En San José y Zelmar Michellini se ubica el local gastronómico que, durante el Mundial, se convirtió en sede de hinchas argentinos. Es domingo 18 de diciembre y media hora antes de que comience el partido la esquina está desbordada de colores albicelestes. Televisores dentro y fuera de la pizzería transmiten la previa del partido más importante del país rioplatense en años. Cuando decenas de simpatizantes se asoman por 18 de Julio, quienes están en las afueras del local sueltan alegres gritos como los que se escuchan en un reencuentro esperado; al escuchar el barullo varios salen del restaurante para formar parte de la previa. Desde testigos del mundial del ’86 hasta quienes están viendo su primer mundial, hombres y mujeres, niñas y niños, comparten ese icónico canto que los acompañó en este torneo, ese que habla de la ilusión de ser campeón mundial, de los pibes de Malvinas, del Diego y de Lionel. Liderados por bombos de la filial uruguaya de River Plate, el repertorio de los fanáticos también recordó clásicos como “Brasil decime qué se siente” o el histórico “Vamos vamos, Argentina!”. 

Camisetas de Boca, River, Estudiantes, San Lorenzo y otros equipos se entremezclan con las de Argentina: quienes en otro momento son rivales irreconciliables hoy se dan una tregua para unirse bajo la bandera albiceleste. A medida que pasan los minutos cada uno va encontrando su lugar para ver el último partido de esta controvertida Copa del Mundo. Los fanáticos toman la calle y saludan a todo vehículo que toque su bocina; el clima es de alegría e ilusión. Ocho años después, Messi, la selección y los argentinos vuelven a estar a un paso de alcanzar la máxima gloria que el deporte puede ofrecer. El partido comienza.      

Bajo el marco de la puerta dos músicos de la “banda quilombera” se abrazan, con lágrimas en los ojos y una sonrisa de oreja a oreja. A los 23 minutos el equipo gana y domina. Como en todas sus victorias en este Mundial, Argentina sacó una diferencia de dos goles sobre su rival y se apoderó de la pelota. La multitud no ha tenido motivo para corear el nombre de su adorado golero, han sido 80 minutos de sorprendente tranquilidad. Después de tantas decepciones deportivas, de tantas remadas con muerte en la orilla, de tantos golpes anímicos, económicos, políticos, hoy el fútbol parece refrescar con una brisa de alegría al pueblo argentino. Solo queda esperar que pasen los minutos para que el árbitro señale el final y sea oficial. 

Penal para Francia. 2 a 1. A pesar de tocar la pelota con la yema de los dedos, “Dibu” Martínez no pudo “comerse” a Kylian Mbappé. Desconcertantes segundos en el local gastronómico de Montevideo en el que se encontraban los argentinos. Intentando superar rápidamente lo sucedido, el grupo continuó tocando los bombos y redoblantes. Después de todo, el equipo sigue arriba en el tanteador.

Minutos después, gol de Francia. 2 a 2. Se escucha silencio por primera vez en horas. Están los que se llevan las manos a la cabeza, los que enfrentan sus palmas mientras miran al cielo desconcertados y los que apoyan su frente sobre el concreto de la pared. Un auto pasa por el lugar, toca una simpática bocina pero esta vez nadie le devuelve el saludo. Los fantasmas de finales anteriores reaparecen, en segundos la algarabía se hace incertidumbre y la comodidad del resultado se transforma en nerviosismo. El fútbol es fantástico. El partido termina y en la calle San José se escucha un suspiro de alivio y frustración, insultos al aire y gritos de aliento. En Qatar inicia un nuevo partido de treinta minutos.

Con el silbato del juez retornó la programación habitual: bombos y redoblantes, cantos y palmas para mantener el espíritu alto. Los primeros quince minutos fueron vertiginosos, rápidos, como si el destino de los penales fuera ineludible. La segunda etapa del alargue fue interminable después del gol de Messi, que tuvo festejo atrasado porque en la velocidad de la jugada no se pudo apreciar con claridad. Pero cuando la cámara mostró al referí apuntando al medio del campo y a los jugadores argentinos celebrando, las preguntas sobre si la pelota había entrado o no se transformaron en un alarido de gol. Algunos se abrazaron, otros dejaron caer alcohol en forma de lluvia: su país estaba una vez más en la cima del mundo, otra vez quedaba sólo esperar y resistir. Centros, tranques, despejes, la pelota se mueve de un lado al otro de la cancha, los franceses arremeten pero los argentinos resisten. 

