Foto: cortesía Giovanna Martinatto

Sentada en una mesa contra la pared del café y con el moño que recoge su pelo aún intacto y perfecto, tiene aspecto de niña. El brillo en sus ojos llama la atención; quizás sea algo natural, algo que forma parte de una esencia común a las personas como ella. Su postura y su luz la delatan pero su sencillez asombra. Son las cinco de la tarde y acaba de terminar el ensayo del Ballet Nacional del SODRE (BNS). Empezó a bailar cuando tenía 6 años. El ballet fue la manera que sus padres encontraron para que gastara energía y no estuviese tanto en la calle: “vivíamos en un edificio y yo me pasaba todo el día jugando con mis vecinos abajo y cuando mi mamá me llamaba yo nunca subía o demoraba mucho. Fui solo para ver qué era esto del ballet y al principio me parecía todo muy estructurado”, comenta. Quizás la admiración que sintió la primera vez que vio a su maestra de baile, por su dedicación y su amor hacia lo que hacía, fue la razón por la cual Giovanna Martinatto, primera bailarina del BNS, es hoy uno de los valores más grandes que tiene el mundo de la danza nacional. Con una trayectoria y una experiencia innegables, Giovanna entró a la Escuela Nacional de Danza con apenas 8 años: “una amiga de mi hermano que también bailaba me vio y le dijo a mis padres que yo tenía condiciones y que me tenían que llevar ‘ya’ a la prueba de la escuela”. Egresó de la Escuela  9 años más tarde, a los 17. Un año antes fue elegida junto a tres compañeras para hacer una suplencia en el cuerpo de baile del BNS para La Bayadera y al año siguiente entró a la compañía por una audición. En el año 2000 se fue a bailar a Francia: “Empezó a haber una crisis en la compañía (SODRE) y quería probar si tenía suerte en otro lado. Entonces hice una clase, me grabé y empecé a mandar videos y el currículum.” Estuvo en Cannes por seis meses y volvió por su propia cuenta. “Los franceses son un poco difíciles con el extranjero”, asegura entre risas Giovanna. “Son muy arraigados a ellos y a su pueblo, además yo no hablaba francés, hablaba solo inglés y para ellos la diferencia en el idioma era un impedimento, no les gustaba que yo no hablara francés. En ese momento yo tenía 18 o 19 años y la estaba pasando un poco mal, no aguanté y decidí venirme”. A partir de entonces forma parte del BNS y en el marco de los 80 años de la compañía charló con Sala de Redacción sobre su carrera.
-¿En qué momento “ascendiste” a primera bailarina?
-Resulta que cuando yo tenía 19, después de que volví de Francia, vino un coreógrafo argentino, Rodolfo Lastra, a dar una clase. De la nada me dijo: “ponete las puntas”. Vio la clase y dijo que quería que yo fuese la primera bailarina de un ballet especial. En ese entonces hubo bastantes problemas con los solistas y los primeros bailarines porque en la compañía ya estaban armadas las categorías y yo en realidad en ese momento no era nada adentro del SODRE. Pero Rodolfo la peleó para que yo hiciera ese papel, decía que tenía que ser yo, sí o sí, hasta que finalmente lo hice. A partir de ese entonces fui haciendo roles de solista y de primera a la par. Después, cuando vino Julio (Bocca), sabiendo que yo ya venía de primera bailarina hacía muchos años, me ascendió.
-Se dice que el mundo del ballet es bastante competitivo e individualista. ¿Ya era así cuando empezaste de primera bailarina?
