Los alrededores del barrio se camuflan con la noche. Una pequeña cantidad de personas camina con paso lento en dirección al mismo lugar. Afuera, el frío, tan distante a la tarde que acogió al sol, da inicio a esta noche que entre mates y cervezas inaugura otro 24 de agosto. En una mesa larga mujeres y hombres charlan entre risas desaforadas y una música de fondo que apenas les permite escucharse entre sí.
Son las 19:35 y suena Puerto Montt de Los Iracundos mientras las primeras parejas se van parando para bailar, abandonando sus vasos de cerveza y sin ninguna vergüenza para romper el hielo. El lugar del encuentro es un bar dentro del Mercado Agrícola de Montevideo (MAM), y el amplio espacio que contiene la esquina donde se aloja permite que las pocas personas que hay hasta el momento no se estén chocando entre sí.
La espera para el comienzo del futuro despliegue parece estar llena de alegría y color. Mientras un DJ pasa música en la barra del bar, un hombre vestido con chaleco blanco y una galera del mismo color, que contrasta con su camisa negra, toma el micrófono cada tanto e interviene para cantar una canción, que aunque se aleja bastante del repertorio actual, es recibida con aplausos y gritos de emoción. Entre tanto, se siguen acercando de a poco a la improvisada pista de baile otras personas que hace minutos simplemente miraban cómo iba tomando forma la escena.
La Noche de la Nostalgia es una celebración que ocurre en Uruguay la noche previa al 25 de agosto, Día de la Declaratoria de la Independencia, y en la que en cada parte del país se llevan a cabo fiestas donde se pasa la música que marcó las décadas de los 60, 70, 80 y 90. Aunque quienes suelen disfrutar principalmente de esta noche son las personas más contemporáneas a esas décadas, la celebración se ha hecho popular en todas las generaciones, y quienes son jóvenes hoy también la aprovechan para “nostalgiar” su pasado más reciente.
En el bar Chin Chin, ubicado en la entrada del MAM por la calle José L. Terra, todos los sábados hay noche de encuentros, y hoy no se pierden la oportunidad de sumarse a la celebración. Una mesera me informa que el baile se extenderá hasta las 2 de la mañana por el evento especial, pero el horario habitual es de 20 a 23 horas.
La música continúa sonando sin un eje temporal claro. Suena Michael Jackson y dentro del lugar comienza a respirarse todo el calor que falta afuera. Hay quienes se animan a agregarle a su atuendo pelucas enruladas de colores, guirnaldas brillantes rosadas y verdes, y lentes de sol de cotillón más grandes que el tamaño de su cara, provocando alguna carcajada en aquellos que, aún desde afuera de la pista, permanecen pendientes a los acontecimientos.
En la pista de baile el centro de la atención es una pareja que desde el comienzo solo ha detenido sus pasos para tomar algún que otro trago de una bebida que no logro llegar a distinguir. La mujer parece guiada por el hombre que con total entusiasmo y un atuendo particular, en su mayoría color blanco, no parece tomar respiro en ninguna canción, y cuando mi mirada vuelve a conectar con él, después de perderlo de vista, ya es otra la persona que acompaña su baile.
—¿Qué significa para usted esta noche?
—Recordar—, me responde una mujer que, con las guirnaldas brillantes de color rosado en el pelo, pasa rápido delante de mí y continúa el rumbo que le marca el trencito que se ha formado al ritmo de la cumbia que ahora suena.
Cada vez es más la cantidad de gente que rodea el bar y se instala buscando un punto de vista que les permita apreciar la noche con atención, comentar o grabar algún video que ayudará a recordar el momento, o que servirá para compartir lo que allí sucede con alguien más después. Entre el tumulto de voces y sonidos, también están aquellos que, obligados a cruzar por ese mar de desconocidos, terminan bailando parte de un tango o pasan cantando al ritmo de alguna canción que logra conmoverlos. Algunos jóvenes que al principio solo miraban tímidamente a la multitud, finalmente ceden ante las propias ganas de cantar, rodeados de quienes parecen habitués del lugar y los invitan a sumarse al baile.
Para las 21:00 horas y escuchando cómo a gritos se entona la canción “Vuela, vuela”, ya todo el mercado parece estar bajo el efecto del envolvente sonido de la música, y son muy pocos los que aún parecen ignorar el clima de celebración.
Sábado a la noche, otra vez
“La actividad comenzó hace más o menos cinco años, y el llamado era para los adultos y adultos mayores que a veces no encuentran un lugar tranquilo en Montevideo para disfrutar y divertirse”, cuenta Manuel Toledo, encargado de la comunicación del bar Chin Chin.
El bar comenzó a ganar popularidad gracias a los videos que son compartidos en sus redes sociales, en los que muestran a distintas parejas bailando variados tipos de música, desde tango hasta cumbia, salsa y bachata. “Las primeras veces iban entre tres y cuatro parejas, y ahora es sorprendente la cantidad de gente que va”, agrega Manuel. Comenta además que hoy en día se acercan personas desde distintas partes del país con la intención de disfrutar una de estas noches. La idea a futuro es continuar con la propuesta y que se acerquen personas que todavía no han podido participar del encuentro, sin perder de vista al público objetivo. También existe la posibilidad de que se pueda extender incluso a otros mercados de la ciudad.
La mayoría de los comentarios que reciben acerca del espacio son positivos. “A quienes asisten les encanta”, afirma Toledo. Algunos otros, a quienes él parece no darles mucha importancia, suelen hacer comentarios desfavorables, más que nada mediante las redes sociales. Sobre ellos, considera que “son personas a las que les incomoda ver a los demás disfrutar y divertirse, pero como yo digo, la edad es solamente un número y todos tenemos derecho a divertirnos y disfrutar la vida bailando”.