Los robots de soldadura alineados en la planta de Nissan Motor en Japón. Foto: AFP




Las sociedades humanas se han vuelto progresivamente más dependientes de la técnica y el futuro del trabajo en un juego cada vez más automatizado preocupa a muchos investigadores. Los economistas Daniel Olesker y Hugo Bai del Instituto Cuesta Duarte proporcionaron a SdR su visión sobre el asunto. A partir del 2015, unos “cincuenta mil puestos de trabajo se perdieron en tres años y medio y hay un componente que tiene que ver con los cambios técnicos, sobre todo en el sector de comercios y servicios”, resume el primero. “En el mundo actual el que hace siempre lo mismo la queda”, concluye el segundo.
Cuando en agosto de 1939 Louis Daguerre presentaba por primera vez el daguerrotipo en la Academia Francesa de Ciencias, el pintor francés Paul Delaroche exclamó: “Desde hoy, la pintura ha muerto”. Pero este escenario fatalista que rodeó al nacimiento de la fotografía se ha dado siempre a lo largo de la historia de la humanidad cada vez que una innovación técnica amenaza con desplazar a la mano del hombre. Hace unos veinte años, la tecnología que más asustaba al empleo estaba concentrada en las industrias agropecuarias de explotación de materias primas y preocupaba por ende sobre todo a los trabajadores rurales.
Hoy hemos dado un salto inimaginable en esos tiempos que dejarían boquiabiertos y sin habla a artistas como Delaroche, y la tecnología apunta a todos los sectores habidos y por haber. Las máquinas sustituyen a los humanos en la atención al cliente en ventas de bienes y servicios, los trabajos repetitivos y rutinarios de las manos son sustituidos por brazos mecánicos automatizados a través del milagro de la programación, y las tecnologías de la comunicación han transformado para siempre las relaciones entre empleados y empleadores.
Para entender este fenómeno de tecnologización acelerada de las sociedades humanas, SdR consultó a los economistas Daniel Olesker y Hugo Bai, ambos integrantes del equipo de investigación del Instituto Cuesta Duarte del PIT-CNT, asociación civil uruguaya encargada de brindar apoyo en la capacitación de los trabajadores para asegurar su desempeño dentro de un entorno laboral cada vez más competitivo. Antes que nada, Olesker opina que “hay que descartar un escenario catastrófico que lleve a pensar que de repente mañana todos vamos a estar automatizados”, y considera que las redes sociales ayudan a pintar este panorama. Dice el economista que estas opiniones fatalistas sólo favorecen a las tendencias conservadoras que “quieren utilizar el miedo a perder el empleo para contener los salarios”. Aun así, cabe citar las reflexiones de Marshall McLuhan según las cuales las innovaciones tecnológicas se vuelven extensiones de uno mismo y cambian para siempre las formas de funcionamiento de un colectivo de individuos. De esta forma, quien antes haya integrado las nuevas técnicas a sí mismo tendrá una ventaja considerable sobre quienes se queden rezagados, por lo que se generan “más posibilidades sólo para los más calificados”, opina Hugo Bai.
Bai considera que más que comprometer el empleo, las nuevas técnicas generan un cambio de paradigma que obliga a los trabajadores a estar actualizados para mantenerse a flote. Los trabajos más afectados según él son los trabajos más rutinarios, mientras que los más beneficiados son los más dinámicos y sujetos a constantes cambios. “Ya no es común trabajar veinte o treinta años en una misma empresa”, dice Bai, “y hay que estar preparado para adaptarse constantemente a nuevos retos”.
Por su parte, Olesker advierte que en la economía uruguaya hay problemas que ni siquiera tienen que ver con las innovaciones tecnológicas, sino con una precarización del trabajo por falta de modernización. Aunque relativiza en principio la amenaza que podría representar la tecnología para los trabajadores, afirma que “no podemos mirar para el costado” y que “enfrentar el futuro del trabajo significa ahondar en políticas públicas”, sino “en el futuro el trabajo será más desigual”. Para esto, las políticas públicas deben de tener en cuenta aspectos tanto macroeconómicos como microeconómicos para proteger al trabajador del impacto del aumento de la productividad y amortiguar así un aumento de la desigualdad social.
Olesker encuentra que las innovaciones tecnológicas tienen un impacto positivo sobre la productividad del trabajo, ya que se generan más ingresos con los mismos recursos, generándose así un excedente. Las políticas públicas deben de asegurar, según el economista, el reparto de este excedente no sólo entre los que la generan sino entre todos los ciudadanos que componen la sociedad. Parte de esas políticas son tributarias, es decir que una fracción de ese excedente es expropiado por el Estado y usado para financiar por ejemplo la protección social. Un ejemplo de esto es lo que en los países más desarrollados se denomina el “impuesto al robot”.
