En su poesía hay desolación, se busca en las palabras un refugio. La poesía de Alejandra Pizarnik sigue vigente porque “está cargada de todos los dolores y sentires humanos; debido a la autenticidad de ese dolor la gente de hoy se puede refugiar en ella”, dice a Sala de Redacción la profesora de literatura Lucía Testoni. Su poesía tiene un carácter muy personal, no hace referencias al contexto político ni histórico y eso hace que mantenga el sentido a lo largo del tiempo. Pizarnik produce fanatismo porque “conecta con zonas muy oscuras nuestras”, cuenta desde Argentina su biógrafa, Cristina Piña, a SdR. Los temas de su escritura no tienen tiempo: “No son dependientes del contexto, son dependientes de la subjetividad y la subjetividad no cambia”, afirma.
El 25 de setiembre se cumplen 50 años de su muerte. Para conmemorarla, la Biblioteca Nacional argentina inaugurará la muestra “Entre la imagen y la palabra”, que estará disponible hasta abril de 2023 y exhibirá libros de la biblioteca personal de Pizarnik, con anotaciones, dibujos y collages de su autoría. Asimismo, la Fundación Pro Arte Córdoba organiza un concurso de poesía en su homenaje y el Centro Cultural Borges conmemora la fecha con la presentación de su biografía, escrita por Piña y Patricia Venti.
“Fumaba, bebía whisky, tenía una sexualidad dudosa. Además, dejaba las sábanas manchadas de maquillaje. Para colmo, decía ser poeta”, así describe una de sus primas a Alejandra Pizarnik en la biografía escrita por Piña y Venti.
Pizarnik nació en 1936 en Avellaneda, Argentina. A los 36 años, después de una larga lucha con la depresión, se suicidó, dejó detrás de sí una amplia obra y un pizarrón con unos versos escritos: “no quiero ir / nada más / que hasta el fondo”.
De familia de inmigrantes ucraniano-judíos, creció en un entorno que no siempre apoyó su decisión de ser poeta. Durante su adolescencia, la lectura de filosofía existencialista y de poetas malditos como Baudelaire, Mallarmé y sobre todo Rimbaud, la marcaron para la construcción del “personaje alejandrino”. Este grupo de poetas franceses se caracterizan por su actitud destructiva y un estilo de vida marcado por las drogas, el sexo y la incomprensión. Pizarnik es una “poeta maldita” por su sexualidad no convencional, ya que era bisexual, pero además, por “no someterse a las reglas comerciales o mercantiles del mundo burgués, es decir no trabajar”, cuenta Piña.
En la portada de su Poesía completa, que en realidad no está del todo completa, hay una foto de Pizarnik en blanco y negro, en la que aparece fumando mientras sostiene una taza con un dibujo de un gato. El libro, editado por su amiga Ana Becciú, es uno de los más vendidos de la editorial Lumen, que también publicó sus Diarios, su Prosa completa y su Correspondencia.
Los Diarios gozan de una buena popularidad: con más de 1.000 páginas, su grosor y su sobrecubierta blanca atrae a muchas miradas. Los Diarios sirvieron para que no se lea su poesía y que “se siga mitificando la figura de Alejandra: mucha gente maneja el mito pero no la ha leído”, sostiene Piña.
Su biógrafa afirma que en la primera edición de los Diarios se manipuló mucho su imagen: se suprimieron todas las referencias a sus relaciones amorosas y enamoramientos con mujeres –que fueron varias, entre ellas la escritora Silvina Ocampo–. No sólo su familia se encargó de ocultar su bisexualidad, la propia Pizarnik cambiaba pronombres femeninos por masculinos al escribir. Para Testoni, descubrir figuras LGBT como ella es importante para “sentir que no estamos solos y solas” y para “buscar en las huellas qué fue lo que se hizo antes de nosotros, quiénes fueron los que vinieron antes de nosotros, que la pelearon, que no pudieron salir, como Alejandra, a ser libres y amar y sentir sin ninguna prohibición”.
Su vida en París
En 1960 se fue a París, donde escribió Árbol de Diana, un libro que, según Testoni, es de lectura obligatoria para toda mujer lesbiana o bisexual. Contiene 38 poemas y un prólogo escrito por Octavio Paz. De acuerdo a Piña, este libro la convirtió “en la voz poética más significativa de su generación”. En su viaje también conoció a otros autores como André Pieyre de Mandiargues y Julio Cortázar, y entabló una relación con Jorge Gaitán Durán.
Había publicado su primer libro La tierra más ajena en 1955, pero luego lo rechazó al punto de no considerarlo obra suya, porque con 19 años aún no había definido su estilo. Al año siguiente publicó La última inocencia, y allí comienzan a tomar forma su estilo y a vislumbrarse sus temas predilectos: la muerte, las reflexiones sobre el lenguaje, la noche, el miedo y la idea de la poesía como un lugar seguro en el que refugiarse ante los horrores de la vida.
