Nació en el Hospital Militar y creció en una casona del Prado. Sus abuelos la educaron en la memoria y entre libros. La habitación más grande era el estudio. “Había libros de suelo a techo”, recuerda Gabriela Schroeder antes de que le traigan su pedido en el patio interior de la librería Escaramuza. La locación la eligió ella para poder estar al aire libre, entre el trinar de los pájaros y el tintineo de las cucharitas.
Lentes oscuros y un celular junto a su oído. Han sido días ocupados. A principios de mes Schroeder publicó, junto a Ignacio Ampudia, su primer libro: “El mundo nuevo”, una novela que cuenta la historia de sus padres.
Su madre fue Rosario Barredo, su padre fue Gabriel Schroeder. Pero en el libro Rosario es Julia y Gabriel es Alejandro: dos jóvenes que se involucran en el Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T) bajo el ideal de construir un mundo más justo. El desenlace de la historia es de conocimiento público. En 1972 varios integrantes del MLN-T fueron emboscados por las Fuerzas Conjuntas; Gabriel Schroeder recibió un balazo por la espalda, días antes del nacimiento de su hija.
En 1976 en la ciudad de Buenos Aires, Rosario Barredo fue secuestrada, junto a su pareja William Whitelaw y sus tres hijos, Gabriela de cuatro años, Victoria de 16 meses y Máximo de dos meses. El 21 de mayo de 1976 encontraron los cuerpos sin vida de Barredo, Whitelaw y los legisladores Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini.
Desde el secuestro, el abuelo de Gabriela, Juan Pablo Schroeder Otero, desplegó una campaña en su búsqueda, hasta la aparición de los niños en una comisaría en Buenos Aires el 29 de mayo. Gabriela recuerda vívidamente lo último que le dijo su madre: que su abuelo la iba a encontrar.
—¿Cuál es el punto de partida para escribir una historia así?
—Tiene un inicio muy egoísta: era para mí. Yo tenía que armar este puzzle y todas las piezas iban a ser muy difíciles de encontrar. Algunas había que recrearlas y el mismo hecho de recrearlas y permitirme imaginar, por ejemplo, el primer encuentro de mis padres, fue sanador. En general todos los libros siempre han sido mirados desde otros personajes, y no desde mi madre, menos desde mi padre o mi padrastro, entonces el ir a buscar documentos pero desde la perspectiva de ellos nos podía generar resultados distintos. Después decidimos hacer entrevistas para construir a los personajes desde las emociones de la época. Tratamos de entrevistar gente, no sólo de la militancia, también de su ámbito liceal, amigos o familiares, que los hubieran conocido desde distintos lugares.
—¿Por qué decidieron cambiar los nombres de los personajes?
—Porque no es un libro testimonial. Mi madre era Rosario Barredo, pero si bien Julia Márquez está basada en mi madre, no necesariamente lo es, hay muchas cosas que nosotros inventamos. Empezamos sin pensar en los nombres, a sabiendas de que los íbamos a cambiar, pero dándonos un tiempo para pensarlos, y a Nacho [Ignacio Ampudia, coautor de la novela] le costó un mundo arrancar. Una vez que cambiamos los nombres a él le posibilitó sentirse más distante, con más libertad para construir.
—¿Cómo fue entrar en la piel de tus padres?
—Fue maravilloso y emocionante. El ser humano tiene una necesidad tremenda de pertenecer. Pude escudriñar para ver a dónde pertenezco, eso es muy importante para plantarme más firme en el mundo. También para perdonarlos, porque tenía muchas razones para estar enojada.
—Una parte del libro dice que Isabel era una niña que estaba “entrenada para estar en paz en medio de la tormenta”, ¿eso es parte de la personalidad de Gabriela?
