Ernesto Tabárez es un tipo directo. Cerca del final de la entrevista dice que, sin contar a sus afectos, hacer canciones es para él la cosa más importante en la vida. Su dedicación a la música lo ha llevado a romper con todo pragmatismo robusto que no piense al arte como un propósito válido en sí mismo. Vivir austeramente, no tener un trabajo fijo, encerrarse a pasar horas exigiéndose parir buenas canciones, son todos sacrificios que para él están plenamente justificados. “Es lo único que al final del día me llena, lo único que me saca el hambre”, dice, sentado a la mesa de un bar montevideano, mientras se fuma un Marlboro.
De hacerse un recuento pormenorizado de las circunstancias que sirvieron de trasfondo a la creación del último disco de Eté & los problems, el cuarteto que integra, habría que mencionar una gira ardua y desgastante por Alemania, el posterior distanciamiento entre sus integrantes y, como resultado, el futuro del grupo en crisis. “Hambre (Little Butterfly Records, 2018) fue un disco muy denso de atravesar, que nos costó mucho a mí y a la banda”, explica Tabárez. Por suerte, él y sus compañeros entendieron que ya no había más tiempo para discusiones furibundas y trapitos al sol. Así fue que se pusieron manos a la obra y grabaron el disco, donde además de hacer gran música -Gran Música, así, con mayúsculas- se puede escuchar el sonido de un grupo volviéndose a reconciliar, amigándose con sus demonios y pactando una vez más en beneficio de un público que se duplica con cada nuevo disco.
-El debut de la banda con Malditos Banquetes (Sondor, 2007), apareció cuando el rock local alcanzaba su pico máximo de popularidad. ¿Cómo fue la experiencia de formar parte de una banda durante esos años?
-2007 fue el año en el que todo eso se terminó. En 2005, cuando empezamos a tocar, sí pasaba eso de que la gente iba a los lugares sin saber qué banda iba a ver. Las primeras tres o cuatro veces que tocamos había 150, 200 personas; después, ya en 2007, había ocho. 2008, 2009 y 2010 fueron un páramo. Tocábamos para 50 personas. Ya todo había pasado, desaparecieron un montón de bandas, desapareció el Pilsen Rock. Pero nosotros nunca llegamos a formar parte de esa ola. Sí antes del disco, durante los primeros dos años de la banda, agarramos el rebote de eso. Pero de hecho, salimos exactamente cuando se terminó.
–Eduardo Darnauchans fue una suerte de mentor para vos, Eté & los problems siempre toca en vivo Milonga de Manuel Flores. ¿Cómo lo conociste y qué otros músicos uruguayos te influenciaron?
-Como Eduardo ninguno, porque con él tenía una amistad constante desde que tuve 14 hasta que se murió, cuando yo tenía 21 o 22 años. Con él aprendí el oficio de hacer canciones: entender cómo componer, qué estructuras posibles hay, dónde buscar un giro, cuándo ser crítico con tu propia obra. Por eso mi relación con su obra es muy distinta a la que tengo con la de cualquier otro; tiene un lado humano que no tiene con, por ejemplo, [Fernando] Cabrera, [Ruben] Rada o Mandrake [Wolf]. Esa es gente que después conocí, con la que tengo re buena onda, pero no es lo mismo eso que conocer a alguien a los 14 años y pasarse la vida sentado al lado de él. Todas las partes de la música que no eran hacer canciones también las aprendí de él: iba a los ensayos, a las pruebas de sonidos, a los camarines. Lo de Eduardo en mi vida fue algo fundacional.
–Las canciones de Hambre son poderosamente intimistas y ahondan en nuevas sonoridades para la banda (vientos en Al menos para vos, caja de ritmos y teclados en Cacería, cuerda de tambores en Ascensor). ¿Están pensando en seguir por esa vía más alejada del rock puro y duro?
-Siempre estamos pensando en abrirnos. Todos nuestros discos intentan eso. El éxodo (Bizarro, 2014) es un disco hecho con dos guitarras, bajo y batería, porque era necesario. Fue hecho durante una fuga a mucha velocidad. Este era más reposado, necesitaba de más timbres, más espacios, más tiempo para suceder. No sé si vamos a volver a tener tambores. No tengo ni idea, eso lo van a decidir las canciones. El éxodo tiene un montón de cosas nuevas para la banda respecto a lo que veníamos haciendo antes, desde lo compositivo sobre todo. Nunca se me hubiera ocurrido antes hacer un tema como Ruta 8, con una sola frase atravesando la canción. Esos son recursos que nacen de las canciones y se van volviendo convicciones. Las canciones te van marcando el camino. La antorcha son las canciones. Por eso el logo de El éxodo y un poco el logo de los Problems es una antorcha.