“La poesía, aparte de toda la cosa maldita, tiene un trabajo lingüístico maravilloso para llegar a la extrema condensación, a que cada palabra sea imposible de cambiar”, sostiene Piña. Sobre la obra en particular, comenta que “se apuesta el todo por el todo, la vida por la poesía”.
“Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Esto no lo comprendo perfectamente, es vago, es lejano, pero lo sé y lo aseguro”, escribió Pizarnik en sus diarios en 1962. En Pizarnik, vida y poesía se transformaron en lo mismo.
A París va “por un lado a consagrarse absolutamente a la escritura; cuando va a trabajar protesta muchísimo porque no entiende tener que dejar tanto tiempo ahí y no poderlo dar para la poesía”, dice Piña. Por otro lado, adopta una adicción a los fármacos, al punto de que la casa de Alejandra era conocida como “la farmacia”. En París trata de construir un personaje en el cual vida y poesía se unan. Esto “responde a una tradición que viene de ese drama o esa cuestión angustiante que inevitablemente necesita la existencia humana y particularmente la literatura”, dice Testoni.
Hacía el fin de su estancia en Francia, Alejandra entró en un estado de depresión absoluta por lo que volvió a Buenos Aires. De acuerdo a sus biógrafas, París se había vuelto un verdadero infierno y ella estaba muy cerca de alcanzar un estado de “locura”. “La vida perdida para la literatura por culpa de la literatura. Quiero decir, por querer hacer de mí un personaje literario en la vida real fracaso en mi deseo de hacer literatura con mi vida real pues esta no existe: es literatura”, escribió en sus Diarios en 1961.
Volvió a un país marcado por la división política; tan sólo dos años antes, las fuerzas armadas habían dado un golpe de Estado y proscrito al peronismo, aunque para el año 1964 la democracia había sido restaurada. Sin embargo, a ella no le importaba la política, sólo le importaba la literatura, y el contexto sociopolítico no la privaba de reunirse con intelectuales y artistas en distintos ámbitos de la capital.
Queda Pizarnik por descubrir
En 1965 publicó “Los trabajos y las noches”, en el que la muerte y la pérdida adquieren un papel protagónico en sus poemas. Esta obra le valió el Premio Municipal de Poesía, así como el reconocimiento de sus pares. Ese mismo año también publicó su primer texto en prosa que fue destacado: “La condesa sangrienta”, el erotismo, la muerte y el sadismo se unen en el personaje de Isabel Báthory, una aristócrata que asesinaba mujeres jóvenes debido a su obsesión con la belleza.
En su siguiente poemario, Extracción de la piedra de locura, la muerte y la noche sobresalen de una forma en que no lo habían hecho antes en su obra. La subjetividad se hace muy presente y, como dice Piña, existe un proceso en el que “el entorno se vuelve abstracto” porque se convierte en “un hecho de lenguaje”. El último libro que publicó en vida, El infierno musical, apareció en 1971 aunque algunos de sus textos se habían escrito previamente. El deseo de silencio, el erotismo y la desesperación por la pérdida del destino poético marcan esta obra.
Al final de la vida de Alejandra hay una desilusión respecto a la cualidad salvadora del lenguaje, ya que se da cuenta de que el lenguaje no la sostiene. Su obra tiene como fondo la búsqueda de sostenerse, de sostener la vida, afirma Piña, y “hay una condensación extrema al punto de que no se puede cambiar una palabra porque se derrumba el poema, todas son absolutamente necesarias”. Su biógrafa también dice que, a pesar de que el idioma español es una lengua solar, Alejandra logra que se vuelva oscuro: “yo creo que Alejandra deja una marca en cuanto al lenguaje usado en la poesía, que va a ser un castellano oscurecido, que llega a la oscuridad que puede tener el francés, por ejemplo”.
“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”, escribió en “La palabra que sana” en El infierno musical.
Para Piña, hay que leer a Pizarnik “para hacerse bien a uno mismo”. Leerla implica encontrarse con alguien cuya elaboración poética “es de una perfección admirable”. Además, es una poeta muy reveladora porque escribe sobre temas “que son como un puñetazo en la garganta”.
Su obra no ha sido publicada en su totalidad. Poemas y el último cuaderno-diario, que escribió el año antes de morir, se encuentran en la Biblioteca de la Universidad de Princeton, por lo que aún queda Pizarnik por descubrir.
“La pequeña viajera / moría explicando su muerte / sabios animales nostálgicos / visitaban su cuerpo caliente”, escribió para Árbol de Diana, en 1962.