En una noche un tanto gélida, el Club Cultural Charco presentó un refugio de calidez y color sobre la calle Maldonado. El vino se repartía en varias copas mientras niños correteaban por el salón desbordando inquietud, una energía ansiosa que todos parecían compartir. Los invitados admiraban la pared sobre la que las obras de Mariana Viñoles eran expuestas. Meticulosamente arregladas podrían ser una viñeta que en continuidad cuenta una historia, o quizás hojas de un álbum de fotos coleccionadas a lo largo de una o varias vidas. Las obras de Mariana parecían haber vivido más que la contemporaneidad que las sostenía, parecían ser el reflejo de una vida en particular y de todas al mismo tiempo. Viñoles creció en Melo y se mudó a Montevideo al cumplir 18 años. Estudió comunicación social en la UTU antes de emigrar a Bélgica en 2001, donde egresó como directora de fotografía. Fundó dos productoras de cine independiente a través de las que presentó sus propios trabajos.

“¡Ahí está, ahí está!”, gritó un niño, y rápidamente los demás dieron séquito para recibir a la artista. Llegó con su familia y dos niños que rápidamente se unieron a otros que los recibieron para formar parte de la eléctrica pandilla. Entre abrazos y besos volaban los cumplidos y felicitaciones. Mejillas rojas creadas entre la temperatura y el vino sonreían para declararle a Viñoles su percepción acerca de lo que ella creó. “Increíble”, le dijo una mujer; “indescriptible”, agregó dos segundos después. Pero mintió. La realidad es que “Los Fondos” es, contrariamente, muy creíble y descriptible. 

Presentado en un arreglo de imágenes detenidas en tiempo y espacio, cada obra cuenta una historia, presenta un recuerdo que no es del espectador pero podría haberlo sido. Retratos familiares, imágenes de paseos a la playa o en bicicleta, reuniones que traspasan generaciones, casamientos y etapas. “Los Fondos” presenta vida y, en su superficie, entre lienzo y acrílico, la presenta con alegría y nostalgia. Pero más allá del tinte nostálgico, Viñoles cuenta historias escondidas entre trazos de colores vibrantes. Para ella los cuadros con cabellos rojos, ojos heterocromáticos y cielos azules son un formato onírico que contiene a los retratos en un universo despegado del propio, les da la oportunidad de ser algo más allá de lo que realmente fueron en su vida personal.

Desde temprano Mariana Viñoles decidió hacer de su carrera una interpretación de su vida misma. Un recorrido autobiográfico que la reconoció como autora y protagonista de una historia que se desarrolla documentalmente. Un documento es una prueba, materialización de algo cuya existencia ya no puede ser negada. Como las fotos en las que basó sus pinturas o las historias que creó frente a la cámara, fue transformando recuerdos en archivos: arte en historia. El montaje que la artista realizó de sí misma muestra experiencias de su infancia y le permiten adueñarse de sentimientos perdidos e inmortalizarlos con orgullo. Viñoles desde joven es creadora audiovisual y sus trabajos documentales han bailado entre el límite de la verdad y la fantasía que también expresan sus pinturas. Como una manera de autoficción, es ella, pero al dibujarlo o filmarlo deja de serlo y se convierte en una entidad que se sostiene sola cargada de emociones, a veces dolorosas y a veces sanantes.

“Fue un proceso difícil”, contó Viñoles a Sala de Redacción. Al reencontrarse con fotos reconstruyó su propia vida y encontró una dualidad entre lo que veía y lo que sentía al experimentar cada imagen. Sintió la necesidad de hacer algo con el dolor que la interpelaba, por eso, con manos ansiosas y entre las paredes de su cocina, pasó días pintando aquellas fotos en una versión que las representa con más fidelidad, una versión que le pertenece a ella y al mundo al mismo tiempo. Muchas personas han descrito su trabajo como el relato de historias universales representadas a través de lo personal desde lo íntimo. Y es verdad, porque el trabajo de la artista es tan universal como lo es vivir, crecer y sentir. 

“Tango antes de la siesta” – Mariana Viñoles

“Tango antes de la siesta” muestra una familia en pleno movimiento, disfrutando de la compañía del otro y del momento. Pinta un simple placer en la vida entre cigarrillos y siestas en verano, una simpleza extremadamente enternecedora. Pero también es un reflejo de un pasado crudo: su abuelo, representado de espaldas, se suicidó cuando ella era pequeña y la memoria vive en esta pintura tan eterna como difusa, jamás representando su rostro. Su padre, adicto al alcohol, representa bailes entre humo con sonrisas, de la misma manera que la abrumante ansiedad que traía consigo cada fiesta o celebración. “Yo odiaba las fiestas”, dijo Viñoles, “sabía cómo iban a terminar; comenzaban las peleas, los gritos y yo ya sabía”. Por eso su trabajo es mejor descrito en análisis fotográfico, porque por más exacto que sea lo que representan, no regalan más tiempo que el instante.

La artista es la directora de todo su arte, a veces detrás de un lente real y a veces metafórico porque sus pinturas siempre la miran de frente. Sus personajes posan y la convierten en la cámara, le dan el poder y responsabilidad de contar lo que se debe contar, lo que merece o necesita ser contado. Este poder la ayuda a sanar su propia vida y también la de otros.

“La memoria” – Mariana Viñoles

“La memoria” es una oda a un amigo cercano, una copia de una foto que él tiene con su padre cuando era un bebé disfrutando de un día en la playa. Su padre fue uno de los desaparecidos durante la última dictadura militar y la obra fue un regalo que logra mantener la memoria estática en el tiempo, intocable e imposible de desaparecer. “Los Fondos” son obras creíbles porque, justamente, describen al espectador. Lo presentan con una humanidad tan compleja como identificable y hacen de una foto un espejo. Una historia universal hecha personal: porque lo universal siempre es personal. 

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