Chile vive claroscuros con la Copa América. Foto: AFP / Yuri Cortez

Chile ¿está de fiesta? El país encargado de organizar la edición número cuarenta y cuatro de la Copa América de selecciones vive por estos días un revuelo nacional. Los chilenos, quienes nunca pudieron levantar el trofeo, se ilusionan con cortar su propia sequía y festejar en casa. La oportunidad, inmejorable. Sin embargo, cuando las luces del fútbol se apagan la calle muestra otra realidad y los reproches por los costos del certamen se hacen notar.
Doce selecciones luchando codo a codo por atrapar el premio gordo. Uno de los torneos más antiguos de este magnífico deporte se da cita en un territorio que nunca pudo festejarlo. Raro, pensando en el potencial de un país muy superior futbolísticamente a otros que sí pueden jactarse de haberlo obtenido.
Por eso, principalmente, Chile vive por estos días un estado de euforia. Los amantes del fútbol no sólo tienen el privilegio de vivir el evento bien de cerca, sino que alimentan su fe en una generación de futbolistas llamados a quedar grabados en la memoria colectiva.
Comerciantes, taxistas, vecinos. Todos, absolutamente, sienten que ésta es la oportunidad de alzar la copa. Santiago, Antofagasta, La Serena, Viña del Mar, Valparaíso, Rancagua, Concepción y Temuco abrieron sus brazos a todos los sudamericanos ansiosos de presenciar un certamen de primer nivel. Todas, pintadas bajo el logo de esta Copa América. Absolutamente dibujadas para la ocasión. Afiches, gorros, banderas, cornetas y todo tipo de accesorios referentes al evento en cuestión.
Los puestos de ventas se multiplican caminando por las calles de cualquiera de estas sedes. Los vendedores, transformados hoy en comerciantes, entienden que la oportunidad es propicia. Los turistas invaden los comercios buscando artículos para dejar más gorda la valija de regreso. Por eso, claro, la chance debe ser aprovechada.
Calles habitualmente tranquilas en esta época del año, se activaron de golpe dejando a sus habitantes entre la fantasía y la incomodidad.    No todos conviven contentos con una copa que entra de a poco en su fase final. Y aquí es donde vale detenerse.
Muchos felices, muchos enojados. Los detractores del evento también se hacen sentir dentro de Chile y lo hacen en cada una de las calles que uno visita. Aceptando casi a desgano el certamen, se lamentan por la inversión económica hecha por el gobierno, la cual –según ellos- no se verá retribuida en ingresos para el pueblo.
Con innumerables afiches bajo la leyenda “bienvenidos a $hile”, el pueblo menos futbolero alerta e informa a los turistas sobre la realidad del país trasandino. Santiago, capital y sede central de la copa, vive por estos días un importante paro en la Universidad. El foco, para estos estudiantes, está bien alejado del fútbol. Luchando por una educación terciaria gratuita para todos –en Chile no lo es-, estos jóvenes se paran firme ante el gobierno y se mantienen ajenos a la fiesta dentro de los estadios.
Lo mismo ocurre en La Serena. La ciudad que albergó la estadía de la selección uruguaya en la primera fase del torneo, se vio teñida de celeste por varios días. También recibió a los argentinos. En masa, el pueblo rioplatense copó las calles de un territorio acostumbrado a la paz. Sobre todo en invierno, crudo y polar si los hay.
Las pintadas,también se hicieron presentes en los alrededores del estadio La Portada, remodelado para la ocasión y con un Centro de Prensa dibujado a la perfección para quienes ejercen la actividad periodística. “Tarjeta roja al gobierno” y “la corrupción ya ganó la copa” son leyendas que pueden leer de forma nítida todos los futboleros que concurran a la cancha. Como en Santiago, si el foco se corre de las gradas, la realidad muestra una fiesta no tan divertida.
Valparaíso no fue la excepción para los visitantes. El estadio Elías Figueroa –en honor a uno de los futbolistas más importantes en la historia del fútbol chileno, y con pasado en Peñarol- se mostró radiante a los ojos de Sudamérica.
Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela visitaron una ciudad aledaña al mar. Espectacular, hermosa. Los turistas de este póker de países se encontraron con la belleza del territorio, pero también con las banderas y pintadas contra el certamen. “Que la copa no tape la realidad. $hile en precariedad” era una de las frases que podía leerse en el muro de uno de los liceos de la ciudad. “Los delincuentes están en el poder”, otra.
La realidad, uniforme en todo el país. Menos en Viña del Mar. La ciudad más turística del territorio trasandino no hizo caso a las críticas y se visitó con sus mejores colores. Con un estadio de primerísimo nivel, la ciudad encargada de albergar uno de los festivales musicales más importantes de la región acompañó sin chistar la fiesta del fútbol.
Con calles ajenas de basura, un transporte ejemplar e innumerables museos acompañados de un verde impactante, Viña del Mar sorprendió por su belleza. Aquí, como en ninguna otra sede, el foco no escapó al fútbol. Oasis en el desierto.
Chile vive junio a su manera. La Copa América llegó al país para mostrarlo al mundo y el pueblo lo tomó de diversas formas. Adentro del campo, la fiesta es completa. Fuera de él, la realidad muestra a gran parte de su gente disconforme con el certamen y con críticas de peso hacia el gobierno.
Mathías Gonnet
 

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