Una segunda medida a emplear para amortiguar el “efecto empleo” de la tecnología es garantizar cierto crecimiento de la industria a través de subsidios a las empresas, y una tercera medida sería el esfuerzo por cubrir la brecha entre trabajadores calificados y no calificados a través de políticas de capacitación de los trabajadores. En efecto, mientras que por un lado ciertos empleos menos calificados se ven reemplazados por nuevas tecnologías, por otro los avances técnicos exigen nueva mano de obra calificada que debería de compensar los empleos perdidos. Pero de esta forma nos encontramos cada vez más frente a un creciente abismo entre los trabajadores con más nivel educativo y aquellos menos capacitados.
“Hay que pensar –dice Olesker- que existen sectores que por su productividad están en condiciones de reducir las jornadas laborales, y de permitir que los sectores más vulnerables frente a estos cambios puedan acceder a una renta básica universal que podría ser, en el caso uruguayo, una extensión de las asignaciones familiares del plan de equidad. Todo esto tiene claramente un costo fiscal cuyos recursos deben venir del crecimiento que generan los cambios tecnológicos”.
“El Uruguay tuvo diez años en los que el crecimiento del empleo y el crecimiento económico fueron de la mano”, continúa Olesker, “pero a partir del 2015 ese fenómeno se revierte. Aproximadamente cincuenta mil puestos de trabajo se perdieron en tres años y medio, y yo creo que hay un componente de esa pérdida que tiene que ver con los cambios técnicos, sobre todo en el sector de comercios y servicios. Otros sectores que tienen que ver con industrias de exportación agroalimentarias como la soja, la carne, los lácteos, o la forestación, son poco utilizadoras de mano de obra, y antes este menor dinamismo de estas industrias exportadoras se compensaba con el mercado interno de inversión pública y el comercio interno. Hoy estos sectores se encuentran muy decaídos.”
El sector más afectado por las innovaciones tecnológicas es entonces el de los comercios y servicios, sectores que enfrentan una creciente despersonalización de sus funciones debido a la incorporación de la automatización mecánica. Según Olesker existe un límite a este fenómeno ya que “la propia gente requiere aún tener contacto humano en sus intercambios económicos”. Los sectores menos afectados serían las industrias manufactureras del mercado interno, las instituciones educativas (sector que se encuentra en crecimiento tanto a nivel público como privado), las instituciones de la salud, los servicios de turismo como los restoranes y los hoteles, y los cuidados de personas mayores o con discapacidad. En pocas palabras, los sectores menos afectados por las innovaciones tecnológicas son los especializados en rubros difíciles de automatizar.
La magnitud del coletazo tecnológico depende, según los economistas, de las especializaciones económicas de cada país. Si un país depende mucho de la explotación de bienes primarios, “es claro que la tecnología va a pegar fuerte sobre los empleos”, dice Olesker. Si un país se especializa en rubros con mayor valor agregado (es decir con mayor componente intelectual que físico), la incorporación tecnológica trae a su vez más mano de obra calificada. En los países más industrializados, los sectores de punta son los productores de bienes informáticos. “Estos países necesitan un stock de políticas públicas para resolver sus problemas de empleo”, dice el investigador, “pero también son los más avanzados en la reducción de jornadas laborales, en la renta básica, y en el liderazgo de propuestas alternativas”. Los países a la vanguardia en investigación son por ende quienes gobiernan el mercado aportando valor agregado a su producción, pero “la matriz de trabajo uruguaya sigue estando más desarrollada en la explotación de materias primas sin valor agregado”, dice Hugo Bai.
Tiempos modernos
Al ser cuestionado sobre el rol de las nuevas tecnologías de la comunicación en esta cruzada laboral, y específicamente sobre el rol que cumplen las redes sociales, Olesker opinó que provocan en parte que los contratos de trabajo se vuelvan más impersonales. “Algunos consideran que la flexibilidad horaria y la capacidad de trabajar de forma remota es positiva para el vínculo entre el trabajo y la familia”, dice Olesker, pero “también genera a mi parecer una precarización ya que el trabajo se subordina a la vida y puede pasar a ser de esta forma de tiempo completo, acercándose a la alienación total de la que hablaba Marx”.
