Foto: AFP / JEAN PIERRE CLATOT.

Fernando tiene 27 años. Vive en Ciudad Vieja y estudió diseño gráfico en un instituto privado. La mayoría de los días se levanta cerca del mediodía y desayuna/almuerza algo liviano. No suele madrugar porque prefiere trabajar por las noches en la tranquilidad de su casa; a veces oficia de DJ en un boliche montevideano. Pero cuando el deber lo llama y debe poner el despertador, sabe que tiene su lugar en un espacio de co-work, algo así como una oficina compartida por muchas personas, cuyos trabajos, empresas o tareas, no tienen nada que ver. Solamente tiene que llevar su computadora, sentarse en una mesa y ponerse a trabajar.
Mario pisa los 55 años. Aunque estudió carpintería y reconoce ser muy bueno, es administrativo en un ministerio desde hace más de 25 años. Su día a día es bastante parecido: se levanta a las 7 am, se prepara el café con leche y lo toma mientras su hija se apronta para ir al liceo. Una vez listos, parten juntos en el vehículo familiar. Como viven en Ciudad de la Costa salen con suficiente tiempo a favor. Mario marca la entrada a las 8 horas y no le gusta la impuntualidad. Sabe que en su oficina lo esperan sus compañeros con unos cuantos expedientes -a veces atrasados- para resolver.
Los fines de semana Fernando sale con sus amigos a bolichear, o cuando “pinta” se va por las costas de Rocha y se queda en algún hostel. Nunca se olvida de la tabla de surf, su celular y su música. Mario prefiere dedicarse a mirar fútbol por televisión: el europeo, el argentino y el nacional. Los domingos prende el fuego temprano.
Fernando gusta de viajar. Cuando tenía 23 años, se fue de mochilero por Latinoamérica y está por irse con su mejor amigo en el grupo de viaje de Arquitectura. Mario en su licencia se va a las Termas del Daymán con su familia, y una o dos veces al año a Buenos Aires con su esposa a hacer una recorrida teatral y comprar ropa.
Fernando y Mario son uruguayos, les gusta el whisky con hielo, el fútbol y el helado de dulce de leche granizado, pero uno no podría llevar la vida del otro por ser “muy aburrida” o “demasiado informal”. Si bien tienen estilos diferentes, más allá de la diferencia de edad, ambos asumen que son felices a su manera.
Lo que los diferencia es haber nacido en diferentes épocas. Interpretan y valoran al mundo de una forma diferente, porque les pesa la historia, los sucesos mundiales de la época, la historia familiar y los modelos de superhéroe. Según la argentina Paula Molinari, fundadora y presidenta de WHALECOM, consultora en gestión del cambio y desarrollo de organizaciones e individuos, la mentalidad generacional es “el conjunto de valores, actitudes y estilos compartidos por un grupo, como resultado de una historia en común”, dice en su libro “Turbulencia Generacional” (Temas, 2011).
Viejos son los trapos
Según Molinari existen cuatro generaciones: Tradicionalista, Baby Boomers, Generación X y Millenials. La Tradicionalista podría decirse que es la generación de los abuelos, aquellos nacidos entre el 1900 y 1945. Crecieron en un mundo de escasez propia de la guerra y el desempleo, en una época donde estallaba la Crisis de 1929, ambas Guerras Mundiales y el Holocausto. Una generación marcada por historias de migraciones, sacrificio y soledad, que buscaba finales felices en las películas de Ginger Rogers y Fred Astaire. Fue el tiempo de Hitler, Mussolini, Churchill, Franco, Perón y en Uruguay de destacadas figuras como José Batlle y Ordóñez y Gabriel Terra.
Se confiaba en las instituciones y en figuras como la del almacenero, que anotaba la compra en una libretita que se pagaba a fin de mes. La esperanza se depositaba en los descendientes, por lo que sus grandes gastos eran fundamentalmente en la educación de sus hijos. Se conformaban con poco; la vida económica era en función del esfuerzo y el ahorro. Lo importante según Molinari era “la familia unida y el almuerzo de los domingos”. En el ámbito laboral, las premisas eran el orden, el respeto, el honor y la disciplina, propio de un estilo militar donde pocos deciden y el resto obedece. No se asumían riesgos ni se permitían individualidades.
La generación Baby Boomer es fruto de la explosión demográfica post Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1964. Criada bajo el modelo militar, se diferencia de la Tradicionalista en ser más inquieta: quiere participar, asumir un rol protagónico y luchar por sus ideales. Claro ejemplo son los movimientos estudiantiles de los sesenta, el rock and roll, el amor libre y las drogas. Las mujeres rompieron las estructuras usando pantalones o mostrando las piernas con una minifalda y los hombres lucieron la melena.
Sus héroes eran otro tipo de referentes como Martin Luther King, John Fitzgerald Kennedy, el Che Guevara, los Beatles y la televisión. Ésta última trajo además de las series con historias de finales felices y superhéroes, la publicidad, y con ella el consumo y el deseo por el lujo. Rompe la estructura del ahorro y la sencillez y genera otra basada en la ostentación.
