Monumento "Los últimos charrúas", año 1939. Foto: Centro de Fotografía de Montevideo

Con motivo de la conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas el pasado 9 de agosto, SdR entrevistó al realizador audiovisual Nicolás Soto, director -junto a Leonardo Rodríguez- de “El País sin Indios”, documental uruguayo a estrenarse en julio de 2019, que narra la realidad de la comunidad indígena uruguaya en la actualidad.
Declarado de interés por el Ministerio de Educación y Cultura y el Ministerio de Relaciones Exteriores, el largometraje surge en un intento por deconstruir el mito de que, a diferencia del resto de Latinoamérica, Uruguay es “un país sin indios”.
“Se suele decir que Uruguay es el único país de América Latina sin indígenas, que es la Suiza de América, y el título de nuestro documental pretende ironizar justamente sobre esto. El documental intenta demostrar que este pensamiento tan implantado en nuestra sociedad es erróneo”, explicó el director.
En un viaje de mochilero por Latinoamérica en 2010, Soto se percató de la marcada presencia de lo indígena en otros países, lo que le llevó a preguntarse “¿por qué acá no?”. A su regreso, comenzó a investigar sobre el tema del que solo conocía “lo que te enseñan en la escuela”.
Tras una larga historia de vulneración de sus derechos, los pueblos indígenas continúan siendo, según la ONU, “uno de los grupos de personas más desfavorecidos y vulnerables en el mundo hoy en día”; de aquí que la comunidad internacional reconozca “que se requieren medidas especiales para proteger los derechos de los pueblos indígenas del mundo”.
En contacto con un grupo de descendientes de indígenas, Soto logró adentrarse a esta cultura ancestral y conforme a su veta audiovisual vio que había una historia que pedía ser contada. A través de esta comunidad, conoció además al fotógrafo Leonardo Rodríguez, quien compartía su interés por retratar esta realidad, y juntos se embarcaron en este proyecto, que fue financiado por la Dirección de Cine y Audiovisual Nacional.
Un estudio realizado recientemente por el departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República reveló que un tercio de la población nacional tiene ascendencia indígena por línea materna. Sin embargo, según sostuvo Soto, son pocos aquellos que se autorreconocen como indígenas, ya sea “por ignorancia o vergüenza”, y esto tiene su origen en la historia misma.
El director explicó que “el deseo de destruir esta cultura fue tal que no alcanzó con el exterminio deliberado por parte de las tropas gubernamentales que conocemos como la Matanza del Salsipuedes. Los sobrevivientes debieron servir a familias no indígenas, fueron obligados a evangelizarse, privados de hablar sus lenguas, de volver a su lugar de origen y de toda posibilidad de reagrupamiento”.
Por esto, Soto afirma que no solo corresponde hablar de genocidio, sino también de etnocidio, entendido como la destrucción sistemática de la cultura de un pueblo. Y es que estas son, siguiendo la visión del antropólogo y etnólogo francés Pierre Clastres, dos caras de una misma moneda: “Si el genocidio liquida los cuerpos, el etnocidio mata el espíritu”.
El director enfatizó en que el rechazo hacia la cultura indígena a lo largo de la historia, además de propiciar directamente la pérdida de su identidad física y material, desencadenó una autonegación de la misma por parte de sus propios protagonistas: “Ser indígena no estaba bien visto, era un tema vergonzoso, y por eso había una tendencia a ocultarlo a las nuevas generaciones, lo que hoy dificulta aún más la reconstrucción del árbol genealógico”. Agregó que “es un deber del Estado y de todos como sociedad reconocer el asunto indígena, la existencia de esta población que en la actualidad que se encuentra invisibilizada, así como admitir que existió un genocidio planificado”.
El País sin Indios apunta a la puesta en valor de la lucha de estos colectivos, cuya mayoría se encuentra agrupada en el Consejo de la Nación Charrúa, fundado en 2005 e integrado por diez organizaciones de descendientes charrúas, aunque también cuenta con la participación de miembros que no son descendientes y solo pertenecen a la misma porque han decidido autorreconocerse como charrúas.
Precisó además que, lejos de la idea que habita en el imaginario colectivo respecto al indígena como “alguien primitivo, vestido de taparrabo y con una pluma en la cabeza”, se pretende mostrarlo como un ser “adaptado al mundo moderno”. Y agregó que entre los descendientes de indígenas “no existe una homogeneidad total, es gente distinta entre sí, profesionales, obreros, etc.”, hecho que se ve aún más acentuado por la escasez de herencia cultural.

Para el director, más allá de las diferencias individuales o regionales que puedan existir, hay ciertos rasgos que son comunes a las diversas poblaciones indígenas, tales como la importancia de la vida en comunidad, el fuerte vínculo con la naturaleza y el entorno y su alto grado de espiritualidad. Soto admira la cultura indígena y considera “que tenemos mucho para aprender de ella; creo que paradójicamente, pese a su subestimación y rechazo, en las comunidades indígenas está la clave para vivir en armonía y no sucumbir a la vorágine del mundo capitalista”.

Maia Bidegain
 

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