El cortometraje documental Memorias jóvenes, que se estrenó el 27 de abril en la Facultad de Información y Comunicación (FIC), echa luz sobre las experiencias de adolescentes en la dictadura. Las realizadoras, Carolina Zubelso, Fiorella Martín y Tatiana Magriks, son egresadas de la FIC y convirtieron la investigación de Mariana Achugar, docente e investigadora de la FIC, en un producto audiovisual. “Mi trabajo se centra en la transmisión de la memoria del pasado reciente, y también, en cómo los jóvenes aprenden sobre el pasado”, contó Achugar a Sala de Redacción.
Achugar, que ha estudiado la influencia del discurso en la forma de recordar la dictadura, recogió en esta investigación los casos de dos detenidas: Lucía Arzuaga –en 1974, en Montevideo– y de Liliana Pertuy –en 1975, en Treinta y Tres–. En el momento en que las detuvieron los militares, ambas tenía 15 años y eran estudiantes de liceo; cuando fueron liberadas, a Arzuaga le prohibieron volver a la educación pública, y a Pertuy estudiar en instituciones públicas o privadas.
Pertuy estuvo detenida junto a 40 compañeros de entre 13 y 18 años. Poco se sabe de las historias de estos jóvenes, pese a que sufrieron el mismo nivel de persecución, represión y tortura que se aplicaba a los adultos; además, no tenían la oportunidad de pasar por un juzgado de menores, era la Justicia Militar quien los procesaba.
Historias invisibilizadas
Achugar explicó que si bien se han incorporado a la memoria las historias de niños apropiados y de hijos que estuvieron presos o que fueron llevados con sus padres, “no está registrada la idea de que los jóvenes hayan sido actores políticos en la dictadura”. Las historias de aquellos adolescentes que desde movimientos estudiantiles o gremiales participaron activamente y, como en los casos de Liliana y Lucía, sufrieron en carne propia la dictadura no se había recuperado.
A Achugar le cuesta entender cómo no se han fijado estas memorias ni se han registrado las vulneraciones a los derechos de estos jóvenes. En este sentido, destacó dos aspectos principales para entender esta invisibilización. Por un lado, mencionó a los protagonistas: “son memorias de actores sociales que han estado excluidos de los lugares de poder desde donde se construyen los relatos”, afirmó. En una sociedad adultocentrista, los jóvenes suelen ser vistos como ciudadanos con derechos diferentes. Por otro lado, expresó que estos relatos no son funcionales a los discursos hegemónicos, ya que “desarticulan la teoría de los dos demonios”, porque cuestionan la “justificación de la violencia del Estado, por otra violencia”. Por el contrario, “eran jóvenes, menores de edad, que recibieron una violencia extrema del Estado”, concluyó Achugar.
El cine como medio
La intención de Achugar de hacer llegar de manera fácil su investigación al público fue el empuje para la realización del corto documental. Vio en el cine una forma efectiva de lograrlo y con la ayuda de Juan Pellicer, investigador y docente del trayecto audiovisual de la FIC, se creó el nexo para armar el equipo con las realizadoras.
Carolina Zubelso, realizadora del corto, comentó a Sala de Redacción que Pellicer vio la potencialidad en el grupo de trabajo y valoró que fueran todas mujeres: “al ser tres realizadoras mujeres, pudimos tener otro acercamiento con las protagonistas”, confirmó Zubelso.
Desde las fortalezas de cada una, dividir las tareas de producción se les hizo fácil. Zubelso contó: “no tuvimos que ponernos a pensar qué rol iba a ocupar cada una, sino que todo cuadró; si dejabas los insumos arriba de la mesa, cada una agarraba el suyo”. Magriks tomó el trabajo de cámara y postproducción de color, Martín -a quien Zubelso presenta como una persona extremadamente ordenada- fue perfecta para la dirección y el montaje; Zubelso se encargó del sonido.
El lenguaje audiovisual logró su cometido de hacer circular el trabajo teórico. “El cine como herramienta, es un vehículo mediático que permite generar empatía”, valoró Achugar, que agregó que “permite vincularte a nivel afectivo, más allá de lo cognitivo y racional que es tener o recibir la información”. El testimonio visual ayuda a humanizar los hechos y sensibiliza de una forma más directa. En este sentido, Zubelso opinó que el formato del cine “cuenta las cosas de una forma más atractiva para la gente, y logra atravesar generaciones”.
Construir memoria
Recuperar y mantener la memoria es un trabajo colectivo que se nutre de experiencias personales. El documental dota a la memoria colectiva de memorias individuales y permite percibir cómo se entrelazan las historias. “Ese cruce entre lo individual y lo histórico, que hace que reconozcamos nuestra propia experiencia en la de otros, permite darnos cuenta de que somos parte de una comunidad”, manifestó Achugar.
Del documental participaron integrantes del colectivo Jóvenes por la Memoria de Treinta y Tres, quienes pueden verse reflejados mayormente en la historia de Pertuy, por ser de su localidad. “¿Cómo es posible que alguien que no lo vivió y no tiene una afectación directa se conecte y luche por que haya justicia?”, se preguntó Achugar. Consideró, además, que los jóvenes logran ver otros aspectos de la historia: “se conectan porque pueden ver más allá de la implicación directa y política que tienen los que están más cerca a la historia y estuvieron más afectados por los discursos dominantes”, opinó.
Para Zubelso, es valioso que el documental aporte al trabajo de jóvenes que militan esta causa y opinó que, si bien hay jóvenes desinformados, otros muestran mucho interés y se ven realmente movilizados por las memorias. “Los adultos que vivieron la historia tienen esa actitud de ‘ya no me cuentes más porque ya se y lo viví‘ cuando, en realidad, tal vez la vivieron desde determinados discursos, hace 40 o 50 años”, alegó Zubelso.