-Era muy competitivo y ahora también es así. Cuando vos querés llegar a un lugar importante adentro de un ballet tenés que competir, tenés que mostrarte, no te queda otra; pero a su vez hay que ver el tipo de competencia que uno elige hacer: la leal o la desleal; cada uno sabe hasta dónde va. De todas formas en este momento hay un ámbito muy cordial entre nosotros: nos vamos de gira juntos, pasamos mucho tiempo juntos en los ensayos y si bien yo creo que cada uno intenta mostrarse a su manera, no hay ni codazos ni nada de eso que aparece en alguna película o que la gente puede llegar a imaginar. Es un grupo muy lindo y bastante diferente al ámbito en el que estuve cuando empecé. Ojo, no critico a aquel grupo: creo que era defender su lugar, yo era “la nueva”, una persona que recién entraba, y es lógico que los demás quisieran defender su lugar.
-¿Cuáles son las principales diferencias entre el SODRE al cual ingresaste y el actual?
-Yo creo que ha tenido más evoluciones que involuciones. En la etapa en la que yo entré, la compañía estaba pasando por una crisis que duró más o menos del año 2002 a 2006 o 2007. No había difusión, hacíamos funciones y la gente ni sabía del Ballet a no ser que vos les dijeras  “bailo tal día”, eran muy pocas funciones por temporada, bailábamos para 20 personas en platea y eso es muy jodido, porque vos pasabas preparando por dos meses una obra y cuando se abría el telón pensabas “¿y ahora?”. La llegada de Julio hizo que por suerte esa situación se revirtiera.
-¿Cuáles fueron los cambios que realizó Bocca para sacar a flote a la compañía?
-Fueron muchos cambios. Yo creo que su nombre fue una de las cosas que más aportó para que el BNS cambiara. También el hecho de traer maestros y coreógrafos renombrados del extranjero y que han trabajado en muchas compañías, ayuda a acelerar mucho el proceso técnico y artístico de cada bailarín. El tema de las giras: ir por el Interior, su gente es magnífica, es hermoso visitar otros lugares.
-¿Cómo es el público uruguayo actual, tanto el de Montevideo como el del Interior?
Son públicos distintos. Yo creo que el de Montevideo está aprendiendo cada vez más sobre lo que es el ballet, entonces ahora ven un poco más lo técnico, están más pendientes, están entendiendo las obras; hay mucha gente que me dice: “¿vas a bailar Giselle?, yo he estado mirando la obra en Internet”. La gente se informa antes de ir a ver una función. Sin embargo el Interior es distinto porque hace mucho que no ve ballet, entonces es muy cálido, a veces ve el ballet como ve un partido de fútbol.
Incluso en el Interior a veces hemos bailado en canchas de básquetbol, montan el escenario ahí y nos ha pasado que la clase de preparación previa a la función la hacemos para el público. Entonces ves que la gente llega con su mate, con su termo y con sus niños y ven lo que hay atrás de la función, y acá (en Montevideo) eso no sucede, acá vamos directo a la función.
-¿Cómo es Bocca como maestro y como director del BNS?
-Es muy exigente, yo creo que esa es la palabra (dice entre risas). En realidad la mayoría de las clases las veces tenemos con los maestros, con Julio tenemos generalmente cuando vamos de gira o sino cuando tenemos funciones. Me parece que a él no le gusta mucho dar clases, pero las clases de él son muy buenas, son muy parecidas a las de su maestro y tiene una técnica muy buena; a veces solo de mirarlo marcar aprendés mucho y me ha pasado de verlo y decir: “wow, mirá lo que acaba de hacer y ya dejó de bailar”, es muy motivador. En los ensayos está siempre presente, más que nada con la prueba de bailarines y también es muy exigente, está muy atento a la parte técnica, artística, te va pasando datos, cosas que él hizo… es muy bueno.





Foto cortesía Giovanna Martinatto





-¿La vida de los bailarines se puede calificar de sacrificada?
-Es una buena pregunta. Yo a veces pienso que es sacrificada, y me pasa que la responsabilidad que generalmente uno tiene como primer bailarín, el estar al frente del espectáculo, me estresa mucho, porque generalmente querés que salga todo perfecto o fallar lo menos posible y hacer una entrega total de vos como persona. Pero en el momento de salir al escenario, pienso que el sacrificio es otra cosa. Sacrificado es otro tipo de gente, yo estoy haciendo lo que a mí me gusta y soy feliz con eso, tener la oportunidad de hacer lo que me gusta no es tan sacrificado.
-Sin embargo, ¿cuál fue el mayor sacrifico que tuvo que hacer en su carrera?
-Tuve varios sacrificios. Uno fue cuando entré a la Escuela de Danza: yo era muy chica y me costó encarar eso como una carrera realmente. En la Escuela de Danza si tenés baja una nota estás al borde de repetir el año o de que te echen, y si te echan no podes volver a entrar. El primer año yo tuve una nota muy baja y de la Escuela hablaron con mis padres porque yo era muy chica. Al año siguiente les dijeron que estaban en la duda y no sabían si me eliminaban o me hacían repetir el año, yo ahí tenía 10 años y fue tremendo, muy tremendo. Entonces mis padres hablaron con la directora, que les dijo que habían decidido que me iban a dejar repetidora. Cuando mi mamá llegó a casa y habló conmigo, me contó lo que habían decidido y me explicó lo que implicaba; me dio como un ataque. Me acuerdo que me encerré el baño y lloraba y pateaba todo y mi madre me dejó sola. Después que me tranquilicé volvimos a hablar y me dijo que había “dos opciones: ‘o seguís con esto o lo dejás, pero yo no te quiero ver así'”. Todavía recuerdo esa situación. Entonces le dije: “’no, mamá, yo quiero seguir con esto, yo quiero seguir bailando”. Al año siguiente fui una de las mejores alumnas de la Escuela y ahí seguí progresando siempre. Pero fue un golpe que aún lo recuerdo. Tuve la suerte de que mis padres siempre me apoyaron en todo, pero los dos me decían “o seguís o dejas, pero así no, con esta actitud no”. Yo soy muy terca, es más, creo que llegué a donde estoy no tanto por condiciones sino por terquedad. Yo creo que uno tiene que ser terco para poder superar barreras.
-¿Fue duro también durante la adolescencia?
-En mi adolescencia lo principal que me pasó fue que yo tenía unos 10 kilos más que ahora y vivía a dieta. Me acuerdo que en la cartelera del SODRE ponían los nombres de las personas que tenían que bajar de peso en rojo y yo siempre estaba ahí. Eso fue bastante duro también porque salía a comer algo con mis amigas y sabía que me tenía que pedir una ensalada o algo así; de todas formas yo nunca me pasé para el otro lado, en mi casa nunca me dejaron y me cuidaron mucho. Es un tema muy difícil el de la alimentación en este ámbito: si te empezás a perseguir podés terminar en enfermedades muy jodidas como la anorexia o la bulimia.
-¿En algún momento se planteó abandonar el baile?
Sí, en el momento que conté de la Escuela Nacional de Danza lo dude mucho, tuve que tomarme unos días para pensarlo realmente. Y hace un par de años también pasé por un momento complicado porque sufría un poco de ataques de pánico y nunca sabía si me iba a dar uno en un escenario.
-La carrera del bailarín es relativamente corta, ¿ya sabe cuándo se va a retirar y qué va a hacer después de eso?
-La edad específica todavía no la pienso. Sí pienso en que cada vez estoy más cerca de que eso suceda. Es raro. Porque a veces cuando subo al escenario pienso “esto ya lo bailé tantas veces”, y a la vez me da nostalgia porque eso de subirse al escenario se va a perder. Pero por otro lado me sirve pensar que tuve la oportunidad de bailarlo y de llegar a donde llegué, que no es fácil. Me encantaría hacer coreografía cuando me retire o también seguir capacitándome en otro lado; esto es algo que lo pienso día a día.
-¿El SODRE abre alguna puerta después de que el bailarín se retira?
Sí, ha habido algunos casos de compañeros que han dejado de bailar y han pasado a ser maestros de la Escuela o de la compañía. Yo creo que si uno tiene ganas, demuestra que quiere seguir vinculado y que quiere dar de todo lo que recibió, las puertas están abiertas, pero depende de uno.
