“-¿A quién le daría el próximo premio Cervantes?

-A Cristina Peri Rossi, para que siga escribiendo.”

[Cristina Peri Rossi en entrevista con El País de España, 2017]

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Nació en el seno de una familia de inmigrantes, clase trabajadora, en Montevideo –ciudad de sus anhelos– el 12 de noviembre de 1941. Tuvo un padre violento y una madre asustada y en su novela autobiográfica La Insumisa (2020) cuenta que intervenía en las discusiones y, en ocasiones, “tomaba el relevo de mi madre como una leona sustituye a la otra cuando está cansada durante una cacería”. Tenía miedo, pero lo enfrentaba. Terca, porfiada, rebelde: insumisa.

Desde pequeña sabía que quería ser escritora. Su tío Tito tenía una biblioteca que le parecía inmensa, inagotable, de la que la pequeña Peri Rossi iba sacando libro tras libro, devorando palabra tras palabra, creyendo que debía leer de todo. Tito fue una figura de admiración y tensión: era, según describe en La Insumisa, “soltero, inteligente, culto, ateo y misógino”. Y fue el mismo Tito que la interpeló:

“–¿Cuántos libros escritos por mujeres hay en esta biblioteca?

–Tres–dije–. Un cuarto propio, de Virginia Woolf, una antología de poemas de Alfonsina Storni y otro de poemas de Safo.

–¿Leíste sus biografías? –preguntó.

–Sí –respondí.

–¿Leíste cómo murieron?

–Se suicidaron –dije.

–Pues aprende la lección –me dijo–: las mujeres no escriben, y cuando escriben, se suicidan.”

[Fragmento de La Insumisa, 2020]

Es poeta, periodista, traductora, ensayista, cuentista. Tiene más de 50 obras publicadas en distintos géneros y ha sido traducida a nueve idiomas. Es la única escritora mujer vinculada al boom latinoamericano. Fue, y es, una comprometida militante. Exiliada. Lesbiana. Licenciada en Literatura Comparada. Fue profesora de literatura en el liceo N°1 José Enrique Rodó. Le gustan la música clásica, los dinosaurios, los caleidoscopios –pasiones que compartía con el que fue un gran amigo, el escritor Julio Cortázar–. Dijo, con humor, en una entrevista con Brecha en 2016, que lo del suicidio “está por verse” y que después de los 65 años el suicidio se vuelve eutanasia.

En 1963 publicó su primer libro, Viviendo, que fue seguido por Los museos abandonados (1968) y El libro de mis primos (1969). Entre su primer libro y el segundo, en 1964 ya estaba publicando críticas literarias en El Popular y, más tarde, ingresó en el semanario Marcha. Llevaba retazos de juventud a una redacción dominada por varones de renombre y, por su figura bohemia, Ángel Rama la apodó “la Rimbaudcita”. Escribió de todo: fútbol, música clásica, cine, sobre escritores. Su faceta periodística, sin embargo, es la menos estudiada y, quizás, “la más prolífica”, dijo a Sala de Redacción, por teléfono, el profesor de literatura y amigo de Cristina, Néstor Sanguinetti.

En 1972 se exilió a España con lo puesto, no había tiempo de planear un viaje. El 4 de octubre del ’72 se subió a un barco que tenía por destino Barcelona; tenía 30 años. Profesora. Simpatizante de izquierda. Sus libros anunciaban el horror y la violencia que se venía, que se vino, y de la que tuvo que escapar, irse, para salvarse el pellejo. Dicen que cambió de domicilio unas cuantas veces. “¿Cuál es mi casa? / ¿Dónde vivo? / Mi casa es la escritura”, escribió.

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Montevideo es la ciudad de sus añoranzas. Sueña con Montevideo. “Prefiero soñar con Montevideo y vivir acá [en Barcelona]”, dijo y también recalcó, cuando le entregaron la ciudadanía ilustre de Montevideo, que la capital uruguaya es su monomanía, su obsesión recurrente. “Montevideo está muy presente en su imaginario, en su vida cotidiana”, contaba Sanguinetti, y basta con leer alguno de sus poemas:

“Nací en una ciudad triste / de barcos y emigrantes / una ciudad fuera del espacio / suspendida de un malentendido: / un río grande como mar / una llanura desierta como pampa / una pampa gris como el cielo”, escribió en el poema “Montevideo”, dentro del libro Estado de exilio, 2003. “Y sin embargo / la quise / con un amor desesperado”.

Montevideo y Uruguay, sin embargo, tienen un debe con la escritora: “Uruguay nunca me reconoció ni el exilio, ni los 11 años de docencia en Enseñanza Secundaria”, aún con todos los papeles, trámites y gestiones, nada. “Posiblemente la explicación es que soy lesbiana, comentó en la entrevista con Brecha. Intentó ampararse en la ley jubilatoria para ex presos y exiliados, pero no encontró respuestas positivas. “Le negaron ese derecho”, dijo Sanguinetti.

Este año, en setiembre, Mes de la Diversidad, la declararon ciudadana ilustre de Montevideo. Fue su amigo quien recibió el reconocimiento en su nombre y dijo que pocas personas son tan fieles a Montevideo como Cristina Peri Rossi. Ella, como no pudo estar presente, envió un video: “soy escritora, montevideana e hipertensa”, decía en él.

