La distinción entre prostitución y explotación sexual se hace cuando se habla de niños, niñas y adolescentes. “En el caso de las personas adultas el término prostitución se sigue utilizando, pero también existe una diferencia entre el trabajo sexual, que está amparado ante una serie de derechos -que son mínimos pero son- y aquella persona que ejerce la prostitución pero no cuenta con esas ‘formalidades’”, explica Andrea Tuana, trabajadora social y directora de la asociación civil El Paso destinada a la defensa de los derechos humanos de los niños, niñas, adolescentes y mujeres.
En cuanto a los menores de edad, el término prostitución infantil ya no se utiliza porque la prostitución refiere a un intercambio entre partes iguales. En estos casos “es una vulneración de los derechos humanos y está enmarcado entre relaciones de poder, por lo tanto no hay consentimiento ni elección posible. Entonces, no se puede hablar de prostitución, sino que para poder diferenciar ambas situaciones se habla de explotación sexual”, agrega Tuana.
Desde ese mismo punto de vista Mariela Solari, directora de la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía General de la Nación, apunta que la explotación sexual tiene que ver con el intercambio de actividades sexuales, que en general, se asocian con plata. Sin embargo, señala que “en el caso de niños, niñas y adolescentes muchas veces es con comida o un par de championes. Ponen su cuerpo para satisfacer sus necesidades, que pueden ser comida, abrigo o cualquier otra vulnerabilidad”.
En cuanto a la trata, ambas entrevistadas exponen que conlleva todo un mecanismo y organización por detrás. Implica captar, trasladar y la etapa misma de la explotación sexual. Tuana explica que la trata capta “en su mayoría a mujeres, las moviliza sacándolas de sus lugares de referencia. Esa movilización puede ser dentro de las fronteras del país o transnacional, llevándolas a otro país para explotarlas”. La directora de El Paso agrega que existen fronteras muy borrosas entre el trabajo sexual y la trata, es decir, “cuando una persona ingresa en ese mercado sexual donde las reglas son muy aleatorias y arbitrarias, donde las mujeres terminan siendo parte de una especie de circuito prostitucional que se parece más a la trata que una relación autónoma”. Por su parte Solari menciona que muchas veces dentro del “circuito” las mujeres adultas se dedican a captar a mujeres más jóvenes, ya que son más fáciles de manipular por sus “fragilidades”. A su vez “resultan más útiles para el desarrollo del comercio porque en el mercado de la prostitución lo que más se consume es la juventud”.
Respecto al trabajo sexual, Mariela afirma que “Uruguay es muy hipócrita” porque en realidad hay una ley que lo reglamenta: “podés decidir ser trabajadora sexual, pero hasta los 17 años con 11 meses puede ser considerado explotación sexual. Después que cumpliste los 18, por más grado de daño que tengas y que tu consentimiento esté viciado como para elegir eso, sos trabajadora sexual”.
El tejido de las redes
En cuanto al concepto de “redes”, las entrevistadas plantean distintas opiniones. Solari relata que la red se puede referir a las conexiones que existen entre los engañados, pero también a las relaciones de los explotadores para captar víctimas. ”Muchas veces en la prensa sale gente -experta o inexperta- a decir que todo son redes de trata; pero si a una chiquilina recontra pobre el vecino le dice que la va a ayudar y le da de comer en la casa a cambio de favores sexuales, eso no es una red, ni es trata: es explotación sexual”, resume la experta.
Por su parte, Tuana plantea que las redes de trata cuentan con una presencia bastante importante en el país y aunque no son redes internacionales de crimen organizado, se puede ver un funcionamiento de redes locales. Y en las comunidades muchas veces las familias forman parte del tejido de esas redes. Se puede ver que detrás de las víctimas hay una organización de clientes, captadores, e intermediarios; “se puede reconocer un tejido de red que pasa a ser más que proxenetismo, ya es trata”, asegura.
Sobre la visibilidad que adquirió el tema en manos de la Operación Océano, Mariela plantea que allí confluyen varios aspectos: “el nuevo Código del Proceso Penal tiene un repertorio de derechos y prácticas que contempla a las las víctimas y que hace tres años no existía. Pocas veces las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con estos temas valoran que exista una unidad especializada y una justicia que mira a las víctimas”.
