Marcha por salud mental, desmanicomialización y vida digna. Foto: Red Latinoamericana y Caribe de Derechos Humanos y Salud Mental

Minutos después de las 18:30 del 10 de octubre más de 500 personas comenzaron a caminar desde la explanada de la Universidad de la República (Udelar) hacia la Plaza Libertad, en defensa y reclamo de los derechos relativos a la salud mental. No faltaron los cantos, las pancartas ni gente disfrazada con vestimenta a rayas. De lejos se destacaba la pancarta de la Asamblea Instituyente por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna, movimiento organizador de la marcha, y el cartel del “II Encuentro Latinoamericano de Derecho Humanos y Salud Mental”. De cerca, una gran cebra de madera y el gato icónico de Alicia en el país de las maravillas eran el centro de atención.
Por séptima vez, la Marcha por la Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna tomó un tramo de la principal avenida de Montevideo un 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental. Fue la primera vez que se organizó en conjunto con la “Red Latinoamericana de Derechos Humanos y Salud Mental”, creada en 2017, cuando se hizo el primer encuentro, en Florianópolis. El programa APEX de la Udelar fue quien propuso hacer el segundo encuentro en Uruguay y combinarlo con la marcha, que fue el punto cúlmine de tres días de actividades. Con la participación de diferentes movimientos sociales –entre ellos estudiantes de Psicología, familiares de personas con patologías mentales, integrantes de Radio Vilardevoz-, todos juntos marcharon en reclamo de los derechos y necesidades de los más afectados en materia de salud mental. El espacio se convirtió en un momento único no solo por la alegría y el disfrute, sino por la posibilidad de compartir y expresar las necesidades de cada individuo en unión y libertad.
En la Plaza Libertad un pequeño escenario esperaba a los participantes de la marcha y a cualquier curioso que deseara acercarse. Mientras la muchedumbre aguardaba el comienzo del espectáculo, entre gritos, bailes y cantos, un grupo de brasileños se convirtió en el corazón de la fiesta: pañuelos amarillos y verdes; camisetas y pancartas representativas de diferentes movimientos más algún que otro pañuelo con los colores del arcoíris, creaban un ambiente alegre y festivo.
Más abrazos, menos pastillas
“¡Porque el brote psicótico es un derecho humano! ¡Porque el delirio es un derecho humano! ¡Porque la alucinación es un derecho humano! ¡No queremos más pastillas! Queremos abrazos, queremos caricias, queremos música, queremos literatura, queremos teatro, queremos amigos, queremos radio, queremos buenos periodistas, queremos justicia social, queremos trabajo, queremos salud, queremos vivienda. ¡Queremos memoria! ¡Ni olvido ni perdón a todos los presos psiquiátricos, a todas las personas que fueron psiquiatrizadas, torturadas y asesinadas por el manicomio!”. Después de las repetitivas arengas que decían: “¡Manicomio nunca más!” comenzó la música en el escenario. El grupo compuesto únicamente por mujeres interpretó un gran repertorio de canciones vinculadas al reclamo y reivindicación de diferentes derechos humanos. Lo que más llamó la atención fue el uso constante del lenguaje inclusivo por parte de la vocalista, tanto cuando se dirigía al público como en las canciones interpretadas.
Pocas canciones después del comienzo del espectáculo, una de las integrantes de la “Asamblea Instituyente por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna”, dio el discurso más emotivo de la noche: “En este octubre nos reunimos reafirmándonos desde un movimiento instituyente, juntas y juntos en la calle, porque entendemos a la salud mental como buen trato, escucha, encuentro, construcción colectiva, y participación democrática. Este octubre nos encuentra en la calle movilizándonos frente al poder capitalista, patriarcal y sanitarista. ¡Por la redistribución de la locura y la riqueza! Asamblea Instituyente, 2018.”
Leída esta proclama y con los nervios más controlados, exclamó: “¡Gracias por venir y arriba los que luchan, por una América Latina sin manicomios! ¡Manicomios nunca mais! ¡Viva la locura! Tenemos derechos a estar un poco locos, ¿Que levante la mano quien no ha estado un poco loco, al menos en algún momento? ¡Que tire la primera piedra! ¡Gracias!”.
Testimonios
Cerca del escenario, un hombre mayor y solitario bailaba muy feliz al ritmo de la música. A unos pasos de distancia, familiares y adolescentes lucían remeras que decían “Familias y amigos de personas con diagnóstico de autismo”, y uno de los muchachos bailaba y saltaba con mucho gozo. Más lejos del corazón de la fiesta, un hombre serio contaba que “por tener algunos problemas mentales no podía conseguir trabajo”, mientras sostenía un pequeño cartel con grandes letras que decían: “Salud mental también es llegar a fin de mes”.
Más atrás, un grupo de jóvenes con caras pintadas de franjas blancas y negras, reían y disfrutaban de la música. Entre ellos, un hombre de aproximadamente cuarenta años, sabía de primera mano por qué se reclama el cierre de los manicomios en Uruguay. Siete veces estuvo en ellos, entre los que se encontraban los hospitales psiquiátricos, en el Vilardebó, en San Carlos, en Punta del Este y en Tacuarembó. “Supuestamente me ingresaron por esquizofrenia. Tenía brotes psicóticos, paranoia. Justamente mañana tengo que ir a buscar la medicación a Vilardebó, una droga que me estabiliza. La primera vez que estuve en Vilardebó no sufrí en ningún momento, tuve visitas. Cosa que no sucedió en la segunda internación allí. Éramos siete en una sala, mucha gente. Un chiquilín lloraba todo el tiempo esperando la visita. Era bastante triste la situación”, expresó. Agregó que luego lo internaron en San Gregorio de Polanco, en Tacuarembó: “No la pasé mal la primera vez, llegó un tío a visitarme. Tampoco estuve muy medicado. Pero la segunda vez, que estuve con mi padre y mi hermana, sentí un dolor en la cintura y quedé como una V invertida. Con terapeuta y trabajo pude salir adelante”.
Al ser consultado sobre lo que esperaba de esta marcha, contestó que en primer lugar esperaba que repercutiera “sobre todo en Brasil, que fue donde comenzó todo”. Comentó que en Uruguay debía ir todo “piano, piano”, aunque expresó que, sinceramente, esperaba a que tuviera un impacto importante en la sociedad “ya que hay mucha gente que necesita saber de esto, mucha gente”, reflexionó.
Ernesto Morales

