Captura de video que forma parte de la campaña de Colectivo Catalejo

En marzo de este año el colectivo Catalejo lanzó la campaña Libre de acoso y creó el sitio web con el mismo nombre para que víctimas y testigos puedan denunciar situaciones de acoso callejero. Al momento, el sitio recibió más de 500 denuncias de víctimas y aproximadamente 60 de testigos. Menos de un 30 por ciento son por acoso verbal y más de un 70 por ciento por situaciones más graves como “persecuciones, tocamientos, masturbaciones”. Si bien el colectivo pretende dar un informe detallado en setiembre, se reconoció un patrón: la edad de la persona que acosa siempre es mayor que la de quien lo sufre. La edad promedio del acosador es de 37 años y la de la víctima, de 23.

El acoso callejero no es un problema social reciente, sin embargo, la producción académica uruguaya sobre el tema es reducida y las iniciativas para combatirlo son escasas. Se trata de un fenómeno que comenzó a cobrar visibilidad entre los años setenta y ochenta, como consecuencia del ingreso masivo de la mujer a la fuerza de trabajo y el acceso al espacio público sin compañía del hombre. No obstante, hasta el momento no está claro qué es el acoso callejero y esto impide reconocerlo y evitarlo.
Acoso expresivo, acoso verbal, persecución, acoso físico y exhibicionismo son las formas en las que se manifiesta el acoso callejero. Se da unilateralmente por parte del acosador, cara a cara en el espacio público y entre personas que no se conocen. Julia Irisity, integrante del Colectivo Catalejo, sostiene que las mujeres comienzan a sufrirlo a los 11 años. “Tenemos la hipótesis de que esto sucede por dos razones: la primera es que hay una sexualización del cuerpo infantil y una objetivación del cuerpo femenino. La segunda es que hay un ejercicio de poder sobre la mujer más vulnerable, que menos herramientas y experiencia tiene”.
Bastó conversar con algunos estudiantes en la escalera del Iava para que los números cobraran vida. El primer grupo era de seis chicas de 17 años. Todas sabían lo que era el acoso callejero, todas lo vivían a diario, a todas las habían tocado alguna vez. Miedo, inseguridad, repugnancia, enojo, indignación, son algunos de los sentimientos que describen. “Te genera una vergüenza que no te corresponde sentir”, dijo una.
—¿Se acuerdan cuándo fue la primera vez?
—La primera vez tenía 10.
—Desde que tengo memoria.
—Yo me acuerdo que tenía la túnica de la escuela puesta.
—A mí casi me secuestran a los 12, a dos cuadras de mi casa, en Cerrito de la la Victoria. Desde un auto me pidieron una dirección, luego me agarraron del brazo e intentaron subirme al auto.
Todos los días
Según Irisity este tipo de acoso es “un problema cotidiano y a la mujer joven le pasa más seguido. A cualquier adolescente le va a pasar más de una vez por día. Se convierte en algo sistemático y estructural”. Óscar Andrade, secretario general del Sunca, opinó que “en el mundo está naturalizado. El que ahora es presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sale a decir públicamente que como tiene plata las mujeres se dejan, donde el presidente de Argentina Mauricio Macri sale a decir que a las mujeres les gusta que le digan que tienen una cola linda. Culturalmente está incorporado hasta en el canto popular -‘Que el letrista no se olvide de la heroica minifalda, del piropo que cosecha trepadita en el cordón’- y el sometimiento de la mujer nos desborda históricamente. Estuve un año en el Parlamento y puedo decir que muchas gurisas que trabajan allí sirviendo café dicen que no aguantan a ciertos diputados porque son unos asquerosos. Y no son trabajadores de la construcción. Esto no nos justifica y por eso intentamos hacer lo que podemos. Lanzamos una campaña en 2016 para ubicar que el acoso callejero es violencia y que no nos hace dignos”.
Si bien hombres y mujeres cuentan con igualdad formal de derechos, esta no se refleja en la realidad física y social de la ciudad. Para Irisity se trata, en parte, de un juego de poder: “el hecho de intervenir unilateralmente otro cuerpo, sin esperar que ese otro me responda, es una muestra de poder. Lo hacen porque pueden, no porque tengan una necesidad irrefrenable”. “Seguimos teniendo que pagar este derecho de piso: la ciudad sigue siendo masculina. Las mujeres tenemos que seguir acatando normas que no tenemos ganas de acatar, por ejemplo, escuchar cualquier cosa que cualquiera nos quiera decir sin hacer nada al respecto”.
“Aval silencioso”
Un dato sobresaliente del fenómeno es que la probabilidad de sufrir acoso callejero aumenta si el acosador está rodeado por otros hombres. Irisity cree que en este hecho lo que está en juego es la reivindicación de la masculinidad, porque “el objetivo no es el intercambio con la mujer sino el reconocimiento de sus pares”. Andrade recordó que hace diez años la construcción era un sector exclusivamente masculino, y la incorporación de mujeres obligó a rever prácticas y tradiciones, “no solamente naturalizadas sino también celebradas”. Sostuvo que “no es una actitud innata en el hombre, sino algo que se construyó en él. No nacemos así, naturalizamos ciertos patrones de conducta los asociamos como naturales. El rol dominante está estructurado con mucha fuerza”.

