La música clásica deja de sonar. Sobre el silencio se oye una voz suave indicando a sus alumnos que estiren. Minutos después la puerta se abre, sus alumnos salen y queda descubierto un salón vacío, excepto por la barra que está contra los ventanales. Parece el único elemento necesario para practicar el ballet. En un costado está sentada Margarita Fernández Bouzada, bailarina de Ballet y de danza contemporánea. Actualmente es profesora de Entrenamiento Corporal para el Actor, en la Emad (Escuela Municipal de Arte Dramático), y encargada del Taller de Ballet Básico, dictado en la misma institución.
Delgada y con elasticidad perfecta, demuestra que el ballet no pasó desapercibido por su cuerpo y aún puede pararse en puntas de pie y bailar como cuando era joven. “Es como andar en bicicleta, el cuerpo no lo olvida”, comenta Margarita. Empezó a estudiar esa técnica de casualidad, cuando tenía ocho o nueve años. Un amigo de la madre propuso que la llevaran a la academia de su hermana, rindió la prueba y comenzó a estudiar en el Conservatorio de La Habana. Hasta el momento no había nadie en su familia que practicara danzas, con excepción de su madre que practicaba salsa, ritmo que es muy bailado en Cuba, su país natal.
La madre de Margarita la acompañó y la apoyó mientras estudiaba en el conservatorio, pero nunca fue “exigente” con ella, lo que contrastaba con el resto de las madres de sus compañeras que eran muy severas con sus niñas. Cuenta que el ballet es un ambiente muy competitivo, en donde es común el llanto y las frustraciones, el “¿por qué no me ponen?” Sin embargo, Margarita nota que hubo un cambio, no solamente en las técnicas -que se han desarrollado de tal forma que los bailarines parecen volar en los saltos, afirma- sino que también ahora, si demostrás lo que sos capaz de hacer, te respetan más.
En el extranjero
A los 16 años entró al Ballet Nacional de Cuba sin necesidad de sacrificar algo para dedicarse a lo que le apasiona. No corrió con la misma suerte cuando en 1966 viajó y se instaló en Uruguay con dos niños. Intentó no guardar las zapatillas de punta y comenzó a entrenar con Tito Barbón, que en ese entonces era primer bailarín del Sodre. Barbón la había invitado a que participara en su taller de ballet por pertenecer al Ballet Nacional de Cuba, pero no pudo seguirlo. Margarita se dedicó a criar a sus hijos y cuando éstos comenzaron a ir a la escuela fue el momento en que se reencontró con la danza: conoció a Mary Minetti y comenzó a experimentar la danza contemporánea.
Conjugando profesiones
“¿También es psicóloga social?”, pregunto, y me contesta con un “sí” seguido de una risa, mientras se inclina hacia delante con las piernas perfectamente entrecruzadas, como si esto no implicara esfuerzo alguno. Una amiga que estaba cursando la carrera la motivó a que la hiciera también. En ese momento tenía tiempo libre y decidió embarcarse en la “aventura”, o al menos eso revela la inflexión de su voz y el asombro que se refleja en su cara al decir “terminé la carrera”, “hice los cinco años”. Confiesa que lo que aprendió en los dos primeros años la ayudó muchísimo, pero que también pudo aplicar sus conocimientos en las clases en la Emad. “El tema de grupos, los miedos en los grupos. No hice Psicología Social pero sí usé lo que sabía para el manejo grupal”, comenta.
A pesar de todo, nunca dejó la danza completamente de lado, y al igual que otros artistas que pasan por el escenario, también tuvo la oportunidad de estar detrás de él -o adelante- ya que codirigió con Mary Minetti espectáculos de danza. Pero nunca asumió el rol de directora, y tampoco le interesa hacerlo, aunque reconoce ocuparlo cuando dicta clases. Por el contrario, prefiere que la dirijan o improvisar, “pero coreografiar a otros, no”. “Como todavía puedo bailar no tengo la necesidad de expresarme de otra manera”, afirma mientras se ríe de sus palabras.
