En la guerra, los ejércitos no solo desarrollan y ejecutan armas de destrucción, sino que también disponen de recursos para controlar el flujo de la información e imponer censura, muchas veces de manera sutil. Un ejemplo es el uso del dispositivo embedding: una invención del Pentágono para regular la producción del periodismo en la guerra de Irak. Sobre éste y otros mecanismos basó su charla el docente Aimé-Jules Bizimana en la Facultad de Información y Comunicación (FIC).

Con orígenes africanos, Bizimana es profesor agregado del Departamento de Ciencias Sociales en la Universidad de Québec, forma parte del Centro de Investigación Interuniversitario en Comunicación, Información y Sociedad, y es especialista en la cobertura de conflictos internacionales. Además, escribió El dispositivo embedding: Vigilancia e integración de los periodistas en Irak, una obra basada en la herramienta antes mencionada para la que entrevistó a corresponsales que cubrieron la guerra de Irak.

En el marco de la presentación de este libro, visitó el 4 de mayo el Aula Magna de la FIC, con una introducción a cargo de la docente y directora de La Diaria, Natalia Uval, la presencia de Carmen Rico —licenciada en Sociología y Doctora en Ciencias de la Información, y traductora de El dispositivo embedding—, y Ana Guarnerio, quien ofició como intérprete. En este marco, Bizimana repasó —en francés y en orden cronológico— los conflictos bélicos de mayor envergadura desde el siglo XIX al siglo XXI con énfasis en la historia del periodismo, el tratamiento de la información, sus maneras de circular y las estrategias destinadas a controlarla.

Según el profesional, hasta la guerra de Crimea de 1854 no existía el periodismo de guerra como tal, sino que lo inauguró uno de los grandes medios: el Times. Una vez situado el punto de partida, el análisis comenzó en la guerra civil estadounidense o “Guerra de Secesión”, en la que “los ejércitos comenzaron a ejercer un principio de regulación mediante el control del telégrafo”, una de las principales herramientas de comunicación en la época.

De esta manera, durante la Primera y Segunda Guerra Mundial la censura de la información fue “sistemática”, valoró: las noticias sólo se daban de forma oficial en comunicados o conferencias de prensa y los corresponsales habilitados por occidente eran muy pocos, “solo seis en la primera”, cuantificó. Los pocos “aflojamientos” que se registraron en este recelo a la información se dieron por la necesidad de ganarse “la opinión pública”, y la cifra ascendió a 1.500 periodistas habilitados para cubrir la segunda.

Si bien la censura y el control predominaron en los conflictos, Vietnam fue una excepción. La dificultad era que como Estados Unidos “no había declarado oficialmente la guerra, era difícil imponer medidas de regulación a la información”, acotó Bizimana. Lo que sí había eran restricciones al acceso a la información —de los combates, por ejemplo— y “mecanismos o reglas de seguridad”, medidas nuevas hasta el momento que obligaban al profesional a “acreditarse y cumplir con ciertas pautas de operación” para poder trabajar en el conflicto. En Vietnam, los medios fueron “responsabilizados por la derrota” y se argumentó que el país norteamericano “había perdido más en las pantallas que en el campo de batalla”, explicó. Esto, en conflictos posteriores, configuró un punto de inflexión en el cual se registró un “apagón de información” que “alejó a los periodistas del frente” y, tras la protesta de los medios ante estas medidas, se generaron “listas de periodistas habilitados a participar”.

El punto central de la charla se relacionó con la guerra de Irak, en 2003. Estos elementos, combinados, dieron lugar a un nuevo dispositivo de control: el embedding. Se habló de un pasaje de “la restricción a la seducción”, puesto que los controles empezaron a ser mucho más sutiles: el mecanismo categorizaba periodistas en “positivos, neutros o negativos” a partir de un minucioso análisis de su información y producción, y condicionaba qué eventos se le permitía cubrir y a qué entrevistados accedían. A los postulantes aceptados, se les permitía trabajar en el terreno “incrustado” en una de las unidades de combate, vistiendo como el propio militar, compartiendo su rutina y espacios, en un perímetro delimitado de entradas y salidas; eran “en todo momento visibilizados”, tanto ellos como la información que producían. Se efectuaban escuchas y, citando el modelo panóptico, Bizimana acotó que el mecanismo era capaz “de verlo todo y escucharlo todo”. 

La discusión que dejó latente es si es ético aceptar este tipo de regulaciones en pos de obtener información o, por el contrario, debería ser primordial garantizar la independencia del profesional por más de que se sacrifiquen espacios de trabajo.

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