Nuevos discos, nuevas drogas
En tiempos de playlists y de canciones sueltas, Eté & los problems todavía cree en el formato álbum como en una forma de expresión musical válida, y no solo como un inventario de canciones sin mayor unidad temática que la que aporta el nombre de la placa. Hasta la fecha, los cuatro discos de la banda están pensados para escucharse de principio a fin, presentan un arte de tapa inspirado en su contenido y giran alrededor de un concepto craneado meticulosamente por Tabárez. En Hambre, al igual que en su antecesor, El éxodo, sigue habiendo canciones para levantar el puño y corear a garganta pelada, sólo que ahora con una factura menos cruda. Para su creador, el disco trata sobre “llegar a un lugar en el que rompiste demasiadas cosas, en el que no sabés dónde estás, tus amigos te evitan y estás al borde de quedarte afuera de la vida. Y es ahí que hay que repensarse, mirarse al espejo y ver cómo mierda te arreglás, de eso va Hambre”, reflexiona Tabárez.
Consultado acerca de qué atractivo le encuentra la banda a un formato que cada vez parece menos actual, el compositor contesta que la idea del álbum está presente desde el momento en que se sienta a escribir: “Tiene que ver con la forma que yo encuentro de hacer canciones. Mis discos siempre tratan de darle vueltas a un asunto, mirarlo de todos los lados que se pueda. Siempre busco que cada canción sea válida por sí misma, pero en manada las canciones generan un metamensaje que no tendrían individualmente”, explica Tabárez, que agrega: “También porque me gusta mucho escuchar discos, más que canciones. De chico me pasaba escuchando La hija de la lágrima (1994), Say no more (1996), El aguante (1998). Y esos discos eran absolutamente así: estaban formados por fragmentos y todo agarraba sentido cuando los escuchabas enteros”.
Sobre tocar en vivo, el músico confiesa que, a diferencia de sus compañeros, no le gusta nada hacer shows largos y que por eso los recitales de la banda no exceden la hora y media de duración: “Me parece un embole. Cuando voy a ver al alguien me gusta que toque una hora y veinte y después salir a fumar. A la hora y cuarto salgo a fumar si no están terminando. No me aguanto tres horas mirando a alguien”.
–¿No irías a ver a alguien como Bruce Springsteen, entonces?
-A Bruce Springsteen sí, porque el tipo es realmente capaz de sostener la tensión durante tres horas y media y hacer que todos vivamos una experiencia superadora.
–¿No existen similitudes entre Springsteen y ustedes? Sobre todo en canciones como El éxodo o Hambre.
-Me parece un honor cuando alguien piensa en nosotros en esos términos. Yo creo que lo que más tenemos en común es la intensidad. Springsteen es un tipo con pocos matices, comparado con, por ejemplo, Lou Reed. Es un tipo que siempre está en llamas, no tiene otra forma de existir. Y en eso yo me identifico. Pero a mí me gustaría ser Lou Reed y no estar siempre en llamas; pararme en un lugar frío y mirar a la multitud. Me encantaría, pero la intensidad me toma permanentemente.
–¿Te gustaría hacer un disco como Berlín (1973), algo en ese estilo?
–Berlín es uno de mis discos favoritos. Pero es una piedra filosofal a la que nadie puede acceder. Ni siquiera Lou Reed pudo volver a hacer algo así. A ese lugar va muy poca gente. Estar así de conectado con la belleza, entender tan bien lo que estás haciendo, tenerla tan clara a la hora de hacer un disco es algo que te pasa pocas veces en la vida. Berlín es un disco que le podés mostrar a un marciano. ¿Qué es la música? Tomá, escuchá esto. Es un pico muy alto en la gran cadena montañosa del arte.
Río Arriba
El 21 de setiembre la banda integrará la grilla del festival Río Arriba, junto con artistas como Él mató a un policía motorizado, Alfonsina, Las Ligas Menores y Julen y La Gente Sola. Esta especie de seleccionado del rock local se presentará en el Teatro de Verano, en lo que promete ser uno de los grandes shows del año. Acerca de Europa, tema incluido en el primer disco de Las Ligas Menores, compañeras de cartel, Tabárez comenta que le parece “la canción más linda que se escribió en la última década”.
–¿Cómo surgió la idea de hacer un festival como Río arriba?
-Fue una idea de Little Butterfly, que labura con un sello chileno que se llama Algo records. Ellos querían hacer un show, porque nosotros vamos a ir a Chile y se les ocurrió hacer un festival con los artistas del sello. Pensamos que podíamos hacerlo en el Teatro de Verano, así que ahí armamos la idea, se lo propusimos al resto de los artistas, que en ese momento eran sólo El mató a un policía motorizado y Julen, y después se sumó el resto.
–¿Sentís que existe algún tipo de afinidad en el sonido o en algún otro aspecto entre esas bandas?
