía una que sí lo hacía, una sí, una no. Eran las tres de la tarde y las entrevistas a los jugadores, al director técnico, las opiniones de la hinchada, los comentarios de los periodistas, y todas las miradas posibles sobre el evento se repitieron.
La fiebre instalada: hace unas semanas el director de la empresa Motociclo, Fabián Rozenblum, informó a El País que, entre enero y mayo de este año, se importaron 170 mil televisores a Uruguay. Un millón y medio de personas, entre ellos 3 mil uruguayos, viven el mundial en Rusia. El resto por la tele.
Carla Alves

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