Muchos pueden pensar que usaba un pseudónimo porque “Robin Wood” suena muy poco paraguayo, pero no, era descendiente de australianos; sus abuelos eran militantes socialistas que emigraron a Paraguay tras una fallida huelga de esquiladores en su país de origen. Junto con otros exiliados australianos fundaron la comunidad de Nueva Australia (hoy la ciudad de Nueva Londres), en el departamento paraguayo de Caaguazú. Posteriormente, la familia se trasladó al departamento de Caazapá, donde Robin nace un 24 de enero de 1944. Se crió oyendo las historias sobre la isla continente -y otras partes del mundo- que le contaba en inglés su abuela. Así, a pesar de apenas terminar la primaria, el autor se dedicó a escribir desde muy joven.

Nunca conoció a su padre y los problemas económicos que enfrentaba su madre hizo que Wood tuviera que pasar varias etapas de su infancia en orfanatos. Siendo aún un niño, a principios de la década del 50 ambos se mudaron a Buenos Aires. Pronto trabajaría en una serie de empleos distintos: lavaplatos, camionero, vendedor, leñador y operario de fábrica. La búsqueda del sustento lo llevaría a dividir su tiempo entre Paraguay, Argentina y Brasil, es decir, allá donde hubiese trabajo disponible.

Aún empleado de una fábrica en la Zona Norte de Buenos Aires, escribió para el diario argentino El Territorio. