Foto:Asociación Down

Las puertas de la Asociación Down se abren y atrás parece quedar la tarde gris. Es que ahí adentro solo se respira felicidad y se escuchan risas. Las personas parecen no percatarse de la presencia de alguien extraño que las observa.
Algunos están jugando al voleibol, otros a pasarse las pelotas. El ambiente es familiar.

Sobre la asociación
Fue creada en 1986 por grupos de padres, familiares y profesionales que decidieron conocer más en profundidad el Síndrome de Down. Este síndrome consiste en una alteración genética que se da en el momento de la concepción, sin una razón específica, o que, por lo menos, hasta el momento no se conoce. La alteración se da en el número de cromosomas del par 21. El mecanismo más común por el que se produce es la trisomía regular que refiere a la mala distribución de los cromosomas.
La Asociación no persigue fines de lucro: acepta donaciones económicas de particulares y empresas y la colaboración de aquellos que sientan que pueden aportar a las tareas a través de su capital humano.
Su misión es brindarles a las personas con Síndrome de Down las herramientas para lograr una inserción social y laboral con igualdad de derechos, y una mejor calidad de vida.
Para alcanzar este fin, la Asociación organiza charlas para padres y talleres para las personas con Síndrome de Down.
Los talleres son de tango, expresión oral y escrita, fotoreportaje, danza moderna, teatro, pintura en macetas de barro, marionetas y títeres, música, cultura científica, gimnasia y taller artístico- terapéutico.

Cómo trabajan
SdR tuvo la oportunidad de presenciar los talleres de artístico- terapéutico y gimnasia. Se le consultó a Lucía Fumia, profesora de gimnasia, cómo es trabajar con estos jóvenes. Con una gran sonrisa y una mirada que daba cuenta del orgullo que tiene de sus alumnos, contó –mientras Maite, una de las jóvenes, la abrazaba- que lo más fascinante es la capacidad que tienen estos chicos de captar lo que se les indica. Por ejemplo, ella les explica cómo es un saque de voleibol y ellos lo hacen de forma excelente; y a la otra clase, siguen recordando la maniobra.
La mayoría de la gente tiende a pensar que las personas con Síndrome de Down tienen una capacidad intelectual limitada. Sin embargo, los estudios comprueban que eso es así hasta cierto punto; estas personas pueden desarrollar su aprendizaje igual que el resto, con la única diferencia que el proceso es más lento. Esto depende de que tengan una familia sólida que les brinde amor, y que tengan el apoyo de profesionales que crean en su potencial humano, social y laboral.
Esto se puede percibir a simple vista en el grupo que se encontraba aquella tarde en la Asociación: personas con las que se puede mantener un diálogo de par a par, personas que se desempeñan en su vida de forma autónoma, personas que valoran por encima de todas las cosas el amor que se les brinda.

La Asociación Down no sólo los capacita en distintas áreas, sino que también les enseña valores, y herramientas para desenvolverse en la sociedad.
Debido a las situaciones que se van presentando, Lucía decidió dedicar parte de su clase a plasmar en papel cuáles son las cosas que se deben hacer y cuáles no, y qué nos gusta hacer y qué no. Esos papeles, con frases pensadas y escritas por ellos mismos, quedaron pegados en la pared para que puedan repasarlas cada vez que sea necesario, o seguir agregando cosas a medida que se les vaya ocurriendo.

Esa táctica funcionó a la perfección. Más de una vez ellos mismos le recordaron a sus compañeros las cosas que habían escrito, según distintas situaciones que se fueron dando a lo largo de la tarde.
No debemos burlarnos de los compañeros”, le recordó la profesora a un muchacho luego de que éste se riera de su compañera.
Con un compañero me llevo bien. Si no lo hago, está bien también porque las personas somos así. Me puedo llevar un poquito mejor con Guille, más o menos con Maite. Pero la respeto, no la molesto”. Con este ejemplo, Fumia les explicaba las reglas de convivencia.
La clase de gimnasia finalizó jugando a la patata caliente entre todos. Para eso hicieron una gran ronda, pusieron música y comenzaron a pasarse la pelota. El que se quedara con la pelota cuando la música paraba debía pagar una prenda que consistía en algún ejercicio físico. Los cantos al unísono del nombre del que se había quedado con la pelota parecían llenarlos de ego y valentía. Lagartijas, bailes, elongación, canciones, fueron algunas de las prendas que hicieron. Y las sonrisas de felicidad cuando el resto los aplaudía se volvían contagiosas. Ellos no tienen pudor de mostrar lo que saben hacer: al contrario, cada logro los hace más orgullosos de sí mismos, y los reconocimientos los engrandecen.

Tenían una hora libre antes de que empezara la siguiente clase. En ese interín, SdR habló con algunos jóvenes.
Felipe tiene 33 años. Él definió a la Asociación como “comisiones de padres que se juntan a conversar de la discapacidad que tienen los hijos”.
Felipe tuvo varios trabajos: fue jardinero en el aeropuerto de Melilla, y embolsaba las mercaderías en Mr. Bricolage. Actualmente está trabajando junto a su padre en la entrega del correo a supermercados como Tata y el Disco. Renunció al segundo trabajo porque era de tarde y le impedía asistir a la Asociación. Con el padre trabaja de mañana, tres veces a la semana.

Disfruta mucho de todas las actividades, de compartir con sus compañeros, y de los bailes que realizan las madres de la Asociación cada quince días. En este centro conoció a su novia María Emilia.
Sabrina concurre a la Asociación desde 2008. Va a los talleres que se dictan los miércoles, viernes y sábado; martes y jueves tiene taller en otro lado. Lo que más le gusta es bailar, sobre todo la danza árabe “para mover las caderas como Shakira” agrega.
Gerardo disfruta el taller de gimnasia. En sus tiempos libres va al gimnasio a trabajar la musculación.
Victoria, de 24 años, al principio se mostraba lejos del grabador, evitaba que le hicieran preguntas. Hasta que Sabrina se acercó a decir que Victoria quería ser entrevistada. Tímida, empezó a contar que se siente feliz en la Asociación. Allí conoció a su pareja, Gerardo ,con quien mantiene una relación desde hace tres años.
Sabrina, Gerardo y Victoria trabajan en Tata desde hace cuatro años, los tres se muestran conformes y felices con el trabajo.
Cuando volvimos al salón, había gente poniendo mesas y sillas a lo largo. El profesor Leandro Epíscopo repartía pinceles, potes de pintura, y láminas. Eran las 16:30, hora del taller artístico terapéutico. Epíscopo sostenía una de las láminas en sus manos y pedía silencio.
Al principio no fue fácil lograr la atención de todos. Algunos estaban merendando, otros hablando con sus amigos o parejas, otros se paraban y caminaban por las instalaciones. Después de unos minutos,logró total atención. Las láminas que había repartido tenían figuras humanas entreveradas con otras formas. Epíscopo comenzó diciendo “¿Recuerdan que la clase pasada hablamos sobre los sueños? Generalmente soñamos cosas mezcladas, estamos en casa pero es otro lugar”, y así continuó dando ejemplos. La mayoría de los allí presentes recordaron inmediatamente aquella clase.
La propuesta para ese día era plasmar en aquel papel blanco todo lo que los rodeaba de forma entreverada. Poner en una misma imagen a la familia, los compañeros de la Asociación, el trabajo, y todo lo que forma parte de sus vidas.
Pronto, todos estaban sumergidos en sus ideas. Algunos ilustraron calles con tránsito; otros dibujaron sus casas, sus familias, sus trabajos. Algo resultó una especie de factor común entre los muchachos que son empleados de Tata: recrearon con detalle lo referente a su trabajo. El local, los uniformes, corazones con la palabra “Tata”.

El compañerismo
Mientras compartían la clase en aquella larga mesa, algunos roces comenzaron a surgir. Alguien decía algo, otro contestaba, y los enojos llegaban. Se esperaba que la mayoría se sumara a la discusión, pero la reacción fue la contraria. Los demás compañeros intentaron distender el ambiente. Recordaban lo que habían escrito en los papeles pegados en la pared. “No te enojes, no vale la pena. Concentrate en tu dibujo y no escuches lo que dicen los demás”, aconsejaba Felipe a su compañera.
Otro chico estaba molesto, pero sus compañeros se dedicaron a hablarle, a hacerle entender que no todo es tan gris. Incluso comenzaron a hacerle cosquillas para sacarle una sonrisa.
En la otra punta de la mesa una mujer no vidente también pintaba. Admirablemente, un compañero le daba el pincel, le agarraba el brazo, y la guiaba para que ella no quedara fuera de esta disciplina. Ese compañero se convirtió en sus ojos durante la hora que duró la clase.
Mucha gente no sabe cómo actuar frente a personas con Síndrome de Down. Muchos simplemente se alejan, otros los tratan como eternos niños. Pero lo que esta institución logra es que cada uno de ellos sea una persona independiente; capaz de movilizarse solo, de mantener una relación amorosa, de asimilar la responsabilidad que implica un empleo o una clase. Personas con las que se puede hablar de tú a tú, de forma horizontal, sin superiores e inferiores.
Si bien todos los que van a la Asociación tienen Síndrome de Down, cada uno es una persona única y particular, con sus historias de vida, virtudes y defectos. Pero algo en común lograron, y es el sentimiento de compañerismo, ser agradecidos, y afrontar la vida con felicidad sin dejarse vencer por los obstáculos que se presentan.
Agustina Reina

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