EL PARTIDO YA EMPEZÓ

Manifestantes sostienen máscaras de Dilma Rousseff y Lula Da Silva, durante una protesta en contra de la Copa Mundial de la FIFA Brasil (enero 2014). AFP PHOTO / Beto BARATA

La competencia más importante del fútbol volvió a América Latina después de veintiocho años y se encuentra con los mismos problemas que se presentaron en el Mundial México 86. “El mundo unido por el balón” fue el eslogan usado por los organizadores en el mundial en que Diego Maradona regaló la “mano de dios”, pero el país azteca estaba dividido.
En su inauguración se registró el mayor abucheo de la historia del fútbol durante el discurso del presidente Miguel De La Madrid porque, a pesar de que en 1985 hubo dos terremotos y el gobierno del Partido Revolucionario Institucional estaba en crisis, la prioridad fue la organización del evento deportivo.
Se jugaron siete mundiales en los cinco continentes del planeta y el escenario brasileño no trae diferencias en ese aspecto. La presidenta del gigante sudamericano, Dilma Rousseff, ya fue abucheada en la inauguración de la Copa de la Confederaciones. Con múltiples amenazas de paros, protestas y movilizaciones en la mayoría de las ciudades sedes, se presentan los mismos desacuerdos que en México: la falta de prioridad en las inversiones de los servicios públicos y la indignación de las denuncias por casos de corrupción que ensucian a todos los partidos, pero sobre todo al Partido de los Trabajadores.
Cuando Lula presentó al país norteño como candidato, la rotación regional que hace la Copa del Mundo obligaba que se hiciera en América Latina. La FIFA designó a Brasil como anfitrión y estableció sus exigencias: doce estadios modernos con una capacidad mínima de 40 mil personas; para el caso de la inauguración y para la final el aforo debe llegar a los 80 mil; instalaciones deportivas para las selecciones y modernos centros de conferencias para la prensa; infraestructura hotelera para los jugadores, cuerpo técnico, periodistas y turistas; un presupuesto claro y preciso; y ser garantes de la seguridad de los partidos, entre tantas otras.
El pueblo brasileño en su fanatismo por el “futebol” recibió con entusiasmo la noticia. Era una posibilidad de revancha del “Maracanazo”. Pero también las inversiones en los estadios generarían cientos de empleos, la infraestructura en las ciudades era un proyecto a largo plazo y el turismo crecería. Sin embargo, sus expectativas fueron en descenso: las remodelaciones de los estadios se llevaron el triple del valor presupuestado; la infraestructura sigue siendo deficiente e incluso más cara; y la estimación de recibir alrededor de 600 mil fanáticos se redujo a la mitad.
La única ilusión que sobrevive es en el campo de juego. No obstante, sigue el temor del cincuenta. Zico, ídolo del Flamengo, dijo el mes pasado: “El único que nos puede ganar es Uruguay”. Incluso, si este mundial es el mundial de Messi, puede coincidir en otro aspecto con el celebrado en México. Por otro lado,  Lula hace unos días llegó a decirle a la selección española: “Sean solidarios y no ganen el Mundial”. Si se funde la última ilusión, la samba no va a sonar igual y el Río Amazonas va a estar aún más agitado.







 

Manifestación en contra la Copa Mundial de la FIFA fuera de la Amazonia Arena en Manaus, Estado de Amazonas, durante la visita de Dilma Rousseff al estadio (febrero 2014). AFP PHOTO / RAPHAEL ALVES

¿Todos juntos?. La estrategia  de utilizar el Mundial como herramienta para fortalecer el nacionalismo, en este caso desde tierra “gaúcha” hasta el “sertão, no es nueva. En otro contexto político Hitler, Mussolini y Videla organizaron la fiesta deportiva en regímenes que necesitaban construir la cohesión social: toda la población con un mismo fin. Sin embargo, el gobierno brasileño subestimó a su propio pueblo y no se esperaba los reclamos masivos por educación, salud y vivienda.
En Brasil sucedió lo contrario, la sociedad está fragmentada en quienes apoyan al mundial y en las diferentes movilizaciones. No obstante, el desempeño de la selección brasileña y el transcurso del mundial pueden incidir en las elecciones que se celebran en cuatro meses, y que tienen como candidata favorita, por el Partido de los Trabajadores, a la actual presidenta.
Mal negocio. La escasa simpatía para con el mundial hace temer al gobierno por fracasar en la organización y se puede reflejar en los dichos de Pelé, embajador de Brasil para la Copa del Mundo, quien afirmó: “Ya tenemos conocimiento de que un 25 por ciento de los extranjeros que iban para Brasil están preocupados por el movimiento y me parece que ya cancelaron”. Y es así que las expectativas del negocio del turismo descienden.
Las cifras de inversión en estadios superan los tres mil millones de dólares. Las ganancias se esperan por el flujo turístico, pero éste no es muy auspicioso. La mayoría de los turistas que arriben lo harán de los países limítrofes, por lo tanto con menor poder adquisitivo frente a los fanáticos estadounidenses y europeos que llegaron a Sudáfrica cuatro años atrás. La plaza hotelera solo tiene buenas cifras en Río de Janeiro donde llega a una ocupación del 98%; sin embargo, en ciudades con una dinámica actividad turística como Curitiba ronda en un 60%.
En el consumo interno tampoco se espera un aumento significativo, según una encuesta divulgada por la Confederación Nacional de Comercio. Ésta indica que a la mitad de los brasileños no les interesa hacer compras especiales durante el Mundial.

En cadena nacional, Rousseff comparó a la organización de un mundial con un partido que termina por penales, haciendo alusión al sufrimiento que eso implica, en un discurso centrado en atacar a los pesimistas. Sin embargo, el partido que empezó a jugar el gobierno brasileño no va a terminar en el Maracaná el 13 de Julio, sino que la pelota seguirá rodando cuando se haga un balance de ganancias, de mantenimiento de las obras públicas, de un usufructo adecuado de los estadios y también la simpatía de los ciudadanos por la cúpula política.
Tal vez la experiencia de Brasil sirva para evaluar si es conveniente que Uruguay y Argentina organicen el mundial del 2030. Pero ese será otro partido. Ahora, mejor bajar la pelota, sentarse en el sillón y a disfrutar del “jogo bonito”.
Sebastián Bustamante.
 

FacebookTwitter