Cuando empezaron a desaparecer,/como el oasis en los espejismos,/a desaparecer sin últimas palabras/tenían en sus manos los trocitos/de cosas que querían.

Estos versos del poeta Mario Benedetti continúan siendo cercanos cuando se están por cumplir los 30 años de la vuelta a la democracia. Hoy, habiendo cambiado de siglo, hay cosas que aun siguen intactas y el flagelo mayor es que las heridas que quedaron abiertas del proceso más doloroso en nuestra historia reciente, siguen sin poder sanar, porque muchas de las víctimas del terrorismo de Estado no han sido encontradas.
Aunque se pretenda buscar salidas sencillas -como “dar vuelta la página”- parejas, compañeros, hijos, siguen en la lucha por encontrarlos, necesitan despedirse, necesitan encontrar respuestas a tantas preguntas inconclusas, necesitan saber que están, necesitan encontrar a los culpables. El Estado debe ser quien se haga cargo, tanto de la búsqueda como del castigo. Recién cuando se pueda reconstruir esa historia que sigue tan fresca en la memoria de tantos, se podrán establecer las bases para una sociedad libre y justa.
A la vista de las recientes investigaciones, este camino de reconocimiento parece ser un laberinto donde, entre la entrada y la salida, hay un tramo lleno de encrucijadas, ocultamientos y voluntades políticas.
En el portal de Presidencia de la República fue publicada recientemente la investigación antropológica y arqueológica que pretende encontrar los restos de los desaparecidos de la última dictadura uruguaya.
El trabajo estuvo a cargo del Grupo de Investigación en Arqueología Forense (GIAF/FHCE/UdelaR) entre 2007 y 2011 donde se estudiaron en profundidad 21 lugares de distinta procedencia; 9 del Ministerio de Defensa, 1 del Ministerio del Interior, 4 cementerios y 9 predios particulares, abarcando los departamentos de Montevideo, Canelones, Maldonado, Rocha y Tacuarembó.
En el intento de sacar a la luz la estrategia represiva donde la violencia no se vio sólo en la desaparición, el secuestro o la tortura, este equipo de investigadores intentó desempolvar el mundo oculto de las víctimas en la etapa post mortem. La reconstrucción de los cambios geográficos en los predios implicados, y la escucha de testimonios, tanto directos  como indirectos, quita toda duda de que los enterramientos existieron y de cuánto han hecho las Fuerzas Armadas para ocultarlo.
Involucrarse en la  compleja lectura de todos estos documentos deja la sensación de que para encontrar a los desaparecidos se necesita mucho más que recibir un mapa anónimo, un testimonio a medias, o un “me contaron” poco fiel.
Los objetivos del proceso de excavación fueron: “ localizar las zonas de enterramientos clandestinos, recuperar con la mayor integridad los restos humanos provenientes de enterramientos, registrar detalladamente los hallazgos para facilitar la identificación de la persona, reconocer las circunstancias de su muerte y  localizar y caracterizar otras huellas materiales y “rasgos” que puedan asociarse a la actividad de enterramiento (o desenterramiento) clandestino”. Tras la delimitación de los anteriores propósitos y los consiguientes dificultades acaecidas en el primer período de abordaje en el 2005, el grupo incorporó dos nuevas dimensiones a explorar: era imperante profundizar en la información de base, y por consiguiente, integrar la “operación zanahoria” como proyecto militar para la eliminación y reubicación de los restos.
El método de reconstrucción de los hechos y las evidencias, implicó el desafío de dar un sustento científico a la investigación, obligando al equipo a la incorporación de variadas vías de indagación, que van desde la entrevista etnográfica a los testimonios, el relevamiento de antecedentes históricos, el análisis fotográfico de las zonas, hasta el estudio de los sedimentos del territorio.