-Es más simple que eso. La idea al principio era sólo tocar con El mató. Pero como de acá había que elegir a alguien, yo quise a Julen porque es nuestro pollo, lo queremos mucho y tiene un disco increíble para sacar. Además, yo quería que El Mató a un policía motorizado trajera a una banda de Laptra records. Y después la producción local, Gaucho y Achiquen, propusieron a Alfonsina. Hay muchas más que en esa capa generacional que podrían estar. Ojalá podamos hacerlo de vuelta y podamos tener más bandas. Nos ayudamos entre nosotros, no hay una industria atrás poniendo guita. Somos nosotros y otros amigos de otros países poniéndonos la guita mútuamente para poder viajar. La manada ayuda para juntarse, sumar fuerzas, todo eso permite la supervivencia.
–¿Hay algunas canciones de discos anteriores que te moleste tocar en vivo?
-Las canciones de Malditos Banquetes me cuestan mucho, por lo general. Están muy lejos de mí y todavía no logré encontrar una forma de hacerlas. Me parece que están sobreescritas y que tienen algunos pecados de juventud.
–¿Por qué el disco salió por Little Butterfly Records y no por Bizarro?
-La razón principal fue que queríamos que el disco saliera en vinilo y que sonara bien. Y Little Butterfly se dedica a hacer vinilos, Bizarro no. Otra fue que con Little Butterfly pudimos hacer un modelo de contrato decidido por nosotros. Bizarro tiene un modelo estándar, que es “tómalo o déjalo”. Ahora somos más socios en el disco; nos permitía otra cosa que tenía que ver con la autoproducción y con los tiempos que manejamos nosotros. Nos permite publicarlo en otros países si queremos hacerlo. Pero con Bizarro no tuvimos ningún problema y yo tengo el mejor de los conceptos hacia ellos.
–Ya desde el principio de la banda las letras ocuparon un lugar destacado en la propuesta sonora. ¿Qué papel creés que cumple el texto en una buena canción?
-La literatura tiene una importancia central en mi vida, así que, naturalmente, se debe filtrar. Igual trato de ser cada vez menos literario y más coloquial. Las canciones tienen algo muy poderoso, que es la música, y hay que someter las palabras a eso. Para lograr una canción perfecta tiene que parecer que te estoy hablando.
–¿En Los eucaliptus sentís que lográs eso?
-Sí, ahí, con esas frases sueltas. Ahora quiero lograr contar la parte por el todo. Eso en contraposición a Malditos banquetes, por ejemplo, o El gesto de la nada, que está recontra sobreescrita. Lo que digo ahí se puede contar en muchas menos palabras. Ahora jamás diría “rumbo al infierno”, por ejemplo. Me parece que no es necesario. Vos tenés que mostrar al personaje yendo y describir algo que el otro sienta que es el infierno. Pero no decírselo directamente.
–Sugerirselo…
-Eso es lo que busco ahora: tengo una imagen, pero te doy las partes, porque si yo te digo qué es la imagen no te dejo nada; no te doy espacio, te digo lo que tenés que sentir. Sentir lo que me dijiste que sienta puede ser valioso para algunos, pero más valioso es lo opuesto: darte las partes y que vos te formes un sentimiento propio. Eso hace una buena canción.
–Entonces, en cuanto a palabras puede que haya una mayor economía, pero existe una mayor riqueza en materia de densidad de imágenes sugeridas.
-Tomar un sentimiento grande y convertirlo en palabras cada vez más simples, ese es mi laburo. La primera vez que logré eso fue con el estribillo de No sé lo que pasó. Ahí entendí que el estribillo perfecto tiene una palabra. Elegí una y repetila hasta que se transforme en un mantra.
–La última canción de Hambre se titula Bailemos. ¿Qué importancia tiene el baile para vos?
-Yo no bailo, y es una tara que tengo. No sé bailar, pero me parece que cuando la música se manifiesta en el cuerpo logró algo milagroso. La música hace vibrar el aire y hace vibrar al otro de una forma física y a las emociones que se transmiten en un movimiento físico. Es un montón si lográs hacer bailar a alguien. Lo digo yo que no bailo, que muy pocas cosas me hacen bailar. En algún momento quise que este disco se pudiera bailar, que fuera una ceremonia pagana con fiesta, fuego y baile. Así como el disco comienza con una manada llegando a instalarse y prendiendo un fuego, terminaba con esa misma manada bailando alrededor del fuego. En mi vida el baile no ocupa ningún lugar, pero me gustaría que lo hiciera y trabajo para que las canciones lo ocupen.
Sobre el próximo trabajo de la banda, Tabárez adelanta que le gustaría hacer algo “en bajada”: “Me gustaría hacer algo más de mar, donde lleguen muchos ríos que lo alimenten y sea más rico y más colorido y liviano. No sé si lo podré hacer, pero me gustaría que así fuera el próximo disco. El que viene no puede otra vez ser algo tan escabroso, tan difícil para mí en cuanto a escritura. Este va a tener que ser un peso más liviano de cargar”, concluye.