Los minutos se hicieron horas y cuando se acerca el final el ambiente vuelve a tomar esa vibra de seguridad y felicidad. Luego del inesperado sufrimiento todo apunta a que la albiceleste se hará con el trofeo más querido. Mientras en la vereda le piden a un hincha que se baje de la silla donde está parado para que no tape el televisor, en la cancha hay una vez más penal para Francia. Nuevamente el empate posterga la gloria, otra vez Martínez es vencido, pero el golero tendría la oportunidad de devolver el favor. 

Los últimos segundos se escurren del reloj y por primera vez en el encuentro Francia tiene la oportunidad de tomar la ventaja cuando un pase largo desde el centro del campo supera a Otamendi y deja a Kolo Muani frente a Martínez. Sólo un cuerpo podía impedir la consagración francesa y en un movimiento explosivo el arquero estira sus extremidades tapando la pelota con una de sus piernas y causando el estallido de los hinchas argentinos en Uruguay y en todo el mundo. El partido se define por penales.

Argentina perdió solo una vez en tanda de penales: fue en el Mundial de Alemania 2006. Desde aquel torneo hasta este momento, los sudamericanos atravesaron dos series de penales en mundiales, una en este mismo torneo; los europeos ninguna. Esta situación, esta presión, este sufrimiento es un lugar más común para los del “tercer mundo”. Pero la experiencia no garantiza nada, ahora hay que ejecutar. 

En dos horas Mbappé selló su nombre en la corta lista de jugadores históricos: en apenas su segunda copa del mundo igualó la marca de Pelé con 12 goles en 14 partidos mundialistas, se convirtió en el jugador más joven en convertir tres goles en una final del mundo y le convirtió a un gran atajador de penales dos tiros desde los doce pasos. Ahora es el encargado de abrir la serie. Suspiros al ver la repetición donde se muestra que Martínez llega a tocar esa pelota. Con una ejecución perfecta en su tercer penal esta tarde, Francia comienza ganando.

Como contra los Países Bajos el mejor tirador va primero. La esquina montevideana frente al Teatro Metro vibra al grito de “Messi, Messi”. El capitán coloca sutilmente la pelota dentro del arco.

—”No entraba más” —se escucha decir a un hincha que sufre la definición. Todo igualado.

Coman sufre la suerte de muchos otros jugadores que se enfrentaron a “Dibu” Martínez. El marplatense adivinó el palo y puso la cara por su selección. Su nombre es coreado y Argentina puede sacar ventaja convirtiendo el próximo penal. 

Cuando se acerca Dybala al punto penal se escuchan murmullos, uno de los pocos jugadores de este plantel que le ha costado afirmarse en el cariño del público. Con una dramática definición al medio del arco pone a su país arriba y se gana el reconocimiento de todos.

Una de las jóvenes sorpresas del Real Madrid lanza para Francia. Otra víctima de los juegos mentales del arquero del Aston Villa inglés. Tchouameni la mandó afuera, los argentinos estallan. 

Gol de Paredes y Argentina está a un paso de la gloria. Si bien Kolo Muani tuvo su revancha contra el golero, ese penal convertido solo maquilla el resultado y en los pies de Montiel recae la consagración. Los pies de Gonzalo pisan el verde césped en Qatar, así como pisan las calles argentinas desde 1997. Integrante de una generación criada en plena crisis del 2001, sus pies tienen la oportunidad de resignificar las fechas de diciembre que marcaron con represión y violencia, angustia y desesperación a esta parte del mundo hace más de 20 años. Esos pies en los que confío Gallardo para patear los penales en River, los que pisaron Madrid en 2018 y se fueron con la copa, los que pisaron el Maracaná en 2021 y se fueron con la copa, hoy pisan Qatar, pisan el área y se van para Buenos Aires con la copa del mundo: gol y final.

Llantos, abrazos, aplausos, gritos, insultos y felicidad, sobre todo felicidad para un pueblo que lo pedía. Además por primera vez en veinte años el máximo torneo deportivo mundial vuelve a pertenecer a esta zona donde el futbol cobró sentido, ganó belleza y prestigio. Esta zona del mundo sublevada a aquella zona que acaparó la copa como lo hizo con otras cosas. Hoy ellos nos reivindican a todos aunque sea un poco. Mientras los veo celebrar una contradicción me invade: por un lado la alegría, por otro la envidia de no estar en su posición. 

—Toda la vida escuchando sobre el ’86 —le dice una mujer a otra mientras se quiebra en llanto y la abraza. 

Llanto que carga con los 36 años que tuvieron que esperar para que en Argentina -y entre argentinos- vuelva haber un momento de hermandad, de algarabía y amor colectivo.

Aquí ha pasado más que una victoria mundialista. Aquí ha pasado el fútbol. Dichosos ellos que lo pueden celebrar. Salú.

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