La tierra y las voces tienen memoria. La metodología se basó en el pasaje de los testimonios y los territorios citados a la ubicación en las locaciones marcadas como lugares de posibles enterramientos. El ejercicio de dicha tarea obligó a los investigadores no sólo remitirse a las excavaciones, sino que, se tuvo que analizar cada huella bajo la evolución paisajística que vivieron los lugares. Esto hizo que cada espacio fuera analizado a partir del estudio fotográfico de la tierra en los años 1966, 1975, 1981, 1982, 1985, 1986, 1987 y en la actualidad mediante el Google Earth. Así, se delimitaron las transformaciones geográficas que permitían dar señales más claras de los posibles enterramientos.
Para el posible éxito de la investigación es necesaria la combinación de los testimonios con la excavación arqueológica. Sin embargo, es inevitable dar comienzo a los trabajos sin voces que armen la historia de las víctimas, sin voces que conserven la memoria de los que no están. En esta oportunidad se partió de información oficial (derivada de organizaciones sociales, la Comisión para la Paz, el Parlamento, asociaciones de familiares de los detenidos y la investigación interna realizada en el año 2005 por las Fuerzas Armadas) para luego cotejarla con los testimonios no oficiales, mayormente de carácter anónimo.
Las contradicciones encontradas entre las distintas informaciones impuso que en esta etapa se eliminara la distinción entre oficial y no oficial, y se categorizara como testimonios directos o indirectos, donde la diferencia sólo radica en quién estuvo presente en los hechos o quién recibió los datos de otros que si estuvieron.
Esta segunda etapa exigió ampliaciones de los territorios ya excavados y nuevas rutas. El Batallón de Infantería nº13 fue uno de los lugares indagados ya que allí funcionó en la dictadura el centro clandestino de detención conocido como “300 Carlos”; sin embargo, en esta fase no se realizaron excavaciones. En el batallón ubicado en la avenida de las Instrucciones, según la Comisión para la Paz, pudieron haber sido enterrados Eduardo Bleier, Otermín Montes de Oca, Elena Quinteros, María Claudia García, Amelia Sanjurjo, Fernando Miranda, Julio Correa Rodríguez, Julio Escudero, Oscar Tassino, Juan Manuel Brieba, Carlos Arévalo, Óscar Baliñas y Luis Eduardo González.
Lo particular en el batallón es que, como los testimonios citaban como posibles lugares de enterramientos pisos de construcciones, esto impidió la búsqueda, diferente de los espacios ya investigados durante la primera etapa del trabajo entre 2005 y 2007. Las palabras de los testigos nombran 17 lugares aunque puede ser que muchos tengan más de un nombre para identificar el mismo espacio. Entre ellos encontramos el Polígono de Tiro donde se cita que “ex soldado señala que un teniente que operaba una máquina habría removido tierra y depositado restos óseos en el polígono durante la última etapa de la dictadura”. El Polvorín también aparece en los relatos: “ex soldado asegura haber sido testigo (…) de actividades de búsqueda, con maquinaria, de restos humanos para su posterior exhumación, en el Batallón Nº 13. El testigo asegura: “Llegué a la máquina bulldozer” [que conducía un soldado, al que preguntó]: “¿y?, salen las zanahorias… Me dice: allá adelante apareció hoy otro… El barro existente sólo mostraba unos restos de tanque de 200 lts”.
En el testimonio se hace explícita la operación Zanahoria: “los trabajos se continuaron y se sumó al bulldozer una retro excavadora CAT 325 operada por un sargento. En aquella rutina de mover tierra se había comenzado la construcción de un Polvorín, en uno de los tantos días que estaba con el -militar no identificado- le pregunto: ¿por qué están excavando a tanta profundidad para hacer los espaldones del Polvorín?. Me dice: van a ir los pilotes en cada esquina; le digo: qué bolazo, semejantes pozos de grandes; y el -militar nn- me dice: tan grandes para que nunca más se vean, date cuenta, con qué mierda los van a encontrar ahí, jaja! Le pregunto_ ¿Es que a las zanahorias las meten ahí?, Sí, me dice, fueron varias bolsas a la profundidad de los cimientos. ¿Y cómo estaban? le digo; y me dice: dejá, son todos restos, se calcula seis o siete”.
