Competencia organizada por Kennel Club en el galpón de Cambadu. Foto: Guillermo Rodríguez







“Toda la raza bulldog francés a la pista por favor! TODOS LOS BULLDOGS FRANCESES A LA PISTA POR FAVOR!”. Cuatro personas tensan las correas que guían a 12 patas que parsimoniosamente avanzan, guiados por una estructura ósea cuadrangular, como compadritos de 30 centímetros de altura hacia el ruedo; para completar un círculo en la pista y ser inspeccionados por la jueza: los bulldogs franceses están en pista y esto es un concurso de belleza canina.

El galpón de Cambadu es un recinto grande, lo suficiente como para alojar a los 150 perros que hoy se dan cita aquí, a sus casetas con rejas y a sus criadores y a las familias de ellos; también a medios y a los curiosos: hay lugar para todos. El predio, ubicado en el Prado, hacia el frente ostenta un casona enorme en la que vivieron Dámaso Antonio Larrañaga y Gallinal Heber y linda con -otro blanco más- la avenida Luis Alberto de Herrera. Aparentemente el cura libertador era amante de la botánica, por eso los espacios verdes son ex-majestuosas arboledas venidas abajo por el efecto residual del paso del tiempo. En este espacio verde es dónde se siluetan las acciones que tomarán lugar en esta jornada, en donde la cino cultura se cita mensualmente para celebrar el perfeccionamiento canino.  Kennel Club organiza todo esto y es una organización internacional, cuya encarnación nacional se manifiesta a través de un club de criadores de perros pedigrí que, entre otras cosas, realiza certámenes de belleza canina.

Inmersos en el concurso el lugar no apesta a perro, sino que el olor cànido fue diezmado por el soplido de Sprays plásticos perfumados, que mataron el hedor potencial de cincuenta razas compitiendo bajo un mismo techo. Al centro hay dos ruedos simétricos, vallados por madera; allí perros y expositores describen una trayectoria circular cuyo eje de rotación es la jueza Rita Kadike -Letonia- en la pista 1, o el juez Roberto Del Puerto -Argentin-en la pista 2. Esta valla al estilo inglés está moquetada de rojo y la circundan sobre los bordes sillas de plástico blanco que esperan en dos hileras al público de este certamen.
Alrededor orbita un embotellamiento de criadores que pasean con sus cino-modelos de comportamiento y apariencia con trajes -la herencia y los rastros europeístas de este club de nombre anglosajón- o vestidos semi formalmente -la influencia de “Zara men” en el dress-code rioplatense-. Cada uno lleva sujetado al brazo un papel con su número de registro, por ejemplo: “Bulldog inglés 132” o “Cimarrón 144” (desde el 2006, reconocido como raza por la FCI, que sería como la ONU para la cino-cultura). Parte de esta multitud, que circula en los bordes, está compuesta por gente fotografiándose entre sí con sus celulares, curiosos, gente con perros y gente que parecía guardar un vínculo muy estrecho con la cultura canina a pesar de no competir. Más al fondo, están los lugares de apronte para el perro y las jaulas de los perros competidores, contenidas por una segunda órbita, metros más alejada del centro; en algunas hay perros esperando por su turno, en otras solo almohadas vacÍas, modificadas por el rastro de un cánido que apoyó su cuerpo en ella.
“Cher, Bob Sinclair, “move like jagger”, etc.  Toda la música en este evento remitía a pop corporativo y a una idea muy fuerte de canciones de veranos pasados y convivía con las habladurÍas de los criadores y los ladridos esporÁdicos de sus perros. Es un certamen de belleza protagonizado por un público fuera de la moda, lo que redunda claramente en una noción demodé y caricaturesca sobre lo musicalmente sofisticado.

La competencia está organizada en base a “grupos caninos”. La taxonomía divide a las aproximadamente 400 razas registradas por el Kennel y el padrón racial asignado para cada una de ellas se fundamenta en la funcionalidad del perro. Por ejemplo: el grupo uno “son los perros de pastoreo”, cuya función es “vigilar, guiar y proteger a los rebaños”, el dos “perros, guardianes (Doberman y Rottweiler)” y, por citar otro, el nueve, “perros de compañía” (aquì estarìa Jasmìn-QEPD-de Susana Giménez).

Lo principal en este certamen es evaluar la belleza canina; la belleza es el cuerpo, su actitud y su forma sanitaria. Luego vienen los detalles y las características específicas de la raza: su cabeza, ojos oreja, movimiento, pelo y color. Primero los perros compiten entre su misma alcurnia y el juez los clasifica entre: excelentes, muy buenos, buenos o los descalifica. Luego de cada ronda perruna, el jurado se da la mano con todos los expositores. El criador que recibe el primer apretón tiene al mejor perro y compite dentro de su misma raza hasta que sale, por ejemplo: un mejor Bulldog Francés. El mejor de la raza compite contra los perros de su padrón racial y sale por ejemplo “mejor perro de pastoreo”, que sería el mejor del grupo. Al Final los mejores de cada grupo definen al mejor perro de la exposición -escarapela de campeón de por medio- y cada encuentro del kennel acumula puntos. De ahí básicamente sale “el mejor perro del Uruguay 2014”.
Pero: ¿Qué sacrificios conlleva ser el mejor del Uruguay?
“Bosco” un Boyero Berna,  espera sentado sobre una moquette azul. Gerardo Gro, su dueño, cría Rottweilers y su criadero lleva un nombre orgullosamente germánico Vonder Deus Tunder (“del mejor alemán, en español). Con respecto a “Bosco”, como es un perro de pelo, lleva un tratamiento de peluquería especial y es entrenado todo el año para este tipo de competencias. El perro, que es campeón uruguayo, está ahí abajo impertérrito, entre tres adultos que hablan sobre perros, tiene “línea de sangre argentina y europea, y pertenece a una casta de campeones”.
-Como nacido para ser rey-, pienso en secreto.
Ví a un Daschund con cara de prócer posando para ser retratado. Por su estatura, el rictus de este perro enano me remitió a un retrato ecuestre napoleónico, como divisando una nueva ciudad para conquistar. Facialmente este salchicha connota cualquier cosa menos a un perro y aquí hay sólo “pedigrí”, por lo que todo parece producto de la publicidad, de catálogos, de fotografías de alimentos caninos, o de alguna película con perros que hablan. Perros que parecen hechos… En este lugar hay mucho de perros “hechos”.







