Pocos eventos mueven tanta gente en Montevideo como el Cosquín Rock, y es que desde 2018 este festival argentino viene creciendo cada vez más en nuestro país. El año pasado tuvo una asistencia récord de 43.000 personas durante el fin de semana. El festival de este año no se quedó atrás y miles de personas colmaron la Rural del Prado, predio donde se hizo el evento, para ver a los más de 40 artistas nacionales e internacionales que dijeron presente en esta edición del “festival más grande de Latinoamérica”, según se definen desde la organización. Con este panorama uno se imaginaba un ambiente “rockero” y shows que prometían bajos y baterías ardiendo toda la noche, pero esto no fue tan así.

Símbolos de cambio

Había cientos de personas en las inmediaciones de la Rural del Prado, algunas se paseaban con camisetas de los Ratones Paranoicos, otras de Ciro y los Persas, también de los Guasones. Pero los fanáticos de las bandas de rock claramente no eran mayoría. A medida que la gente se aproximaba al predio se dejaban ver otras personas con camisetas de la Mona Jiménez y de otros artistas que poco tenían que ver con este género, visión que dejaba en evidencia la transformación musical del festival. Solamente con las camisetas de los fans ya se podía observar la diversidad de estilos musicales que convivieron en el mismo lugar, incluso desde antes de ingresar al predio y de escuchar a los músicos.

La grilla del sábado incluyó a Capitán Tormenta (rock), Dostrescinco (hip-hop/rap), CAMI (pop), El Plan de la Mariposa (rock), Niña Lobo (indie pop), La Delio Valdez (cumbia), Nafta (soul), Buitres (rock), Rubén Rada (candombe-jazz), la Mona Jiménez (cuarteto) y Neo Pistea (trap), entre otros que destacaban por los diferentes géneros musicales. 

La diversidad como protagonista

La diversidad se materializó este sábado en la Rural, cuando Rubén Rada, Neo Pistea y la Mona Jiménez fueron de los shows más convocantes del evento, y se les dio lugar en el escenario principal. Mientras que bandas de rock con historia como Guasones -y otras más nuevas como Mota y la argentina Peces Raros- tocaron en el escenario “Suzuki ”, a unos cuantos metros del principal.

La materialización de este cambio se dio cuando entre caras alegres y exaltadas emergió la figura del negro Rada, histórico cantautor uruguayo que destacó por su candombe, jazz y fusión. Con sus grandes éxitos como “Mi país” y “Dedos“, sumergió a la gente en sus letras y despertó emociones en cada rincón del festival al ritmo del candombe. Esa fue la primera muestra de esta metamorfosis ya aceptada. Luego de Rada, siguió Neo Pistea, trapero argentino que contagió a gran parte del público con su energía rockera y sus fuertes ritmos que incentivaron a formar pogos. Pero la frutilla de la torta se dio en el cierre del Cosquín Rock.    

Luego de que la gente saltara en el pogo con bandas como Ciro y Los Persas, Guasones, Buitres y Ratones Paranoicos, el público vio asomar una curiosa figura en el escenario. Un hombre de rizos negros y una corpulenta figura, apareció con un traje brillante que rompía los ojos de quienes ya fatigados lo veían llegar: era la Mona Jiménez. El músico se presentó al público hablando sin parar, preguntando cosas y moviéndose por todo el escenario. El show del artista cordobés fue uno de los más esperados por gran parte del público; su singularidad arriba del escenario y sus históricas canciones hicieron bailar a gran parte del Cosquín Rock como si este fuese un baile de cuarteto, y el rock ya fuese parte del pasado. 

Varias personas sintieron lo mismo, la gran variación entre la música de un artista y otro generaban confusión, pero a la vez algo hermoso. Y es que entre lo viejo y lo nuevo floreció la sinergia, algo que unió al público, a los diferentes géneros musicales y artistas.

La muestra más grande de esta metamorfosis musical se dio cuando en el final del evento la Mona invitó a subir al escenario a Rubén Rada y a Juanse, voz de los Ratones Paranoicos, a su show, que vino acompañado por dos cantantes de las nuevas generaciones rockeras: Goyo Degano de Bandalos Chinos y Justo Fernández de Silvestre y la Naranja. Ahí se pudo ver una mezcla de artistas de diferentes géneros musicales que compartieron escenario y cantaron sin mirar las diferencias. Simplemente convivieron a través de la música. 

Miradas contrapuestas

Muchas personas, que previo al inicio del festival conversaban sentadas en el pasto, comentaron a Sala de Redacción que esta incursión de otros géneros musicales más allá del rock trae una rica diversidad al espectáculo, lo hace más atractivo y amplía así el repertorio de artistas. 

Pero muchos otros disidentes, que con su termo y mate (y en algunos casos fernet) caminaban en dirección al festival, comentaron que miran de una forma negativa esta transformación que ha sufrido el Cosquín Rock a lo largo de los años, si se compara las grillas actuales con la de sus inicios. El Cosquín Rock de 2004 tuvo por ejemplo a Bersuit Vergarabat, Callejeros, Las Pelotas, Charly García, Los Piojos, Fito Páez, Pappo, Luis Alberto Spinetta, etc. Dieron a entender que el festival de rock que venden en la actualidad dejó de serlo hace ya mucho tiempo, y que este se ha “comercializado” y “vendido” con el fin de atraer a las nuevas generaciones con géneros que están de moda (como el trap e incluso el pop). 

La mirada de estos defensores del rock es más crítica y a pesar de que siguen asistiendo al festival reflejan su enojo al acompañar únicamente a las bandas de rock, y se alejan cuando un artista diferente se asoma al escenario. 

Pero esto va más allá de los nuevos géneros que se incursionan en el festival: esto es un intento de los “defensores” por salvar al rock, ese género que tuvo su auge en los ‘80 y que se ha ido erosionando con el paso del tiempo. Es su modo de defenderlo ante los cambios, es su modo de protegerse ante el cambio de piel inminente de este festival. 

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