En el ámbito laboral, es una generación idealista y competitiva. Planea escalar posiciones. Si bien confía en las instituciones, le motiva fomentar cambios. Por lo que choca con la Tradicionalista, acostumbrada a obedecer y esperar a que otros sean los que tomen las decisiones. Pero todo el idealismo se da contra la pared; el Baby Boomer se encuentra con las fusiones, las reestructuraciones y las adquisiciones. Esto da lugar a otra generación, caracterizada por la desconfianza. Esta generación creció en un mundo más individualista donde aparece el celular, la televisión para abonados e internet.
La Generación X comprende a los nacidos entre 1964 y 1980. Son los que vieron al idealismo de sus padres desmoronarse ante la globalización. Son víctimas de la frustración, crecieron en un mundo de grandes conmociones como la caída del Muro de Berlín, el asesinato de John Lennon, despidos, crisis económicas y la aparición del VIH.
Es una generación sin héroes, más bien matices: ni bien, ni mal. Sus referentes son personalidades como Madonna, Michael Jackson, Bill Gates, Diego Maradona o Los Simpsons. No creen en nada, ni el matrimonio, ni en los políticos o las instituciones. Confían solamente en ellos mismos.
En el ámbito laboral apuestan a su propio desarrollo. Desprecian la burocracia; prefieren la independencia e imponer sus propios tiempos, el trabajo ya no se valora en función de horas, sino en resultados. Prefieren la premisa “trabajar para vivir” y no la de sus padres que era “vivir para trabajar”. Están cómodos siendo ellos mismos.
La Generación Y o Millenials son los nacidos entre 1980 y 2000. Una generación que desde la cuna tomó decisiones en función de su personalidad, preferencias y gustos, por ende, es fundamental en ella el manifestarse. Creció hiperconectada; vio en vivo y en directo cómo se desplomaron las Torres Gemelas, catástrofes climáticas y grandes episodios de violencia. Su mentalidad se ha moldeado en función de la tecnología, por eso ha conmocionado el universo laboral resignificando su valor: placer y diversión.
El tiempo es un factor fundamental que detestan perder. Prefieren trabajar bajo sus propios términos en la comodidad de su hogar, antes que viajar por muchas horas. Les gusta innovar, que se los escuche y se los reconozca. Son espontáneos, desconfiados y desprecian las injusticias.
De Venus y de Marte
¿Qué pasa cuando generaciones tan diferentes conviven en un espacio de trabajo? Sala de Redacción conversó con Alejandro De Barbieri, psicólogo y coach de empresas, quien además de brindar talleres y charlas motivacionales asiste a grupos de trabajo para ayudarlos a fomentar sus potencialidades. Según su experiencia, no cree que “todo tiempo pasado sea mejor”: “los veteranos en un equipo dan seguridad y confianza. A veces tienen miedo de incorporar lo nuevo que importan las generaciones nuevas. Lo difícil de éstas últimas es que hay que estar motivándolos todo el tiempo y son más inestables”.
Considera que los jóvenes son más creativos y más dinámicos, que se valen de más recursos para cumplir un objetivo: “los veteranos son más de otro estilo, no es necesario incentivarlos todo el tiempo, porque manejan el tiempo de un modo distinto. Tienen otro compromiso y son más estables en las empresas. Buscan otro tipo de satisfacción. El joven tiene menos tolerancia hacia la frustración por lo que si algo no le gusta, cambia de trabajo; eso les dificulta a las empresas en cuanto a la convivencia de las generaciones”.
Cree que ambos mundos son necesarios: “el joven tiene mucho que aprender del veterano, como la paciencia y la capacidad de esperar, y el veterano debe aprender a incorporar elementos jóvenes”. Considera que hubo cambios en la concepción de trabajo: “antes la gente estaba muchos años en la misma empresa -lo que se valoraba- , y hoy en día si los jóvenes están muchos años en un mismo lugar a veces lo ven como una señal negativa. Hay que tener la plasticidad para moverse y adaptarse, pero también tener la capacidad para tolerar. Lo bueno de antes es que se obedecía a la autoridad de una manera más natural, como sucedía en las familias. Hoy las empresas tienen que motivar, practicar yoga, hacer algo divertido. A veces los jóvenes necesitan sentirse importantes, reconocérselo más allá de lo económico”.
De Barbieri sostiene que hubo un cambio en el paradigma de la felicidad: “lo de antes era sufrir para disfrutar después. Fuera de su horario de trabajo la gente era más feliz y más creativa”. Por eso, la tarea de un líder, según el psicólogo, es hacer que las personas “no se sientan tan exprimidas”: “muchas veces se les ocurren buenas ideas cuando están haciendo otras actividades, como por ejemplo, andando en bicicleta. No les sucede bajo la presión del trabajo”. Para De Barbieri la felicidad hoy es “incluir el sufrimiento; lo que cuesta ser feliz, que no es sólo el disfrute. Ya no se trata de ser feliz solamente los fines de semana; se puede ser feliz un martes a mediodía”.
Cecilia García

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