TODAS LAS OPINIONES QUE IMPUGNAMOS DESPRECIAN EL VALOR DE PERSONA DE LA MUJER

La despenalización del aborto -cuya ley está en entredicho y su eventual derogación inicia un complejo trámite el próximo domingo 23 de junio con la convocatoria (no obligatoria) a que la ciudadanía habilite el referendo revocatorio-cruza perpendicularmente a toda la sociedad y recluta adeptos y contrarios en una misma religión, una misma ideología, una misma clase social. Prueba de ello es la postura de Tabaré Vàzquez,  fiel a su fe católica, que confronta la posición mayoritaria del Frente Amplio (cuyos legisladores impulsaron la ley). O la postura del personaje en las antípodas, Julio María Sanguinetti, que confronta la posición mayoritaria del Partido Colorado, del que supo ser  líder indiscutido. Sanguinetti es fiel a su concepción liberal; su  fundamentación en favor de la despenalización del aborto, publicada en forma de carta en el semanario Búsqueda es una de las más sólidas piezas que sintetizan argumentos sociales, científicos y políticos. El siguiente es el texto íntegro de la carta:
Señor Director de “Búsqueda”:
Numerosas personas han controvertido mi criterio favorable a la despenalización del aborto y, como consecuencia, contrario a la prosecución del proceso de referéndum en curso. Siendo imposible hacerlo en cada caso particular, me permito ordenar mis afirmaciones y respuestas de un modo genérico, ofreciendo disculpas por la extensión.
I. ¿Cómo se explica que todos los países occidentales —salvo contadísimas excepciones— han despenalizado el aborto? España lo autoriza hasta las 14 semanas de forma libre y ha establecido una red de clínicas habilitada para practicarlo. El Reino Unido lo hizo mucho antes (y hasta las 24 semanas), al punto de que era clásico en la época de Franco que las españolas que deseaban interrumpir su embarazo viajaran a Inglaterra (cuando podían hacerlo o, caso contrario, caían en una ominosa red de clandestinidad). Legislaciones parecidas hay en Alemania, Países Bajos, Francia desde la Ley Weil (12 semanas). En EE.UU. el cambio vino desde la jurisprudencia. ¿Enloqueció nuestra civilización o, simplemente, ha seguido avanzando en el reconocimiento de los derechos de la mujer, aplastada y desconocida por siglos?
II. En nuestro país no está en debate si el aborto es bueno o malo. Todos lo asumimos como una grieta, una fractura, de algún modo un fracaso transformado en drama. Nadie trata de ensalzarlo ni estimularlo. A la inversa, pensamos que desarrollar una sana y clara educación sexual e informar de los métodos anticonceptivos hoy disponibles, permitirá que el fenómeno vaya desapareciendo en la sociedad. Desgraciadamente, todavía hay quienes —por razones religiosas— se resisten a esos métodos anticonceptivos y agitan aún tabúes sobre la sexualidad sin advertir, justamente, que con esos criterios sólo están fomentando la práctica abortiva clandestina.
III. El hecho social es que —pese a todas las prohibiciones, legales o religiosas— el aborto existe. Más allá de discutibles números, es notoria su difusión en el mundo entero. ¿Optamos por ignorarlo y abrimos así un amplio espacio a la clandestinidad? ¿Miramos para otro lado y no reconocemos que las mujeres menos informadas o más pobres, están condenadas a una asistencia deficiente y riesgosa? Este es el debate en juego: si vamos a penalizar, aun con la prisión, a la mujer que aborta. Estos días el dramático caso de El Salvador, donde Beatriz, entre la vida y la muerte, por consejo médico demandaba abortar un feto sin viabilidad y la ley se lo negaba de modo absoluto. Ese caso puso al mundo delante de los excesos a donde lleva la actitud dogmática.
IV. El plazo de 12 semanas fijado para despenalizar la interrupción del embarazo se basa en un hecho científico, de poderosas consecuencias morales y jurídicas: ese embrión no tiene ninguna capacidad de vida autónoma. Es una vida en potencia, que depende absolutamente del cuerpo de su madre. En el mundo entero no se registra caso alguno de sobrevivencia de un embrión no ya de 12 semanas, sino aun de 20. Carece de un mínimo de existencia neurológica, que es el factor hoy considerado también para establecer la muerte. Todo plazo, por cierto, es convencional, pero en este caso la norma, con moderación, se asegura de partir de un hecho incontrovertible: no hay posibilidad de vida, en consecuencia no hay una persona autónoma, titular de derechos que puedan prevalecer sobre los de la madre a decidir sobre su maternidad, sobre su propio cuerpo y sobre su futuro personal, que puede quedar allí hipotecado para siempre.
V. El ADN ciertamente contiene elementos de individualización genética que podrán estar mañana en una persona, pero ésta aún no existe. Del mismo modo, ese ADN recoge una genética histórica trasmitida por herencia, de modo que -si nos adentramos en él- hemos “nacido” hace siglos y pueden rastrearse decisivos factores de nuestra identidad biológica que nos vienen desde muy lejos. Para nada esa continuidad impone al derecho —civil y penal— el reconocimiento de una persona como titular; ni a la moral desconocerle a la mujer su derecho a la salud sexual y su voluntad materna.
VI. La invocación reiterada al Pacto de San José de Costa Rica, que “en general” procura la protección de la vida humana desde su concepción, hoy es interpretada sin absolutismo y acepta excepciones. Por eso, a renglón seguido, reconoce la legítima defensa (que despenaliza el homicidio del agresor), del mismo modo que la jurisprudencia interamericana —como la europea— se ha negado a controvertir la legislación liberal en materia de aborto. Para nuestro derecho civil solo hay una persona cuando hay un nacimiento viable por 24 horas (arts. 216 inc.3, 835, 845 y 1.038 del Código). Es el mismo criterio de la Corte de Casación de Francia, que ha sido rotunda en la afirmación de que recién existe una persona cuando se ha producido el nacimiento y una primera respiración (sentencia del 25 de junio de 2003). En materia penal se asume un criterio aún más restrictivo, tal cual hemos visto.
VII. En el plano moral, el debate también se inclina hacia la dirección más liberal. Para los moralistas protestantes en general solo hay persona desde el nacimiento, “umbral decisivo” de la vida. Para el Rector de la Gran Mezquita de París es lo mismo en visión musulmana. Entre los católicos, si bien hay una actitud oficial condenatoria, existen opiniones discrepantes, como fue en nuestro medio la del Padre Pérez Aguirre. Si nos vamos hacia la teología, nos encontramos con que nada menos que Santo Tomás de Aquino estimaba que solo había una persona humana cuando el embrión había adquirido cierta madurez.
VIII. Todas las opiniones que impugnamos desprecian el valor de persona de la mujer y su libre discernimiento. La mujer es considerada apenas como un instrumento de  reproducción. Si quedó embarazada contra su deseo, ha de resignarse, aunque estime que no posee los elementos para una maternidad responsable. Nos cuesta a los hombres reconocer la angustia de esa madre, enfrentada a una opción muy dramática. Su naturaleza, su biología, le da la posibilidad de crear otra vida; su penuria económica, la condenación social, el encadenamiento de todo su futuro por un hecho que ocurrió impensadamente, le trasmiten dolor y no alegría. Las “circunstancias de la vida” pueden ser muchas, desde el fruto de una relación circunstancial —sin vínculo sentimental— hasta una violación o un incesto. Es la mujer quien tendrá que resolver su dilema existencial; la maternidad es algo demasiado elevado, individual y socialmente, como para que sea apenas un acto de resignación, una condena que hay que asumir sin alegría, sin amor ni voluntad.
Atentamente
Julio Marìa Sanguinetti

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