-En Uruguay, ¿es posible vivir -económicamente hablando- solamente del baile?
-Sí, en este momento sí.
-¿Actualmente el ballet uruguayo está a nivel de competir internacionalmente?
-Sí, totalmente.
-Más allá de las condiciones naturales, ¿qué es lo esencial para que un bailarín triunfe?
-La terquedad. A mí me ha servido en muchos casos. La disciplina, es necesario ser muy disciplinado, esforzarse cada día más, tener mucha cabeza, ser muy inteligente, tanto con las cosas buenas y malas que seguro van a pasar, tratar de no deprimirse y tener mucho corazón y alma. Es necesario que cuando salgas al escenario todo sea mágico.




Foto cortesía Giovanna Martinatto




-Cuando termina una función y hay un teatro desbordado que aplaude de pie, ¿qué siente?
-Te digo la verdad, muchas veces me dan ganas de llorar. Me ha pasado de terminar llorando en las funciones. Además yo siempre hago una concentración previa a cada función, soy muy católica, rezo mucho y siento que Dios me va a acompañar. Antes de salir al escenario me remito al personaje que sea y me repito su nombre muchas veces, eso es como una cábala que tengo, para salir de mi persona y entrar en él. Entonces cuando termina la función y ves a toda la gente y sentís los aplausos, caes de que en realidad lo anterior fue todo un sueño y volvés al mundo real, y eso está muy bueno. Siempre trato de disfrutarlo al máximo y eso hace que me ponga muy sentimental.
-Tiene una familia, un esposo y un hijo, ¿cómo se reparte entre la familia y el ballet?
-Y, es difícil, pero yo creo que se puede. Mi marido me banca en todo, me acompaña en todo momento, cuando estoy muy feliz o cuando estoy triste, cuando estoy cansada… es un santo y aguanta camiones. Mi hijo es un divino, es un ser muy especial; siempre tiene una palabra para mí que me impresiona, porque solo tiene 10 años. Son dos pilares en mi vida.
-¿Cómo van los ensayos de Giselle?
-Estamos ensayando muy de a poco realmente. En este momento estoy ensayando con Ciro Tamayo, y estrenamos a fines de mayo.
-¿Sorprende que las entradas se agoten tan rápido?
-Sí, me sorprende mucho, especialmente porque viví otras épocas. En la oficina de Julio hay unos papeles colgados con los récords de ventas y a veces me paro y miro y es increíble, nunca pensé que se podía llegar a algo así.
-Alguna anécdota con el BNS que haya quedado para el recuerdo…
-Me pasó que cuando bailamos Giselle por primera vez, una compañera que hacía de duquesa y que era el personaje que desataba la locura de Giselle, que era yo, no estaba en el escenario. Se había ido a bañar entre una entrada y otra y se olvidó de que tenía que salir al escenario en ese momento. Cuando yo salí a hacer la parte de la locura de Giselle y vi que ella no estaba quedé en shock, porque vos estás ahí y tenés al público adelante. En ese momento uno de mis compañeros (Alejandro González, un capo) entró al escenario y a mí me dio para razonar que su personaje podría ser el que desatara la locura de Giselle, fue un disparador para mí, él entró al escenario con la intención de ayudarme. Al final de la función mucha gente me dijo que fue la mejor locura de Giselle que habían visto. Fue de mucho estrés en mi cabeza, sacó lo peor de mí, fueron muchos sentimientos encontrados en un solo minuto: tenía nervios, bronca, estaba preocupada por si le había pasado algo a mi compañera y tenía que pensar qué hacer y creo que fue por eso que me salió muy bien esa locura. En los ensayos actuales de Giselle intento pensar en aquel momento para que la locura me salga más natural.
Y así termina la charla. Giovanna aún no terminó su jugo de naranja. Su moño, su postura y su luz siguen intactos.
Soledad Gago Delfino

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