Minutos después de las 18:30 del 10 de octubre más de 500 personas comenzaron a caminar desde la explanada de la Universidad de la República (Udelar) hacia la Plaza Libertad, en defensa y reclamo de los derechos relativos a la salud mental. No faltaron los cantos, las pancartas ni gente disfrazada con vestimenta a rayas. De lejos se destacaba la pancarta de la Asamblea Instituyente por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna, movimiento organizador de la marcha, y el cartel del “II Encuentro Latinoamericano de Derecho Humanos y Salud Mental”. De cerca, una gran cebra de madera y el gato icónico de Alicia en el país de las maravillas eran el centro de atención.
Por séptima vez, la Marcha por la Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna tomó un tramo de la principal avenida de Montevideo un 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental. Fue la primera vez que se organizó en conjunto con la “Red Latinoamericana de Derechos Humanos y Salud Mental”, creada en 2017, cuando se hizo el primer encuentro, en Florianópolis. El programa APEX de la Udelar fue quien propuso hacer el segundo encuentro en Uruguay y combinarlo con la marcha, que fue el punto cúlmine de tres días de actividades. Con la participación de diferentes movimientos sociales –entre ellos estudiantes de Psicología, familiares de personas con patologías mentales, integrantes de Radio Vilardevoz, que funciona en el hospital psiquiátrico Vilardebó-, todos juntos marcharon en reclamo de los derechos y necesidades de los más afectados en materia de salud mental. El espacio se convirtió en un momento único no solo por la alegría y el disfrute, sino por la posibilidad de compartir y expresar las necesidades de cada individuo en unión y libertad.
En la Plaza Libertad un pequeño escenario esperaba a los participantes de la marcha y a cualquier curioso que deseara acercarse. Mientras la muchedumbre aguardaba el comienzo del espectáculo, entre gritos, bailes y cantos, un grupo de brasileños se convirtió en el corazón de la fiesta: pañuelos amarillos y verdes; camisetas y pancartas representativas de diferentes movimientos más algún que otro pañuelo con los colores del arcoíris, creaban un ambiente alegre y festivo.

