Museo de la Revolución Industrial. Fray Bentos. Fotos: Leticia Rizzo.

Con sus 116 años de trabajo y unos cuantos de inacción, el ex frigorífico Anglo, de la ciudad de Fray Bentos, se transformó en 2005 en el Museo de la Revolución Industrial. El sitio había sido declarado Monumento Histórico Nacional en 1987 y en 2015 fue declarado Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). El museo tiene el fin preservar los valores de una gran empresa y el compromiso de los trabajadores; atesora, además, documentos históricos del frigorífico y lo que ocasionó en la capital rionegrense.
La fábrica se instaló en Fray Bentos en 1863, con el nombre de frigorífico Lebig’s. Fue fundada por Liebig’s Extract of Meat Company, empresa alemana que la administró hasta 1922. En 1924 pasó a manos de los ingleses, que fundaron la compañía Anglo del Uruguay SA. Ganó esplendor al alimentar a miles de soldados durante las dos guerras mundiales, cuando el extracto de carne o “corned beef” y diferentes tipos de alimentos enlatados se hicieron famosos alrededor del mundo.
La industria cayó en 1979, y a pesar de varios intentos por retomar la productividad, pasó a manos del Estado. La fábrica dio trabajo a aproximadamente cuatro mil fraybentinos y entre 25 mil y 30 mil personas de 60 países.
Recuperar el movimiento
En 2005 la Intendencia de Río Negro creó el museo y desde entonces organiza visitas guiadas por la planta industrial y las oficinas administrativas. Las grandes dimensiones del frigorífico, las descomunales máquinas de enfriamiento -modernas para su época-, el enorme archivo de documentos y relatos, el muelle sobre el río Uruguay, la residencia del gerente y gran parte del barrio Anglo fueron declarados, en 2015, Patrimonio Mundial por la UNESCO.
El museo es una institución más dentro del sitio patrimonial pero como coordinadora del espacio cultural del barrio Anglo tiene la obligación de generar vínculos que desarrollen actividades con las demás instituciones del barrio, es decir, cohesión social, explicó a SdR Mauro Delgrosso, gerente del sitio patrimonial y director del Museo de la Revolución Industrial.
La misión de conservar los valores no implica que todo esté congelado. Próximo al sitio hay un restaurante, y en 2016 la Universidad Tecnológica (UTEC) instaló el Instituto Tecnológico Regional Suroeste. “Aquella fábrica tenía miles de obreros; ahora van a haber miles de estudiantes que pasan día a día por el sitio. Eso genera movimiento”, agregó Delgrosso.
La idea de museo no solo recae en el simple concepto de objeto expuesto y vitrina, sino que el hecho de exhibir documentos y que la misma historia se cuente en su sitio original genera en los visitantes una experiencia y una fiel interpretación del pasado.
La vieja fábrica
A primera vista sorprende; atrapa a todo aquel que haya pasado por Fray Bentos. La gran chimenea invita a pasar. La oficina administrativa, junto con la oficina del antiguo gerente y los numerosos tipos de escritorios, dan la bienvenida.
La recorrida la ofrece la guía Ángela Olivera. El primer punto del trayecto lo conforman las salas de máquinas. Rampas decoradas con fotografías de las diferentes tareas que se hacían en el frigorífico llevan hasta el sector en el que se producían las latas, puesto que no desperdiciaban nada: generaban sus propias latas con las respectivas etiquetas y, cuando no las habían, las pintaban. Después del área de latería, se ubica el sector donde acarreaban y bañaban a los animales, y la playa de faena, que tenía un ritmo de la matanza de 200 animales por hora.
En el tercer piso de la fábrica de a ratos se está a oscuras y por momentos prácticamente al aire libre, porque ya no hay vidrios y en algunas partes ni siquiera paredes; allí invade una corriente fuerte de aire frío: son las cámaras de enfriamiento. Las paredes doblemente recubiertas para conservar el frío aún cumplen su función. De las tantas cámaras que hay, se pueden recorrer cuatro, a luz tenue.
Ya pasada la hora y media de recorrido la guía conduce a la lavandería, donde están los enormes y antiguos lavarropas que en el fondo tienen piedras pómez o pumita. Fascinada, cuenta paso a paso todo lo que sabe sobre el Anglo y lo que ha aprendido en los 15 años que trabaja allí.
Aparte del recorrido por el museo y la fábrica, se puede recorrer, en bicicleta o a pie, gran parte del barrio Anglo, la casa del gerente, llamada “Casa grande” que tiene un jardín y árboles exóticos que ayudaban a que en la casa no se filtrasen los olores producidos por el frigorífico.
Fábrica de cultura
Estos espacios que componen el paisaje cultural fraybentino fomentan líneas de trabajo para la conservación de la documentación y estimulan a impulsar convenios para la investigación. Con la creación del centro de documentación, el proceso de socialización es muy importante.
El museo cumple funciones de extender vínculos con distintos sectores de la comunidad: ex trabajadores o familias donan fotografías y los fieles relatos de su paso por el frigorífico. El museo exhibe algunas de las entrevistas en formato audiovisual. “Tenemos una política de donaciones, hay un sistema de exposición de ese objeto contando nuevas historias”, dijo Delgrosso.
Cuentan con un gran material fotográfico, libros de laboratorio de química, contabilidad, fichas de obreros, planos técnicos, entre otros. Si bien han avanzado en la conservación de la documentación, muchas veces se topan con el desafío de poder interpretarla en su totalidad.
Es el motor de nuevos conocimientos”, expresó Delgrosso, centrado en la meta de impulsar investigaciones y facilitar el acceso a este tipo de museos.
El museo apoya eventos culturales, como toques de música. Apuesta a variadas propuestas para distintos públicos, en especial para los más jóvenes. Se realizan talleres didácticos para escuelas y un proyecto en el que, a través de técnicas plásticas y con ceibalitas, el niño genera un vínculo a partir de lo que vio en el museo. Por otra parte, brindan actividades para el Instituto de Formación Docente.
En estos tres años las visitas han crecido 30%: la mayor parte de los visitantes son uruguayos, y 10% son extranjeros.
El museo está trabajando en un proyecto con la Facultad de Química de la Universidad de la República, mediante el cual se va a acondicionar el viejo laboratorio de la compañía Anglo para que los estudiantes realicen prácticas y análisis con el mobiliario original de un laboratorio, que data del siglo XIX.
Memorias
Patita Pais, todos lo conocen de esa forma. Entró a trabajar en 1950 al sector más caluroso del frigorífico: la grasería. Con 45 libras de vapor, el personal de refinado tenía que salir cada 15 minutos a darse baños de agua fría. Tenían que usar guantes y botas pero era tanto el calor que sentían que no las aguantaban.
Cargaban 20 tachos de 5 mil kilos; los trasladaban descalzos, teniendo cuidado de no resbalarse o quemarse, porque la grasa estaba hasta en el piso. Dos operarios se quemaron, lamentó.
Cuando en 1956 se realizó la marcha o “lucha de hambre” Patita fue uno de los 230 obreros que caminaron desde Fray Bentos hacia Montevideo en reclamo de un aumento de 0.60 pesos la hora para los trabajadores de la industria frigorífica y mejores condiciones de trabajo. Paralelamente, en Fray Bentos, los compañeros apoyaron el reclamo e hicieron huelga de hambre.

