Fans de Didier Drogba sostienen su foto luego de que la selecciòn de Costa de Marfil clasificara al mundial de 2006. PHOTO AFP/KAMPBEL

En el año 2005, Costa de Marfil hacía ya casi cinco años que se encontraba sumida en una guerra civil. En octubre de ese año, la selección nacional de fútbol, a los que llaman Los elefantes, se clasifica por primera vez a una Copa del Mundo, la de Alemania 2006. Al finalizar el partido, Didier Drogba toma un micrófono y le pide al camarógrafo que lo filme. En vivo para la televisión, rodeado por sus compañeros de equipo, emitió un mensaje de rodillas esperando poner un pare al conflicto que se estaba gestando. “Alguien me dijo al oído que era un buen momento para enviar un mensaje, y después improvisamos”, contaría luego. “Hombres y mujeres de Costa de Marfil, del norte, sur, centro y oeste. Les probamos hoy que todos los marfileños podemos coexistir y jugar juntos con un objetivo compartido. Les prometimos que la celebración uniría a la gente. Hoy, les pedimos, de rodillas, ¡perdonen!”. A lo que luego, se levantarían y todos se unirían en un alegre canto: “No somos xenófobos, somos gentiles. No queremos este fuego, no queremos esto de nuevo”. Llamó a que se convocaran elecciones, y eso se hizo. El pueblo escuchó a un equipo de fútbol.

Muchos no dudarían en señalar a esta situación como demagógica. El jugador de fútbol es visto popularmente como una figura que hace millones y se dedica a una lucrativa carrera, aumentando su abultado bolsillo con campañas publicitarias y los más variopintos contratos, gastándola toda en una vida de excesos y lujos. Didier Drogba fue figura en el Chelsea inglés durante años. No escapaba a ese modelo. Pero poco se sabía del rol que cumplía en su país natal. “No siento que tenga que decirle nada a nadie sobre lo que soy en África. Yo sé lo que significo y eso es todo lo que importa”, declararía en entrevista a The Telegraph. Luego de descubrirse que se dedicaba a construir hospitales y devolver a su comunidad, y que es admirado casi como un dios en Costa de Marfil, cada acontecimiento en la vida deportiva de Drogba es precedido por el recuerdo de aquella vez que logró detener una guerra civil.
El fútbol es visto muchas veces por cierta élite intelectual como el opio de las masas. El pan y circo del Imperio Romano. Se lo demoniza y denigra, es mala palabra.
Desde los comienzos de la civilización, el ser humano ha desarrollado maneras de cultivar el ocio, con divertimentos varios como los deportes. Los egipcios, los griegos, los mayas y casi toda civilización antigua ya los practicaban en instancias de competencias y con público. El ocio es considerado como un aspecto de la calidad de vida de una población. Esto es un indicio de que no es menor en la existencia de una persona. Si la trayectoria vital de la misma pasara por hablar todo el día sobre Kant y Hegel, deberíamos replanteárnosla.
Al ser colonia francesa en África, Costa de Marfil se veía saqueada y explotada, además de ser dependiente como todas las demás ex colonias. Con una democracia eternamente frágil, luego de un golpe de Estado y una situación económica caótica, se llamó a elecciones. El resultado de estas dio paso al sublevamiento de una parte de la población, lo que llevó a un conflicto armado entre el gobierno y la población, llegando a masacrar 200 protestantes en una manifestación en el año 2002, y ejecutando a alrededor de 100 personas, sólo en ese año. El saldo de vidas humanas sería de unas 4 mil personas, aproximadamente, sin contar heridos y refugiados. Como conflicto, sus causas son múltiples y complejas.  Una guerra por el poder, una guerra de pocos cuyas víctimas son muchas, como todas. “Miseria de poder” es un concepto que le calza como un guante. Por otro lado, el sur, mayoritariamente cristiano, y dueño del poder, se enfrentaba al norte y al oeste musulmán. El rico sur contra el pobre norte.
La muerte era moneda corriente al igual que la violencia. Costa de Marfil ardía.
Al año siguiente del Mundial de Alemania, Drogba organizaría un partido de clasificación por la Copa Africana en la ciudad de Bouaké, al norte del país. Lo que hizo fue llevar el sur al norte, algo sin precedentes e impensable hasta ese momento. Autoridades de gobierno asistieron al partido, y cantaron junto a los rebeldes el himno nacional. Drogba declaró a The Telegraph que en ese momento sintió que “Costa de Marfil había nacido de nuevo”. Ni el más cursi guionista de Hollywood lo podría haber imaginado así. Pero el fútbol acostumbra a que esas cosas sean posibles.
El conflicto, sin embargo, estaba lejos de terminarse. En 2011 los problemas volverían a surgir entre los dos bandos cuando, luego de las elecciones, el presidente hasta ese momento y candidato perdedor Laurent Gbagbo no aceptó los resultados. El fuego volvió a dispararse. Eventualmente esta nueva insurgencia llegaría a su fin. Pero los años de violencia masiva y las consecuencias de los conflictos democráticos y sociales harían mella en el país y hasta el día de hoy Costa de Marfil las sigue sintiendo.
En las últimas décadas el fútbol ha tenido un crecimiento exponencial en África; en la mayor parte del continente se vive con la misma pasión que en Europa o América Latina. La importancia del fútbol es tal que, si se googlea “Costa de Marfil”, todas las noticias y entradas que aparecen son relacionadas a su selección nacional y al Mundial de Brasil.
El fútbol le da a sus casi 23 millones de habitantes, quienes ya pasaron por un sinfín de penurias, una razón por la cual sonreír. Aunque sea por un rato. Hasta el más abnegado uruguayo sabe lo que se siente. “El fin justifica los medios”, dijo por ahí un señor una vez.
Rocío Castillo

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