—Totalmente. Isabel es la niña que puede estar en paz en medio de la tormenta, y que ayuda a que los demás estén en paz en medio de la tormenta, pero también fue la niña entrenada para no aguantar un sí porque sí, ni un no porque no, y pelear por lo que ella cree que es verdad. Y fue tal cual. Hay muchas cosas del libro que son verdad y otras que son recreadas lo más ajustadamente posible a lo que ellos pudieron haber sentido o pensado.
Volver a casa
—Viviste más de 20 años en Chile.
—25
— ¿Por qué decidiste irte?
—Fue una conjunción de cosas, yo creo. Asumía roles de adultos muy adultos, con muchas responsabilidades y con poco tiempo para ser adolescente. Necesitaba alejarme un poco y buscar la forma de ser yo sin ningún tipo de carga en cuanto a la historia o al pasado reciente. No es que fuera todo el tiempo, pero era bastante usual que al decir mi nombre siempre supieran algo de lo que me había pasado.
—En una entrevista con Brecha mencionás el proceso de escritura de tu libro y decís que “la Gabriela de Chile seguramente no habría tenido las herramientas y la fortaleza para enfrentar algo como esto”. ¿Qué significó volver a Uruguay luego de tanto tiempo?
—Muchísimas cosas, hacía mucho rato que quería volver pero no se daban las circunstancias. Quería volver un poco a mis raíces, a mi familia, pero además porque en aquel momento sentía que en Uruguay había una sociedad mucho más acorde a lo que yo quería para mis hijos. Me volví cuando se cumplieron los 40 años del asesinato de mamá, de Willy, del Toba y de Zelmar, y eso generó un montón de actividades, casi todas organizadas por la fundación Michelini. Esas cosas me volvieron a increpar, volví a retomar algunos lazos y empecé a pensar nuevamente qué hacer con la memoria. También vine a sanar otras cosas personales y el haberlo hecho me permitió enfrentar estos temas.
—¿Te considerás uruguaya o chilena? ¿Se podría decir que fue una reconciliación tuya con el país?
—Soy sólo uruguaya. Nunca me enojé con mi país, no necesitaba reconciliarme con el país. Mi familia me crio en el amor y no en el rencor. Hay cosas que claramente pasaron -como el tema de la ley de Caducidad- que sí, que te desilusionan un poco, pero no se lo puedo achacar al país, sería muy simplista.
—¿Es posible que el formato novela facilite la forma de transmitir esta historia a las generaciones más jóvenes de la familia?
—Cuando fui madre empecé a sentirme más responsable de mi memoria y de mi propia historia. Pensaba: “¿qué le digo cuando me pregunte por sus abuelos?”. Siempre con la verdad, pero “¿cómo hago para decírselo sin que se vuelva una mochila tremenda?”. De a poco creo que lo hice en lo íntimo con mis hijos. Pero es imposible abarcar toda la historia, con este libro a ellos les queda un testimonio y se termina de armar el puzzle. Mi hijo mayor se fue unos días a Chile y me escribió: “Mamá, terminé el libro, me lo lloré todo. Te quiero un mundo, hablamos más cuando llegue”. Con eso el libro está más que justificado.
Una denuncia en marcha
—El libro trae otras miradas sobre temas que habitualmente no se tocan, lo protagonizan las mujeres dentro de la militancia, e incluso se enfoca en el papel de los niños. ¿Qué importancia tiene hablar de estos temas?
—Es ultra necesario visibilizar estos temas, porque en definitiva cuando uno dice rescatar la memoria y preservarla es la memoria global completa, no un discurso repetitivo. El tema de la mujer siempre queda relegado, las mujeres recién ahora logramos alzar la voz. La mayoría de las mujeres del libro ya no están, y las que están pasaron por dolores terribles, les cuesta también hablar. Pero ha empezado un movimiento, porque algunas de ellas están hablando, escribiendo libros y haciendo juicios. En el caso de los niños -yo pertenezco a ese grupo y voy a cumplir 50 años dentro de unos meses- se necesitó un proceso muy grande para que nosotros pudiéramos hablar. Capaz que los que tenían que hablar eran nuestros adultos, pero nuestros adultos estaban muertos o demasiado heridos emocionalmente. Hablar de nosotros y de lo que nos pasó es hablar de sus culpas, y eso duele demasiado.