Competencia organizada por Kennel Club en el galpón de Cambadu. Foto: Guillermo Rodríguez







Darwinismo canino. “Orienta la obtención de ejemplares saludables, de calidad superior, teniendo en cuenta la función original para la que fue desarrollada la raza”, o al menos comenta la web oficial del Kennel Club sobre el pedigrí. Un fenotipo es un rasgo físico o conductual que se busca “fijar” en futuros especímenes caninos. Tres Rottweilers en hilera compiten por mejor de raza, mientras el juez monocularmente escanea los rasgos raciales distintivos del perro. Los tres en línea mantienen dos manchas triangulares en el pecho: el fenotipo deseado en pista y competencia.
Es justamente la genética algo subyacente en esta forma de cino-cultura ubicable en las antípodas de la perrera. Esto sería “la clase alta canina” y cada “Stud” (como también se conoce a los criaderos) no sólo ofrece un perro, sino que ofrece características fenotípicas reconocibles y replicables en futuros perros. Por ejemplo: el semen congelado de un campeón muerto de Dogo de Burdeos puede valer cinco mil dólares, todo esto en aras de “obtener una compañía con las características raciales requeridas que usted está buscando”, como comenta también la web del Kennel.  El “In-breading” es una técnica de reproducción asistida entre familiares directos, para replicar los rasgos deseados. El problema se da cuando los lazos de consanguinidad entre perros comienzan a volverse incestuosos y eugenésicos. Adrián Lasarte, presidente del Kennel Club Uruguayo comenta que: “Hay criadores que han utilizado la cruza entre padres e hijos para fijar características en el perro”. Según Adrián cruzar animales con primer grado de consanguinidad está terminantemente prohibido en la actualidad por el Kennel, pero se puede cruzar nietos con abuelos o una media hermana con un tío: “Cuando hacés in-breading podés fijar cosas buenas o cosas malas y el criador debe saber muy bien con el material genético está trabajando”.
Al hablar con los criadores noté que el ego de estos desaparecía y el perro ocupaba su lugar: una especie de prótesis sujetada por una correa que desfila frente a jueces y al público. El expositor orgulloso tiene algo de esto: la fuerza de su trabajo y la devoción por el producto de su artesanato, es algo que va allí y rozagante corretea sobre una moquete exhibiendo orgullosamente las marcas de la elegancia.







Competencia organizada por Kennel Club en el galpón de Cambadu. Foto: Guillermo Rodríguez







Belleza.uy. El carácter del uruguayo se refleja en su geografía suavemente ondulada y este Kennel club es parte de ello: si mi imaginación sobre concursos de belleza fue moldeada por películas como Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton-Valerie Faris, 2006), tuvo un duro revés al estamparse contra lo real manifestado en una penillanura como la nuestra. Esperaba a una manga de neuróticos, exteriormente histéricos, pero aprecié más bien lo contrario: gente tranquila, exteriormente centrada y solo un poco nerviosa a la hora de exponer. Sí hubo neurosis no se desarrolló colectivamente, sino que se localizó en algunos expositores, y sí se manifestó fue relegada hacia la infinitud del subconsciente de este grupo social. Tal vez alguno tuvo pesadillas y su perro, momentos antes de exponer, padecía una horrorosa caída de pelo y en un rapto de rabia canina se soltaba e iba al barro; para que luego su criador quedara abyecto frente a los demás, por tener un perro sucio y libre, dominado por su instinto y no por su amo.
“La historia es el resultado de anhelos a gran escala”, escribió Don Delillo en Submundos (1997, Circe). He aquí un grupo que desde 1938 en Uruguay anhela principalmente la promoción de la cría de perros de pedigree, la preservación y sofisticación de las razas puras, como una naturaleza muerta, mantener algo estático contra el paso del tiempo.  Hay algo muy humano en todo esto, el deseo de preservar a la especie, que ha sido siempre una obsesión del hombre y sobre todo del hombre blanco, el menos instintivo de todos, o quizás el más empecinado en subirse a un cuadrilátero persiguiendo una idea de civilización: este afán de modificar a su imagen y semejanza a la naturaleza que lo rodea. En esta extraña jornada, la naturaleza pareció dócilmente domesticada, exceptuando el momento en que un Bull Terrier se saltó todos los protocolos y montó la pierna de su dueño, como siempre: domesticar totalmente los instintos ajenos será siempre una misión finalmente casi estéril. Por otra parte las caras de estos perros podrían ser memes y volverse virales, sobre todo el campeón en adultos, “Lío” un Oberaña, perro que al caminar con sus patitas de dos centímetros, parecía interpretar un sólo de xilofón. Para un outsider, caminar entre stands por momentos suponía experimentar un sentimiento imposible de definir, pero que decididamente describirìa como: agresivamente tierno, tal vez debido a que algunos perros tenían algo grotesco en sus formas, algo excesivamente buscado, el gesto obvio de la búsqueda de la belleza y la falla de la cosmética en desmedro de la naturaleza del can.
Todo lo dulce empalaga, pero nunca vi perros tan lindos en mi vida.
Ismael Viñoly


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