La heterogeneidad de locaciones ubica como puntos clave en le batallón la cancha de pelota y la cancha de fútbol. Un testigo directo estableció: “a mediados de 1984, observó que un camión del ejército, con una pala mecánica, tiró cadáveres y que al tiempo en ese lugar construyeron una cancha de fútbol. Ubica la zona sobre la esquina de Instrucciones y Casavalle”. También aparece el frontón doble, la perrera, el chiquero, la explanada de tanques, el galpón, la planta de pulido de armas, el edificio de material y armamento, la cocina, el comedor de la tropa, los apartamentos, la pista de entrenamiento, la plaza de armas y la cancha de básquetbol.  En esta última, un ex soldado dijo haber visto dentro del predio del batallón “dos camiones de los que bajaban bolsas blancas alargadas, las que tenían forma de cuerpos humanos (no precisa la cantidad, pero dice que eran varias) las que tiraban a un carro entre dos militares y que se llevaban batallón adentro”. En esas circunstancias, un compañero que se encontraba con él le dijo: “¿qué mirás?, esos son los tupas que los van a enterrar en donde está el pozo que tiene 2 m de hondo, en el que van a hacer la cancha de básquetbol”.
Las anteriores declaraciones ponen en juego el ejercicio de la violencia sistemática definida más allá de los actos materiales; cada palabra sitúa un forma de describir ese pasado, cada sintagma conjuga y reconstruye un tramo de la historia que a pesar de las imágenes asociadas a cada hecho acercan lo que pasó a lo que se cree que pasó.
Para hacer visible lo anterior, un testimonio directo describe: “Mataron a seis o siete, cuando moría alguno se iba con un tanque madre hasta una zona medio pantanosa, cerca del arroyo, se hacía una tatucera, se ponía un nylon en el fondo, después se ponía cal viva, se traía al muerto bastante tajeado para que la cal trabajara mejor, se le ponía más cal, otro nylon y después tierra. A los dos meses no quedaba más que el hueserío, se ponían los huesos en una bolsa y se los llevaba en un jeep al Cementerio del Norte y los tiraban en el lugar donde entierran a los pobres, donde había muchos huesos”
Todos estos relatos hicieron visible lo importante que sería excavar las edificaciones; sin embargo, por parte de las Fuerzas Armadas se negó toda información relacionada a este batallón teniendo en cuenta que se conoce que desde el año 1975 que este predio sufrió aceleradas transformaciones. Hasta el momento este lugar sigue intacto, y las voluntades militares siguen inamovibles.
El batallón de infantería de paracaidístas número 14 también estuvo en la mira de la investigación. Aunque ya se realizaron estudios en años anteriores, desde 2009 hasta la actualidad se apunta a este territorio como posible lugar de enterramiento de María Claudia García de Gelman.
Ubicado en Toledo, departamento de Canelones, 19 detenidos podrían haber tenido su final según datos de la Comisión para la Paz. Por otro lado, el informe realizado por las Fuerzas Armadas contradice la anterior afirmación sembrando más dudas y nuevas adversidades. Un ejemplo es el caso de Fernando Miranda, que según la Comisión, sus restos fueron finalmente arrojados al Río de la Plata mientras que en el 2005 el equipo de arqueólogos encontró sus restos en el Batallón 13.
El batallón 14 tomó protagonismo cuando el apropiador de Mariana Zaffaroni, Miguel Angel Furci, declaró que las víctimas del segundo vuelo también habrían sido enterradas allí, pero de ellos aun se desconoce el real paradero. El también llamado Campo de Vidella, al igual que el batallón 13 se suma a la lista de los posibles sitios que fueron parte de la Operación Zanahoria: “Ex militar asegura que un sábado del año 1985, fue al ‘monte de robles’ del Batallón 14 acompañado de unos colegas, a hacer un asado. En ese momento aparecieron soldados a caballo que estaban de guardia, indicándoles que se retiraran de inmediato. En esas circunstancias ve una máquina trabajando frente al monte de robles entre el puente de AFE y el arroyo Meireles (era una máquina hidráulica nueva, y quedaba guardada en el Batallón 14). Concretamente señaló que al sargento que manejó la máquina lo ascendieron por la tarea”.
En el informe, los resultados encontrados se refieren a anomalías en los estratos terrestres que denotan alteraciones. También fueron encontrados restos óseos pero que por su pequeño tamaño no pudieron obtener ni un resultado positivo ni ser totalmente descartados. El 14 sigue en el banquillo de los acusados, pero faltan pruebas.
La Tablada, situada en el norte de la capital, funcionó como Centro Clandestino de Detención por parte del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas; fue otro de los recintos asociados al ejercicio despiadado de la violencia cívico militar. Por ello, son 12 las víctimas que podrían además de haber sufrido las torturas, haber sido enterradas allí. En este predio, al igual que en el primero descrito, aparecen las edificaciones como posibles lugares a explorar, otro obstáculo más para la búsqueda de la verdad.
Fueron cuatro las zonas estudiadas en La Tablada, y los restos óseos no aparecieron; según el equipo de arqueólogos, la posibilidad de que se encuentren allí es baja.
También se trabajó en el Grupo de Artillería de Defensa Antiaérea Nº1, predio que perteneció al MLN y que fue apropiado por las Fuerzas Armadas en la década de los años setenta. A partir de testimonios recogidos por el equipo se encontró justificación suficiente para indagar la zona. De los 5.854 metros cuadrados excavados, no se encontró ni un sólo indicio de enterramiento.
Muchos soldados acercaron mapas caseros con referencias que indicaban dónde habían sido enterrados algunos cuerpos; eso facilitó el recorte de la superficie a excavar, pero los datos no fueron suficientes y la esperanza nuevamente se vio apagada.
El trabajo aborda otros territorios que en resumidas cuentas repiten lo acontecido en las anteriores locaciones. El sabor amargo persiste, ya que con cada hora invertida en las excavaciones se van anhelos que buscan rescatar la memoria.
Como se dice en el último capítulo del trabajo, “hoy sabemos más de la Historia Reciente que hace 7 años” y están en lo cierto. Sabemos que la tortura y la desaparición no fueron hechos aislados, sino ejecuciones repetidas, conscientes, premeditadas y apoyadas. Sabemos que el mundo de la violencia que circunda a las víctimas aún sigue fresco, porque es común oir a grupos de militares hablando con rencor, con desprecio. Excavar la tierra expresa la metáfora de la búsqueda; el proceso represivo se debe hurgar, recomponer, remover, repensar, reconstruir. Excavar implica ir a lo profundo, encontrar los orígenes, revolver, profundizar.
Saldar las ambigüedades en referencia a la información fue lo que impidió que muchos de los trabajos no lograran los objetivos esperados y no podemos deslindar responsabilidades ante tales hechos. Para acercarnos a la verdad se necesitan voces que cuenten lo que pasó, sin vueltas. En esta etapa, al menos, se consiguió discernir entre aquellos datos que no pretendían más que llevar la investigación a rumbos falsos; y ésto no es menor, es relevante entender que existen aquellos que voluntariamente están construyendo una fuerza de resistencia a través de la mentira.
Más allá de las tensiones, este tipo de trabajos pone en la boca de la opinión pública lo que pasó. Aunque algunos repitan el falso argumento de que hay que dejar de hablar del pasado, o el propio presidente de la República quiera sacar a “los viejitos” de la cárcel por ser mayores de 70 años, dejando a los genocidas impunes, estas investigaciones son un deber que tiene el Estado con su presente y su futuro.
Están en algún sitio, eso es seguro, ahora queda  la responsabilidad de velar por la verdad, de conservar la memoria que brota desde la tierra, de abolir las discusiones hipócritas de ocultar lo que está.
Hoy lo único que podemos decir con certeza, es que están pero no los hemos encontrado, “están en algún sitio, estoy seguro, allá en el sur del alma, es posible que hayan extraviado la brújula y hoy vaguen preguntando preguntando, dónde carajo queda el buen amor porque vienen del odio”.
Sabrina Martínez
 


 
 

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