El maestro Ruben Lena.

El maestro Ruben lena.

Hace 50 años un maestro rural le puso letra y música a José Gervasio Artigas. Ruben Lena, “Rubio”, “Rubito” o simplemente el “maestro” fue autor del himno “A don José”. Creció y se formó a orillas del Río Olimar. Escribió por y para la gente. Desde 1959 hasta su muerte en 1995 no paró de producir. Instaló un canto popular diferente, propio. Su obra fue popularizada por el dúo “Los Olimareños”.
El maestro fue amigo de mi familia y a pesar de no coincidir temporalmente con él, siempre tuve la sensación que también era mi amigo. Lo conocí a través de sus canciones. Pude saber que detrás de ese escritor aldeano, que dedicó versos a sus amigos y vecinos, al mangangá y a las hormiguitas, se esconde -aunque se asoma en su trabajo- un obrero de la identidad nacional.
Sus amigos, que afortunadamente son también los míos, tuvieron la lucidez de interpelar al maestro sobre algunos asuntos fundamentales que lo definen y lo explican como fenómeno cultural. El relato parte de la construcción de Lena según el propio Lena.
“Cuando yo vine de Venezuela a trabajar en la educación  me correspondió una escuela de un barrio de Treinta y Tres, el 25 de agosto. Empezamos a trabajar, empecé a trabajar, ya con la idea de que a todos los integrantes de un conglomerado social, a todos se les puede contar como alumnos – no en el sentido escolar de la cosa- pero todos, incluso yo, somos alumnos de la vida. Entonces trabajábamos, no solamente con los niños, si no que trabajábamos y nos reuníamos con los vecinos, mucha cantidad de veces, mucha cantidad. Teníamos una buena máquina fotográfica con la cual habíamos aprendido bastante de fotografía y sacaba de a vista (diapositivas) y después se las pasaba a mis alumnos. Un día les digo: vamos a ver unas diapositivas esta nochecita, díganle a los padres que vengan a ver.
Y lo hicimos reproduciendo en los muros de una barraca. Trajeron las sillas de las casas, los bancos y se sentaron. Cuando yo ponía las fotos en el proyector de vista fija y las mostraba, la gente se levantaba, atropellaba las cosas, decían: ¡Pare, pare maestro! acá está la nariz de fulano ¡Mirá, mirá! Entonces yo sacaba la diapositiva y me decían: No, no. Deje, deje. ¡Pero miren! Aquella es la cabeza de zutano, y gritaban señalándose uno a otros. Ponía otra foto y sucedía lo mismo, y lo mismo.
Entonces, realmente la gente lo que desea es verse, identificarse como persona, y fue como… ¡Como un fogonazo! de luz en mi cabeza. Esa es la palabra ¡Un fogonazo!  Así, se me hizo toda la luz. La gente quiere identificarse no solamente como persona si no como grupo. La cosa que más les interesa es reproducirse y verse actuando en sus maneras comunes y ahí está una de las cosas fundamentales”
En un pueblo lleno de preguntas, Lena encontró las respuestas. Paradójicamente las halló en la misma gente, que hasta entonces no había tenido la oportunidad de proyectarse a través de la música.
“Esto del canto no es fruto de la educación reglada de mi país, eso surge de los conocimientos obtenidos en la vida, de la relación con las demás personas, con la gente, con mis padres, con los vecinos, con los amigos, con los distintos ambientes; ya sean urbanos o rurales, en los cuales uno veía unos vacíos enormes de canciones. A eso obedece. De ninguna manera a la enseñanza reglada, ni conocimientos técnicos, sino más bien a lo que oí, porque algo muy importante es formar al escuchador de la música. Eso lo conseguí en casa, aprender a escuchar música y a gustarlo. No a hacer técnicamente música, sino a ser un gustador”.