–Después de sufrir, de estar separada del mundo de sus afectos, de haberse tenido que ir obligada, que le den este reconocimiento es un acto de justicia–, expresó la escritora y docente Andrea Arismendi a Sala de Redacción. Sanguinetti opinó lo mismo: que ambos reconocimientos, la ciudadanía y el Cervantes, son actos de justicia, pero que también fueron actos de reparación. Más tarde contó que en setiembre, al salir de trabajar, tenía llamadas perdidas de Cristina. La llamó. Ella le dijo algo como: “Me dieron la ciudadanía ilustre, el premio que siempre quise tener, el que más quiero”. Le pidió que fuera en su lugar y él fue.

Cristina, que nunca ocultó su lesbianismo. Cristina, que luchó por los derechos de los menos privilegiados. Cristina, que abrazó a la mujer deseante que trajo Delmira Agustini y le dio por objeto de deseo a otra mujer. Cristina, que escribió en Evhoé: “Por la calle, venían tantas mujeres / que no pude pronunciarlas a todas, / en cambio, las amé una por una”. Cristina, que volvió a Montevideo repetidas veces después del retorno a la democracia, pero que prefiere evocarla a volver. Cristina, que en el Mes de la Diversidad le dieron la ciudadanía ilustre de Montevideo, lugar de su infancia y de su vida cotidiana.

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Ganó premios como el de los Jóvenes de Arca (1968), el de Marcha (1969), el premio Ciudad de Barcelona (1990), la Beca Guggenheim (1994), el Don Quijote de Poesía (2013), el premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2019) y este año, dos días antes de su cumpleaños, fue galardonada con el Miguel de Cervantes. Estaba en Barcelona cuando el ministro de Cultura la llamó para comunicarle que el jurado había decidido otorgarle el Cervantes, en el mismo momento que una combinación de broncoespasmos, presión alta e insuficiencia cardíaca la tenía retraída en la cama. “Por la puerta se iba el médico y entraba el Cervantes”, contaba por teléfono al diario español El País. Tres escritores uruguayos recibieron el Cervantes: Juan Carlos Onetti en 1980, Ida Vitale en 2018, y Cristina Peri Rossi este 2021, la quinta mujer con el máximo galardón de la literatura en español. Miquel Iceta dijo que el jurado quiso destacar la manera en que el trabajo de Peri Rossi se ha centrado en “la condición de la mujer y la sexualidad”. 

“Palimpsesto. – Escrito debajo de una mujer”, reza en la primera página de su primer poemario, Evohé, de 1971, que en este año está cumpliendo su 50° aniversario. Algunos de los temas que más resaltan en la obra de Peri Rossi son el exilio, la sexualidad, el homoerotismo, el feminismo, una mirada que cuando publicó Evohé no parecía ser tenida en cuenta por la izquierda revolucionaria. Menciona, en el prólogo de la edición del 50° aniversario de Evohé de Estuario Editora, el episodio de un pequeño escándalo. Eran más conservadores de lo que ella creía. La revolución se creía sobre todo política, mientras que Peri Rossi, en su espíritu libre, sumaba a esa revolución política una estética y sexual. “Me convertí, sin haberlo deseado, en la Rimbaud de una ciudad donde, por lo demás, había nacido el Conde de Lautréamont”, escribió en el prólogo. Solamente Washington Benavides hizo una crítica elogiosa del libro en el semanario Marcha: lo catalogó de “radical” y “quemante”.

Desde su primer libro (Viviendo, 1963), explicó Arismendi, aparece el tema de la condición de la mujer dentro del sistema patriarcal. “Creo que hay una mirada revolucionaria, una intención de mostrar a la mujer con esa capacidad de rebeldía, inmersa en una sociedad que la condiciona”, dijo.

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Tanto Andrea como Néstor hablan de Cristina con el mismo cariño en la voz. Mails, mensajes de Whatsapp, visitas a su casa en Barcelona. Él conoció a Cristina por su trabajo: en 2014 le escribió un mail para invitarla a un congreso que la asociación de profesores de literatura organizaba en la Biblioteca Nacional. Agradeció, pero no fue. “Nos dijo que no, que no venía, que estaba enferma, que estaba vieja”. Sin embargo, siguieron hablando, tanto así, que en un momento dejó de ser desde el mail institucional y pasó a su casilla personal. Ese mismo año viajó a Barcelona a conocerla y en viajes posteriores lo recibió en su casa. “Muy generosa”, recordó, y acotó que no perdió el tono rioplatense, que no habla con acento español, que es “tan uruguaya como si se hubiera ido ayer”.

Andrea, además de mencionar la sensibilidad y la cultura “impresionante” de Cristina, rescata la importancia de la calidad humana. Contó que le ha mandado algún que otro mensaje y que se los responde: “a veces te sigue la charla y te cuenta algo. Te dice ‘eso no se lo conté a nadie’, y yo no sé si se lo contó o no a otra persona, pero me hace sentir cercanía y afecto, te está demostrando que te tiene en cuenta y que te quiere contar algo lindo o que es valioso para ella. Eso creo que es lo más importante: la calidad humana”.

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“Mi casa es la escritura / sus salones sus rellanos / sus altillos sus puertas que se abren / a otras puertas / sus pasillos que conducen a recámaras / llenas de espejos / donde yacer / con la única compañía que no falla: / las palabras” [Fragmento del poema “Mi casa es la escritura”].

“–De no ser escritora, le hubiera gustado ser…

–Escritora”

[Cristina Peri Rossi en entrevista con El País de España, 2017]
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