En el caso Océano, los equipos fiscales pusieron el foco en cuidar y proteger a las víctimas y eso mejora la calidad de la investigación, opina Solari. Y apunta a que “si no se las cuida y se sienten culpables y avergonzadas, no van a seguir declarando”. También sucede que en un sistema público la fiscalía tiene la obligación de mostrar lo que se hace, “y se mostró cuidando a las víctimas, eso también transmitió un mensaje para ellas”.
La línea telefónica que se abrió para denunciar de forma anónima fue producto del trabajo de la fiscal del caso (Darviña Viera), junto con el equipo de víctimas, un psicólogo y dos trabajadores sociales, ya que “se entendió que una línea directa con la cara de la fiscal genera otras garantías”. Eso genera un discurso totalmente distinto al que existía hace cuatro años, cuando ni siquiera se sabía qué juez se iba a encargar del caso. Y abre una puerta para producir confianza en las instituciones, señala Mariela.
Macho, poderoso y profesional
La violencia es direccional. Y para que exista una relación abusiva y de sometimiento, por lo menos existen cuatro partes, cuenta Solari: “ostentar un lugar de poder que es avalado por la sociedad, tener plata, ser macho y profesional”. Ese individuo siempre va a elegir personas que son vulnerables por algún tipo de fragilidad, que puede tener que ver con la edad, problemas económicos, entre otros. Pero una de las vulnerabilidades principales es la falta de información.
Desde este punto de vista, la experta afirma que es necesario construir herramientas para los niños, niñas y adolescentes. Y no solo herramientas que se enseñen de manera presencial, como la educación sexual integral, sino que existe un aspecto cultural de la modernidad que tiene que ver con la sexualidad en las redes sociales. Y es necesario que los adolescentes y jóvenes sepan a qué riesgos se exponen dentro del manejo de esas redes. “No quiere decir que se tengan que inhibir de la conducta, si no que tengan herramientas de auto-cuidado”, dice Solari. Aclara que lo importante es que “sepan que les puede escribir un pedófilo o alguien haciéndose pasar por una mujer -muchas jóvenes fueron engañadas de esa manera-, y que es muy importante que tengan presente que si les pasa lo pueden contar. Si esas herramientas no existen, quedan absolutamente vulnerables”.
“Lo que unifica a los explotadores es el patriarcado, el machismo, el entender que las mujeres son un objeto que se puede alquilar y que están por debajo; si son adolescentes pobres, aún más abajo. Es esa escala de poder, la que se transforma en una herramienta para someter al otro”, explica Solari. Tuana coincide que hay un gran eje para analizar sobre la masculinidad hegemónica, el machismo, la socialización de los varones y el mandato de virilidad a través del poder sexual. “Ahí hay una línea para denunciar, visibilizar y es la que produce el problema”, asegura.
Según Tuana, el género tiene un peso muy importante en términos de desigualdad. Pero muchas veces se interceptan las desigualdades, como el racismo con la diferencia de clases o con alguna discapacidad. Eso genera que determinadas poblaciones sean mucho más vulnerables que otras. “Es mucho más sencillo manipular a una chica que además de haber sufrido violencia y abusos, tiene hambre y además tiene hermanos con hambre. O desea tener un celular y comerse una hamburguesa de Mcdonalds. Son diferentes aspectos que constituyen el problema”, afirma.
Las vulnerabilidades son amplias y aunque suelen asociarse con la pobreza, aparecen en todos los niveles socioeconómicos. Según el contexto existen distintas víctimas y distintos explotadores, dice Mariela. Y explica que hay una cuestión de diferenciación de perfiles, pero el problema es “democrático y reconocible” en todos los estratos sociales, solo que muchas veces “en los niveles de clase alta o media alta queda más oculto”.
Tuana plantea que al momento de buscar soluciones, el panorama no se presenta sencillo: “no logramos que este tema se incorpore en las currículas de educación, y no es porque sea caro. No lo logramos porque es mucho más que un educar diferente, es dar vuelta un orden político y dar vuelta las relaciones de poder”. Agrega que hay que lograr mover las bases de una estructura cultural instaurada, metiéndose con los intereses de la masculinidad poderosa, del machismo hegemónico y el patriarcado, donde existe una resistencia muy fuerte: “cuando vos estás sola criando un hijo varón, oponiéndote al machismo, te das cuenta lo difícil que es. No es solamente cambiar la crianza, pero hay que empezar por algún lado”, concluye.