Más adelante expresará que:
“Mi inclinación hacía la música, hacia la música popular, aquella música que no está como endurecida, endurecida de importancia, que suena generalmente en las guitarra, en los bandoneones, esa música, yo creo que fui atraído desde siempre por ella. Y cuando antiguamente empecé a trabajar de maestro en el  medio rural, tuve que hacer de profesor de canto para los niños, y las cosas, los recursos con que podía contar uno, eran escasísimos. Uno tuvo que hacérselo todo. Aprendí a leer un poco de música en las publicaciones oficiales, tomé una guitarra y saqué lo que pude sacar, solo en medio de los campos. Pero siempre fui un oyente atento de la música. De todo tipo de música. Con los niños nos divertíamos, no hay otra palabra, nos divertíamos con la canciones que nosotros hacíamos, pero que nos las olvidábamos inmediatamente , nos servían un mes, dos meses, y se terminó el objeto por la  que había sido creada, no había compromisos con la memoria (…) No teníamos muchos elementos, porque no habían instrumentos, ni había otra cosa que ganas”.
En el mismo reportaje Lena sostiene que hasta hacía poco tiempo los cantores estaban infravalorados, que la música era patrimonio de los bares y las pulperías, y no existían “oyentes” educados para escuchar. Entonces, la gente cantaba canciones de otros lugares, y como suele contar Pepe Guerra, aquellos muchachos que nunca habían visto otra luna que no fuera la olimareña, le cantaban con fervor a la lunita tucumana.
“Yo digo que hay que hacerle más caso a lo que la gente quiere y la necesidad que tiene la gente. ¡Cómo no! Hay que poner un énfasis extraordinario en eso, no hay duda ninguna. Lo que quiero decir es que realmente el Uruguay es un país donde la gente antes no cantaba ¡No cantaba! A la gente le gustaba el baile, le gustaba la fiesta, pero cantar no. Cantar era cuestión de copas o de barras, pero no era una actividad que se pudiera hacer en reuniones de muchachos y muchachas, ni que hubiera teatro para eso. Antes no era así. Lo de los cantores cantando en los teatros es cosa modernísima (golpea la mesa, con énfasis, durante largo rato) ¡Modernísima! Cuando vos eras chiquito (el periodista en ese entonces tenía 20 años) no había eso. Cuando había un cantor viajaba de pueblo en pueblo, iba a cantar a los cafés. Y al canto, cuando iban, iban solamente hombres a escucharlos”.
El maestro logró condensar en versos el mundo que lo rodeaba. Pintó su aldea y fue universal. Pero cabe preguntarse de qué manera una composición llena de referencias específicas de lugares y personas locales, adquiere popularidad en el resto del país e incluso llega a trascender fronteras.
Después de Lena y por primera vez, las canciones hablan sobre lo nuestro, y eso permite saber que “el Cachango”, “la juanita” y “el Joaquín”, vecinos comunes, pueden ser y son parte de una canción. Entonces es posible sustituir esos nombres por cualquier otro, el suyo o el mío. Lena le canta a lo que existe en su entorno inmediato, que puede ser el suyo o el mío, y por eso se vuelve universal, por eso “al maestro” lo cantan todos. Después del maestro la música deja de ser patrimonio de un pequeño sector de la población y pasa a ser un producto social, con infinitas posibilidades.
“Pobre Joaquín, pobre Joaquín,
en medio del silencio.
Amaneció en la luz serena y cruel,
desde la noche mirando estrellas
y las manos vacías
vueltas hacia la tierra.
Yo le miré los ojos al Joaquín,
tan tristemente empañados y quietos.
«Morir es poca cosa»
–dice Joaquín ya muerto.”
Nunca le pudo escapar a la docencia. Rubito enseñó todos los días de su vida y se propuso la difícil tarea de enseñar cantando. Deconstruyó y volvió a ensamblar imágenes gastadas de personajes históricos de nuestra región. Así logró romper el bronce que recubría el busto de Artigas para entreverarlo con el gauchaje. Se tomó el trabajo de reinterpretar algunos mitos y hacerlos carne con sus letras. Escribió y describió al General Leandro Gómez, a Simón Bolívar y ¡Cómo no! a José Pedro Varela.
“A mí me parece que Don José, el Don José que está en la plaza Independencia no es el Don José que todos nosotros los uruguayos quisiéramos que fuera. Para mi Don José es un hombre mucho más sencillo, más seco, más definido en todas sus actitudes y no ampuloso, majestuoso. No tiene nada de eso. Entonces yo decía: pero todas las lindas, hermosas canciones que se han hecho sobre Artigas no dicen lo que Artigas es.  Artigas es mucho más, es un hombre sencillo, de reflexión y de acuñar los pensamientos celosamente, en poquitas palabras. Mucho más sencillo y mucho más profundo que todos los hombres. La canción que quiera decir algo sobre Artigas tiene que ser muy sencilla, sencillísima. Y eso lo busqué como loco, busqué la sencillez. Mas por sencillo nunca estaba completo, siempre puede haber otra cosa más sencilla”.
Cuenta mi abuelo, que en una charla con el maestro, osó pedirle una definición de poesía. Lena, muy sereno, hablando bajito le dijo: “La poesía, Serrano, es la palabra desnudita, des-nu-di-ta”. En ese momento su interlocutor lo increpa: “Mañanita no te apures/ Que el silencio está quietito/ Y en la punta de los pastos/ Está dormido el rocío. Y eso Maestro ¿Eso qué es?” A lo que Lena responderá: “Bueno, eso es un hallazgo”. Aquí aflora uno de los mayores logros del poeta, aquello que buscó constantemente durante su carrera y logró plasmar en sus letras: la sencillez. El maestro era hijo de un sastre, y explicaba que observando a su padre comprendió la magnitud de la cuestión. Saben aquellos que cosen que cuanto mayor calidad tenga el zurcido, menos se verá. El zurcido bien hecho es invisible. Lena utilizaba esta metáfora para ilustrar la búsqueda de la sencillez, que paradójicamente resultaba lo más difícil.
“Por el Nacho Silvera el recuerdo pregunta
allá cuando lo nombran, gente de Isla Patrulla.
Por el Nacho Silvera, de sombrero a la nuca,
la memoria está alerta como piedra de punta.”

Nada lo define mejor que su obra. Ruben Lena jamás claudicó, persiguió incansablemente su utopía y logró exponer los razonamientos más complejos de la forma más transparente, porque eso hacen los maestros.
María Sara Abella

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