-¿Es posible que el proceso de escritura haya sido lo que te impulsó a presentar la denuncia de tu caso ante la fiscalía?
—Seguramente, todo es una conjunción de cosas. El libro me ayudó a ir sanando, ordenando, ganando en serenidad. Fue como engranar las partes, armar, acercarme.
“Escribir siempre va a estar en mí”
—En el libro la lectura es parte de la vida de Julia, hay un relacionamiento constante con la literatura, ¿tu madre te inculcó ese amor por los libros?
—Sí, yo creo que sí. Después lo continuaron en mi familia Schroeder, que somos todos ávidos lectores. La pieza más grande de mi casa en el Prado era el escritorio de mi abuelo, había libros de suelo a techo. Pero yo creo que sí, que mamá tuvo mucho que ver con eso.
—Y si hablamos de inspiraciones literarias…
—Aunque suene a cliché, a mí Benedetti me gusta mucho. Sobre todo porque usa exquisitamente un lenguaje muy simple que todo el mundo puede entender y de alguna forma universaliza la literatura. Cuando un autor utiliza un lenguaje muy intrincado o muy complejo a mí me aleja un poco. Ojalá fuera más accesible a todo el mundo, ojalá todo el mundo leyera mucho más. Otro autor que me gusta mucho es Bryce Echenique, peruano, es súper interesante. Y obviamente Ignacio Ampudia.
—En la nota del libro mencionás que escribiste diarios, ¿tu mamá también los escribía?
—Escribía muchas cartas, de alguna forma pueden ser diarios. Encontré algunas hojas por ahí escritas con poemas, con una letra que creo que es de mamá. Pero que haya escrito un diario no lo sé.
—¿Tuviste acceso a esas cartas?
—Sí, tengo varias cartas y muchas de ellas fueron usadas para recrear más de algún hecho del libro.
—¿Cuál fue el testimonio clave sin el que el libro no habría sido posible?
—Mi tío Gustavo, al cual le dedicamos el libro, y que lamentablemente falleció hace tres años. Hoy estaría en un estado de éxtasis y euforia total por el libro y por el juicio. Era, de mi familia, el único testigo vivo que nos quedaba que podía hablar de toda la historia. Nos regaló al menos dos entrevistas grabadas de tres horas cada una, entre muchas otras instancias conmigo a solas. Él es Luis en el libro. Sin él, el libro no sería este y no querría otro libro que no fuera este.
—¿Existen cosas que te habría gustado contar pero no pudiste?
—Teníamos que seleccionar, pero creo que el hilo que armó Ignacio para la estructura está perfecto. Capaz que lo que falta contar es el después, pero eso ya es realmente otro tema.
—¿Cuál fue la parte más difícil de escribir?
—El final, porque eso lo escribí yo. Lo viví, es mi memoria, y lo tengo grabado en la piel. Fue un desafío muy grande contarlo de manera fiel al recuerdo sin caer en un dramatismo tremendo.
—¿Dudaste alguna vez de publicar el libro?
—Jamás.
—¿Estabas muy segura de que querías publicarlo?
—Totalmente, de principio a fin.
—¿Te gustaría seguir escribiendo?
—Sí, pienso hacerlo. Me encanta escribir, siempre escribí mucho, pero no me sentía con las herramientas para hacerlo yo sola. Pienso que hay que estudiar y tener metodología – como ingeniera también tengo esa formación profesional-. En el medio del proyecto me metí en un taller literario junto con Daniel Mella [escritor uruguayo], un poco para animarme de nuevo a soltar la pluma y escuchar otros procesos creativos. No sé si voy a publicar o no, pero escribir siempre va a estar en mí.