Casi dos meses después de la desaparición física de la joven argentina Ángeles Rawson, cuyo cadáver apareció en un basurero, los medios siguen teniendo tela para cortar.
Los primeros días de junio mantenían en alerta a la población de Buenos Aires, que se movilizaba por las redes sociales y los canales de televisión en busca de Ángeles Rawson, una adolescente de 16 años que había desaparecido de su hogar.
Desde ese momento, el caso se convirtió quizás en el chivo expiatorio de varios medios de comunicación que intentaron usarlo como caballo de troya para instalar el terror mediante un fuerte componente ideológico. La ola de inseguridad amenazaba en convertirse en un tsunami.
Un operativo de sobreinformación invadió a todo el país que, de repente, parecía seguir la causa con la misma fidelidad que la telenovela de la tarde.
Pocos días después, luego de un particularmente veloz operativo policial, el cuerpo de la chica fue hallado en un basural a kilómetros de su hogar.
A partir de este lamentable hecho se desencadenaron procesos que bien alejados estaban de la ética periodística, construyendo la noticia con verdades a medias, con “expertos en la materia” que elaboraban conjeturas sobre la base de los poquísimos elementos que la justicia decidió ofrecer. Todos tenían algo en común: su desvinculación con la causa, nadie sabía nada.
Los ciudadanos disfrutaban de su capacidad de ejercer como “jueces públicos” que perseguían conexiones buscando culpables dentro del entorno. La madre, el padrastro, los hermanos, el portero, “ella andaba en cosas raras”, “la familia no estaba establecida”; la intimidad vulnerada en su máxima exposición.
La mayoría de los periodistas, rol que ocupa aquel perseguidor incansable de la verdad, se permitió escribir impunemente, ofrecer información sin chequear sólo para anticiparse y someterse a ser parte de cadenas ininterrumpidas que duraban horas.
Aunque los números demostraran que la audiencia acompañaba este camino de investigaciones y desencuentros, fue el mismo Foro de Periodismo Argentino (Fopea) quien realizó un llamado a todos aquellos encargados de cubrir el tema pidiendo que se practique el ejercicio de la autocrítica. “Y más cuando se incurre en prácticas de revictimización de la propia víctima o de su entorno más cercano“.
La Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) también decidió tomar cartas en el asunto, divulgando una orden judicial que prohíbe revelar cualquier tipo de contenido que exponga la vida privada de Rawson.
Si bien todos tenemos derecho a dar y recibir información, debemos tener en claro que para cumplir plenamente con el mismo es necesario dejar de ver a la información como mercancía. La comunicación alcanza su plenitud si logramos transformar los paradigmas instalados, desafiándonos en nuestra tarea día a día.
Alejarse de la “verdad mediática” nos acercará a la verdad, sin adjetivos.
Florencia Da Silva

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