Más abrazos, menos pastillas
“¡Porque el brote psicótico es un derecho humano! ¡Porque el delirio es un derecho humano! ¡Porque la alucinación es un derecho humano! ¡No queremos más pastillas! Queremos abrazos, queremos caricias, queremos música, queremos literatura, queremos teatro, queremos amigos, queremos radio, queremos buenos periodistas, queremos justicia social, queremos trabajo, queremos salud, queremos vivienda. ¡Queremos memoria! ¡Ni olvido ni perdón a todos los presos psiquiátricos, a todas las personas que fueron psiquiatrizadas, torturadas y asesinadas por el manicomio!”. Después de las repetitivas arengas que decían: “¡Manicomio nunca más!” comenzó la música en el escenario. El grupo compuesto únicamente por mujeres interpretó un gran repertorio de canciones vinculadas al reclamo y reivindicación de diferentes derechos humanos. Lo que más llamó la atención fue el uso constante del lenguaje inclusivo por parte de la vocalista, tanto cuando se dirigía al público como en las canciones interpretadas.
Pocas canciones después del comienzo del espectáculo, una de las integrantes de la “Asamblea Instituyente por Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna”, dio el discurso más emotivo de la noche: “En este octubre nos reunimos reafirmándonos desde un movimiento instituyente, juntas y juntos en la calle, porque entendemos a la salud mental como buen trato, escucha, encuentro, construcción colectiva, y participación democrática. Este octubre nos encuentra en la calle movilizándonos frente al poder capitalista, patriarcal y sanitarista. ¡Por la redistribución de la locura y la riqueza! Asamblea Instituyente, 2018.”
Leída esta proclama y con los nervios más controlados, exclamó: “¡Gracias por venir y arriba los que luchan, por una América Latina sin manicomios! ¡Manicomios nunca mais! ¡Viva la locura! Tenemos derechos a estar un poco locos, ¿Que levante la mano quien no ha estado un poco loco, al menos en algún momento? ¡Que tire la primera piedra! ¡Gracias!”.

Testimonios
Cerca del escenario, un hombre mayor y solitario bailaba muy feliz al ritmo de la música. A unos pasos de distancia, familiares y adolescentes lucían remeras [A1] [EM2] [EM3] que decían “Familias y amigos de personas con diagnóstico de autismo”, y uno de los muchachos bailaba y saltaba con mucho gozo. Más lejos del corazón de la fiesta, un hombre serio contaba que “por tener algunos problemas mentales no podía conseguir trabajo”, mientras sostenía un pequeño cartel con grandes letras que decían: “Salud mental también es llegar a fin de mes”.
Más atrás, un grupo de jóvenes con caras pintadas de franjas blancas y negras, reían y disfrutaban de la música. Entre ellos, un hombre de aproximadamente cuarenta años, sabía de primera mano por qué se reclama el cierre de los manicomios en Uruguay. Siete veces estuvo en ellos, entre los que se encontraban los hospitales psiquiátricos, en el Vilardebó, en San Carlos, en Punta del Este y en Tacuarembó. “Supuestamente me ingresaron por esquizofrenia. Tenía brotes psicóticos, paranoia. Justamente mañana tengo que ir a buscar la medicación a Vilardebó, una droga que me estabiliza. La primera vez que estuve en Vilardebó no sufrí en ningún momento, tuve visitas. Cosa que no sucedió en la segunda internación allí. Éramos siete en una sala, mucha gente. Un chiquilín lloraba todo el tiempo esperando la visita. Era bastante triste la situación”, expresó. Agregó que luego lo internaron en San Gregorio de Polanco, en Tacuarembó: “No la pasé mal la primera vez, llegó un tío a visitarme. Tampoco estuve muy medicado. Pero la segunda vez, que estuve con mi padre y mi hermana, sentí un dolor en la cintura y quedé como una V invertida. Con terapeuta y trabajo pude salir adelante”.
Al ser consultado sobre lo que esperaba de esta marcha, contestó que en primer lugar esperaba que repercutiera “sobre todo en Brasil, que fue donde comenzó todo”. Comentó que en Uruguay debía ir todo “piano, piano”, aunque expresó que, sinceramente, esperaba a que tuviera un impacto importante en la sociedad “ya que hay mucha gente que necesita saber de esto, mucha gente”, reflexionó.

Ernesto Morales

 


 

 

¿ [A1]Eran los familiares los que tenían las remeras o eran varios adolescentes?

 

 

[EM2]Familiares y adolescentes

 

 

[EM3]

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