Durante la concentración en la Plaza Cagancha. Foto: Santiago Mazzarovich.

Baja lento el sol y en la Plaza Cagancha se empieza a sentir el frío de la tardecita. Sobre la hora convocada no hay ningún indicio de movilización en el lugar. Minutos después, alguien saca una bandera y gente dispersa por la plaza empieza a nuclearse, como si fuera un flashmob.
Esto se convocó ayer, por eso hay tan poca gente”, explica un joven a otro mientras ambos sostienen fotos de estudiantes desaparecidos. En Uruguay surgió una convocatoria muy improvisada a través de las redes sociales, con la idea de concretar una movilización en la tercera “jornada global” por los estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa, desaparecidos en México hace ya un mes. Hay una treintena de personas en la Plaza Cagancha, todos sostienen carteles con consignas y fotos de los jóvenes desaparecidos: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, dicen.
Según consignaron distintos medios mexicanos, fueron 115 las universidades y bachilleratos en todo el territorio de México que pararon y se sumaron a esta jornada de movilización internacional. Después del titubeo inicial del gobierno y la justicia mexicana, hoy son más de 50 las personas detenidas por autoría o complicidad en los hechos del último mes. Entre los indagados está el alcalde de la ciudad de Iguala, localidad del estado de Guerrero, en el que desaparecieron a los estudiantes.
Un joven mexicano le explica esto a una señora con cejas pintadas que lo escucha con mucha atención. Ella sostiene un cartel fucsia con la cara del “Che” en negro, que dice: “Tu lucha es mi lucha, tu dolor es mi dolor”. Unos metros al costado de ellos, otra mujer mayor que se sostiene en un bastón reconoce la bandera y se acerca. Vivió en México algunos años. Pasaba por el centro de casualidad, pero ahora agarra una foto de un estudiante desaparecido y se queda conversando con los desconocidos que encuentra primero.
Entre la poca gente que hay, todas las conversaciones giran en torno a lo que está sucediendo en México. “Hay asesinados, desaparecidos, torturados, hasta un joven con muerte cerebral”, explica un mexicano que participa de la movilización. Dice enojado que la población está harta y por eso sale a la calle en búsqueda de “justicia y reparación, pero también de calificarlo como un crimen de Estado, porque eso es lo que es”.
Preguntamos a Juan, un mexicano de visita en Uruguay, su visión sobre lo que está pasando y arranca desde la década del cincuenta y la política anticomunista del entonces Presidente Adolfo López Mateos. Es que la historia de México está plagada de represión y muerte, pero también de organización y resistencia popular y estudiantil.
Para Anmistía Internacional, la situación en México respecto a las torturas y malos tratos está “fuera de control”, y así titula su informe de este año sobre el país. “Estas prácticas son generalizadas y es habitual que otros funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, superiores, miembros del ministerio público, jueces y algunas comisiones de derechos humanos las justifiquen, las toleren o hagan caso omiso de ellas”, sentencia el informe.
Juan explica que las desapariciones y la represión masiva de este último mes son parte de una práctica sistemática del Estado mexicano que tiene “un doble discurso”, cuestión que también achaca Anmistía Internacional: los sucesivos gobiernos de México han sido los primeros en firmar todos los acuerdos internacionales sobre el respeto a los derechos humanos, sin intentar en ningún caso hacerlos carne en su sistema legal o sus prácticas políticas.
La conversación con el mexicano se interrumpe por una mujer que quiere organizar a las decenas de personas congregadas. “Hay que moverse hacia la calle, porque la gente mira y no sabe lo que pasa”. Dos minutos después todos se forman a pocos metros de la calle. El mismo joven que antes repartía las fotocopias con las caras de los estudiantes, ahora sostiene un cartel hecho a mano sobre una cartulina roja que pregunta: “¿Qué cosecha el gobierno que siembra cadáveres? En México hay 25.000 desaparecidos”. Al lado de él, una muchacha rubia, de ojos muy claros, mira concentrada hacia la calle, sostiene otro cartel que, con una letra más prolija, declara: “Los desaparecidos nos faltan a todos”.
¡Siguen con los desaparecidos hasta el año del pedo!”, se queja un hombre que pasa frente a los manifestantes, sin prestar mucha atención. Pero esa es la única reacción adversa que tiene la manifestación. Enseguida del comentario tragicómico del poco empático señor, pasa una mujer que se detiene ante cada manifestante que sostiene un cartel y lo lee detenidamente. Mira cada foto. Parece convencerse de algo, porque se pasa para el otro lado y agarra una foto más.
No podemos seguir así, sentados sobre huesos, sobre fosas. Tenemos una causa común, la causa del amor que le tenemos al país y a nosotros mismos y el cuidado de los que vienen después, no sólo de los hijos propios, sino de todos los niños del mundo: ¿Qué les estamos dejando, qué les vamos a decir cuando nos pregunten y tú qué estabas haciendo?”. Elena Poniatowska llamaba así a todos los mexicanos a movilizarse por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. “¿Cuál es nuestro futuro en un país donde el Estado mata a sus estudiantes?”, se preguntaba la periodista al recibir un Honoris Causa en el Estado de Guerrero.
Gabriela Pasturino

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