Calush. Foto tomada del Tumblr de bigmamma11.

Cada vez son más y están en todas partes. Edificios, fachadas e incluso monumentos se han convertido en pizarrones de la ciudad donde los grafiteros dejan su huella. Cualquier pedacito de pared sirve, cualquier rincón es apropiado para contarle al mundo una manera de ver las cosas.
Algunos demuestran una gran planificación con minuciosa elaboración, donde cada detalle está plenamente justificado. Por contraposición podemos ver los que son “a la pasada”, sin aparente alguno, que incluso generan cuestionamientos por ensuciar la ciudad.
El cruce de Canelones y Eduardo Acevedo es uno de los lugares más codiciado por los artistas callejeros. Allí se puede ver el dominio de Calush, un grafitero que une a Chucky, El Guasón y Billy de Dead silence en un mismo lugar. Lo curioso de este personaje es que su identidad es desconocida para aquellos que no pertenecemos al mundo del grafiti. Logró dejar su marca en todos los puntos de Montevideo, ya sea con su seudónimo o con el dibujo de algún ser animado.
Después de varios intentos, en esa esquina, logré encontrarme con dos artistas callejeros que dibujaban en un portón enorme perteneciente a la Intendencia de Montevideo. Admitieron conocer a Calush pero no quisieron decir nada al respecto, ya que creen que es importante que se mantenga el anonimato.
Conversamos sobre las razones por las cuales salen a pintar los muros y ambos estaban de acuerdo que es el único medio que tienen para expresarse. A su vez, manifestaron que no quieren tener otro, porque con este medio le pueden llegar a todas las personas. Su mensaje se dirige a la gente que pasa por ahí.
Uno de ellos, que parecía ser el que tenía más experiencia, comentó: “Esto es público y estás al borde de todo, no pintamos pensando que esto va a perdurar para toda la vida. Esa es la magia de esto, salimos a la calle sabiendo que lo que hoy pintamos mañana puede no estar”.
Por otra parte manifestaban su enojo con la campaña política porque ponían afiches arriba de sus dibujos. Reclamaron que ese era su espacio y que los políticos deberían hacer campaña de otra forma: “Que se dejen de mentir, ya invadieron la radio, la televisión, hasta Internet. Las paredes son nuestras”, afirmaron.
La postura de los vecinos que conviven a diario con las obras callejeras es muy diversa. Un señor de unos sesenta años de edad manifestó que los dibujos eran una aberración: “Fijate que pintan monstruos en las paredes, generan violencia por todos lados, no respetan los espacios. Pero como siempre, terminan haciendo lo que quieren”. Sin embargo hay otros vecinos que nos les molesta, sino que incluso lo prefieren, ya que le dan un toque de color al barrio.
Por lo general los jóvenes son quienes suelen admirar el arte callejero. Aun así, un señor bastante mayor -que vive exactamente enfrente al Chucky dibujado por Calush- aseguró: “Ojalá yo pudiera hacer esas cosas”. Más allá de las críticas o elogios, los grafiteros nunca van a dejar de salir a las calles, porque como ellos dicen: “Siempre habrá un mensaje para dar”.
Pero no es en nuestra ciudad donde nació el grafiti como género, sino que fue una historia de amor en la ciudad estadounidense de Filadelfia en el año 1967 la que lo definió como tal. Un joven que se hacía llamar Cornbread, estaba enamorado de Cynthia, una chica que no mostraba mucho interés en él. Como forma de llamar la atención de la muchacha, no tuvo mejor idea que comenzar a escribir con aerosol por toda la ciudad “Cornbread loves Cynthia”. Tiempo después la chica descubrió quién era el autor de esa frase. Llegaron a estar juntos y luego se separaron. Pero Cornbread ya había adquirido la costumbre de dejar su firma en los muros.
Una persona que popularizó este rubro fue Taki 183, que dejaba su estampa en paredes y vagones de trenes, en las ciudades de Chicago y Nueva York. No era simplemente una firma, sino que buscaba apropiarse de un espacio urbano, identificándolo como propio.
Joaquín Castro
 

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