Póster que forma parte de la campaña

Cuatro varones se acercaron a la ronda que se formó en la escalera del Iava. Se habían sumado otras chicas a la charla y ellos, curiosos, escuchaban en silencio. “¿Y ustedes? ¿Qué opinan del piropo?”, les pregunté.
—Yo no lo hago, dijo el primero.
—Mientras no me toquen a mí, enfatizó el segundo con un gesto en la cara que restaba importancia.
—¿A vos te parece bien que pasen en un auto y le griten a una piba?, le preguntó una de las chicas.
—Son unos desubicados, pero son palabras, respondió.
—Pero no te pasa una vez, te pasa en una cuadra, y en la otra cuadra y en la otra, retrucó ella.
—¿Y por qué tendrías que estar cuidándote si es algo verbal?, siguió él.
—Porque no sabés de lo que es capaz la persona.
—Hay tremendo miedo, yo no puedo volver sola a mi casa de noche, agregó otra chica.
—Masturbarse en la calle es indecente, pero una palabra no la tomaría mal. Ni bola le daría, siguió el chico.
—Del “divina” a los comentarios más desubicados hay un paso, está todo como dentro de una misma bolsa.
—Ah, pero si fuera Brad Pitt no dirían nada, dijo él, a modo de conclusión.
—Brad Pitt puede ser un violador, cerró ella.
El colectivo Catalejo utiliza la expresión “aval silencioso” para referir a la dinámica que se genera entre el acosador y los testigos. Se trata de una naturalización pero también de una complicidad. Irisity explicó que uno de los públicos a los que apunta la campaña son los testigos: “si es un problema cultural avalado por la sociedad, quienes estamos participando de la escena indirectamente, tenemos que hacernos cargo también”. La aceptación cultural del acoso callejero lleva a cuestionar a la víctima en vez de denunciar al acosador, “siempre que la violencia tiene que ver con género se cuestiona a la mujer. El acoso pasa en todas las épocas del año, no tiene nada que ver con mostrar la piel o no mostrarla”, subrayó Irisity.
Otro grupo de chicas de entre 16 y 17 años compartieron algunas experiencias, mientras los chicos escuchaban.
—Pasaron dos autos y me preguntaron si era una puta. Sólo por estar con una pollera, estaba esperando el ómnibus.
—No me acuerdo cuándo fue la primera vez pero tengo un recuerdo de cuando era niña. Estaba caminando en la calle con mi madre y pasó un grupo de hombres y le gritaron. Me quedó marcado.
—Yo estaba en la parada y una auto paró, no se iba. Me tuve que ir a otra parada.
—Me pasó de ir por la calle con mi mamá y que nos toquen el culo.
—A mí me pasó que estaba con una amiga, pasó una camioneta por delante de nosotras, se bajó el vidrio y había un hombre masturbándose. Teníamos 12 años.
—Yo tenía 15. Un viejo de esos que los soplás y se caen me estaba siguiendo camino a casa. Estaba tomando una coca cola y me dijo: “si así tomás una coca cola no me imagino otra cosa”. Le dije que se callara porque lo iba a romper. Pero continuó siguiéndome y me dijo, “qué tetas”. Le avisé que le iba a pegar pero no dejaba de seguirme. Le pegué una patada en los testículos y se cayó al piso, después le pegué una piña.
“Mujer pública” es una expresión definida por la Real Academia Española como “prostituta”, mientras “que hombre público” significa “que tiene presencia e influjo en la vida social”. La psicóloga uruguaya Janine Zaruski, quien realizó su tesis sobre acoso callejero, observó que como consecuencia surgen cambios conductuales en las víctimas de “desempoderamiento y vulnerabilidad asociada a la sexualidad”. Irisity cree que “al estar avalado se hace porque se puede, no se cuestiona. A toda persona que tenga privilegios desde que existe le va a costar muchísimo soltarlos, sobre todo cuando ni siquiera te das cuenta de que son privilegios. Porque no son derechos que adquiriste, son derechos con los que naciste. Cuesta reconocerlos y después soltarlos”.
A dos chicos que parecían interesados les pregunté si recordaban alguna escena de acoso callejero. Uno respondió que no recordaba ninguna, el otro se acordaba de una vez: “a una amiga que iba conmigo le dijeron algo sobre su cuerpo y yo les respondí que ya sabía eso. Les dije ‘yo la cuido’ y los pibes se reían”.
“Señales contra natura”
Para Óscar Andrade es difícil medir el alcance que tuvo la campaña que realizó el Sunca. “Es muy poco científico, pero sí sabemos que hoy estamos peleando por eso. El delegado sindical que podía entender que el acoso estaba mal, hoy intercede cuando sus compañeros le gritan desde el camión a las mujeres. Capaz que pierde y no le hacen caso, capaz que no tiene fuerza para imponerse a los demás, pero hoy al menos intercede. Se me puede decir que esto es nada, que es algo que debería haberse hecho siempre, pero no se hacía. Se hacían otras cosas, increíblemente se controlaba mucho más el alcohol que la violencia hacia la mujer”. Y agregó: “Hacemos la lectura de que esto está construido histórica y socialmente, y nosotros como parte de esa sociedad intentamos desandar. Es un recorrido largo pero hay que dar señales a contra natura por más que puedan generar problemas”.
Colectivo Catalejo no avala medidas punitivas pero sí considera necesario saber más sobre el panorama uruguayo para que el Estado intervenga. “El mal llamado piropo se tiene que trabajar desde lo cultural. El Estado podría tener en cuenta el acoso callejero pero no desde lo punitivo. La cárcel que tenemos es muy dañina, creemos que empeora los problemas”, dijo Irisity. Para este año está prevista la publicación de nuevos productos audiovisuales y la posibilidad de hacer talleres en distintos centros educativos, “para hablar del tema, repensarlo y dejar de hacer las cosas porque siempre se hicieron así”.
Eran casi las 5 de la tarde y el ruido del tránsito enmascaraba las voces de los adolescentes. Pero lo ignoraron y siguieron conversando. Hay ruidos que molestan más y no dejan hablar.
—Si es de día respondo.
—Yo me callo y sigo.
Carla Alves

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