Patita dice que estaban pasando hambre y que por eso un día dijo “’yo me voy a la marcha a pie’. Agarré un poco de ropa y piqué con ellos”. Cada un trecho se hacía la comida, cada otro se largaba la lluvia y acampaban con lo que tenían. Les sangraban los pies y la gente que pasaba en vehículos los querían llevar hasta la capital; pero se negaban, se amontonaban unos cuantos y seguían peleando.
Caminaron hasta el Cerro de Montevideo, después hasta el Palacio Legislativo y, conformes con los resultados, volvieron a Fray Bentos.
Hoy, con 87 años, relata que aguantó lo más que pudo en esos 315 kilómetros de distancia, el calor, el frío, el hambre y la sed así como también los 25 años que trabajó en el frigorífico. No aguantó más, se estaba jodiendo; se fue antes de jubilarse.
Rogelio Mántaras hoy tiene 92 años y una memoria viva. Ingresó al frigorífico cuando tenía 14 años. Recuerda que en 1940 el liceo tenía pocos cupos y que, aunque él pudo ingresar, no se encontró a gusto y decidió buscar trabajo. El día que se presentó al Anglo, tomaron alrededor de 20 cadetes y lo eligieron.
En ese entonces la fábrica era una industria que iba más allá de la carne: hacía jabones y hasta transportaba a Montevideo el epitelio de las lenguas de las vacas, para convertirlas en vacunas.
Empezó como aprendiz de mecánico y terminó siendo encargado de la sala de máquinas. Allí se producía el frío para las calderas de vapor, la energía eléctrica para la fábrica y se potabilizaba el agua que sacaban del río Uruguay. No era sencillo el manejo de máquinas, trabajaban con productos peligrosos como el amoniaco, que se usaba para el enfriamiento de las cámaras. Los ingleses le enseñaron cómo usarlas, recuerda; solo él sabía manejarlas.
Había seis calderas, cada una producía 6 mil litros por hora. Los caños de agua eran de 14 pulgadas -aproximadamente 36 centímetros- y la descarga de 12, detalló Mántaras.
En la fábrica no se perdía nada, cada ocho horas se carneaban 1.600 animales; todo el equipo tenía la meta de no perjudicar a ningún sector y así fue. “Nunca paramos una matanza ni un día de trabajo”, destaca.
Aún recuerda cómo usar las máquinas.
Leticia Rizzo

Paisaje Industrial Fray Bentos
El museo se encuentra abierto al público de martes a domingo de 9: 30 a 17:00. La entrada cuesta 50 pesos.
Las visitas guiadas incluyen la recorrida por el museo y la planta fabril; se realizan en dos horarios: a las 10:00 y a las 15:00. Se debe abonar 120 pesos, salvo los martes, que es gratis.
Ex trabajadores y menores de 10 años entran gratis.
Los recorridos en bicicleta por el barrio cuestan150 pesos y las visitas guiadas a la Casa Grande (casa del gerente) se realizan sábado, domingo y feriados, de 12:00 a 14:00, con entrada gratuita.
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