Margarita cree que el papel de director o codirector es una vocación; hay algunos actores y algunos bailarines que lo hacen, y otros que no. La razón del porqué lo hacen puede deberse a que “el cuerpo no responda de la misma manera, que necesites expresarte de otra forma” o “por necesidad, no porque no puedas seguir bailando”.
Jugando con la edad
El tiempo es un factor muy incidente en la práctica de ciertas artes y más aún en el ballet. Después de 35 años de no ponerse zapatillas de punta, Margarita las vuelve a usar para llevar adelante una obra teatral, ”¿Quién me quita lo bailado?” En ese momento cae en la cuenta de que el cuerpo tiene memoria y que con más de medio siglo en su espalda aún puede pararse, caminar, hacer arabés y girar sosteniéndose con las puntas de sus pies.
“Formidable”, califica Margarita a la experiencia teatral que trae a colación el arte y la edad. La dramaturgia trata de lo que tres veteranos aún son capaces de hacer. En base de improvisaciones la directora, Diana Veneziano, trató de contar la historia de los tres artistas (Luciano Álvarez, Ana Corti y Margarita Fernández). El más veterano era Luciano Álvarez, bailarín de 70 años, aunque confiesa que todos andan en la vuelta. Una de las críticas que recibió la obra fue realizada por un músico que resaltó el ritmo de jazz de la dramaturgia. En cuanto a la actuación de Margarita, un bailarín brasilero le dijo: “Gracias por tanta belleza”. Su rostro se llena de alegría mientras recuerda las palabras.
Hay para elegir
Margarita estudió ballet en una escuela pública. “No creo que me hubiesen podido pagar una privada”, dice. Luego le llegó la oportunidad de ser becada para estudiar en la academia privada de Alicia Alonso. Un día en que estaba en el Conservatorio vino quien era la suplente de Alicia en su periodo de maternidad, la vio y no dudó en darle una beca.
Considera que es bueno que exista una gran cantidad de academias de baile en Uruguay; que existan las estatales y las privadas, para aquellos que puedan acceder. Cree que la diversidad es buena, más aún cuando se encuentra a tanta gente que dice “a mí me hubiese gustado hacer ballet” y “es una pena que no hayan podido”. Sin embargo, le parece que sí tiene que haber instituciones que preparen con tal nivel que se pueda acceder al Ballet Nacional del Sodre.
Cree que más allá de que no lleguen a salir bailarines profesionales es muy importante el trabajo del cuerpo, y Margarita es prueba de esto: hay cosas que ella puede hacer que sus propios alumnos no pueden. “Yo no soy María Callas o Alicia Alonso, pero he podido expresarme a través de la danza y mi cuerpo se mantiene muy joven”.
Vivir del arte, todo un arte
Margarita está convencida de que “pocos pueden vivir” del arte en Uruguay. Tuvo la oportunidad de bailar en el teatro con Mary Minetti, Graciela Figueroa, con Iris Mouret. En un principio, en los años 60, bailaba con otras artistas en la calle y no cobraban, “era por amor al arte”. Lanza una mirada, como diciendo: “no, no estamos locos”. “Graciela tenía un espacio donde enseñaba, Mary era docente en la Emad, tenía trabajo público, pero los demás estábamos todos sin trabajo”.
En cuanto a los espectáculos de danza nacionales, Margarita considera que hay un interés en cuanto a la realización, pero que aún es poca. Si bien se está yendo al interior, aún no es lo suficiente, y cree que igualmente se está realizando mucho más teatro que otro tipo de espectáculos. En cuanto al nivel, su visión no es muy amplia ya que no ha visto espectáculos de este tipo como en los que participa el cuerpo de baile del Ballet del Sodre.
Cuando se le pide que mencione espectáculos que ha visto en Uruguay, responde de inmediato con una sonrisa y emoción: “el brasilero que tiene que ver con Cuba” (Balé de Rua), que se presentó en el Teatro Solís. Probablemente lo recuerde porque en primera instancia el espectáculo la hizo transportar a su tierra natal.
Pieriña Casaña

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