Por su parte, Bai considera que las redes sociales son una forma de “ampliar el horizonte”, ya que “la oferta se encuentra más cerca de la demanda”. También opina que permiten mayores posibilidades de capacitación al ofrecer la posibilidad de acceder a cursos de calidad en línea. “Los mejores recursos humanos pueden llegar al lugar adecuado”, dice Bai, “pero a su vez hay una mayor selección, una mayor cantidad de filtros al momento de elegir a un empleado”. Asimismo, Bai cree que “hay que tratar de no promover las apariencias e intentar avanzar en el sentido inverso a las tendencias discriminadoras”. “Debemos tratar de mitigar estas cosas inevitables de la sociedad”, dice Bai, “estos impulsos que privilegian la forma antes que el contenido, ya que van en contra de la igualdad de posibilidades”. El economista asocia estas actitudes discriminadoras con la razón de la reciente aprobación de la denominada “Ley Trans”, ya que busca proteger a las minorías de estos ataques infundados otorgando derechos a los más discriminados, y lo mismo sucede con los discapacitados. “La estética no debería de pesar, y sin embargo sabemos que pesa”, se lamenta Bai.
Olesker no cree que hayan grandes cambios en los sectores de actividad en sí mismos, sino más bien en la organización del trabajo. La mayor demanda seguirá encontrándose en el sector de comercios y servicios, aunque “sí podría cambiar el panorama”, dice el economista, “si logramos desarrollar niveles de industrialización con mayor valor agregado que los sectores primarios actuales”. Opina también que cada vez será más necesario para el trabajador poseer como mínimo educación terciaria, “al menos la mitad de la población activa debería tenerla”. Por otro lado culminar la educación secundaria “será indispensable”. En el mismo sentido, Hugo Bai considera que la educación formal conoce actualmente un cambio de paradigma, y hoy “más que aprender determinados conocimientos, se aprenden cada vez más capacidades de adaptación”. Esto significa que ya no basta con estudiar durante un sólo período de la vida y es importante aprender e innovar permanentemente. Ser creativo y reinventarse con cada desafío se vuelve poco a poco una ley para subsistir en nuestras sociedades tecnificadas. “En el mundo actual el que hace siempre lo mismo la queda”, dice Bai, “y en Uruguay existen muchos problemas con esto”. Es necesario estar toda la vida perfeccionándose, “el esfuerzo educativo no se acaba en el doctorado o en el posdoctorado”. Bai haya que un ejemplo de este nuevo mundo es la instalación de la empresa UPM en nuestro país que trajo consigo nuevas tecnologías que requieren un proceso de formación de los trabajadores nacionales para potenciar sus capacidades. No existe entonces según Bai un Edén o un oasis al cual llegar a través de los estudios, eso ya es historia antigua. “No hay un nivel a alcanzar para quedarse tranquilo”, opina el economista, “no hay ningún nivel educativo trunco”.
Bai sostiene que el mayor temor en el mercado tecnológico es la dificultad de los sectores menos calificados para insertarse en un mercado tan crecientemente dinámico. “Es importante más que nunca cuidar al trabajador y no al trabajo”, dice Bai, “y no forzar el mantenimiento de trabajos innecesariamente, lo que es absurdo en un mundo laboral en constante cambio”. Muchas veces se comete el error de utilizar como herramienta de amortiguación el subsidio de emprendimientos inviables en vez de favorecer una metamorfosis desde la capacitación del trabajador. Es necesario por ende, según el investigador, asegurar entre los trabajadores una formación sólida y abierta al cambio para subsistir en un “capitalismo en el cual se construyen y se destruyen empleos constantemente”. El Estado debe entonces acompañar los procesos de formación del trabajador para que éste “no quede al costado de la vía”.
El investigador Olesker no se ve preocupado por la actividad sindical en el futuro, ya que considera que “Uruguay tiene una tradición sindical muy arraigada”. Aun así, cree que los trabajos domiciliarios autónomos facilitados por las nuevas tecnologías de la comunicación generan grandes desafíos, ya que estas personas que se independizan quedan por fuera de la estructura del mercado laboral y quedan sin  acceso a la seguridad social. Para solventar este problema, en Uruguay se decidió por ejemplo considerar a los trabajadores de UBER como pequeños empresarios autónomos y se les pidió que crearan una unipersonal. El rol del Estado en este panorama será por un lado garantizar el acceso de este nuevo tipo de trabajadores a las protecciones sociales, y por otro el asegurarse de que todos estos trabajadores aporten a la sociedad con el beneficio de su trabajo.
Bai también se mostró preocupado por la mayor rotación de empleo que existe en estos días, fenómeno que se vuelve más creciente entre la juventud. El salto continuo de un trabajo hacia otro dificulta la organización sindical ya que se vuelve difícil agremiarse en un colectivo común. Olesker no cree entonces que sea necesario un nuevo modelo de organización sindical. Eso sí, hace hincapié en la urgencia de desarrollar políticas públicas que amortigüen las brechas tecnológicas, ya que opina que si éstas se vuelven muy grandes, “estamos liquidados”.
Bruno Gariazzo

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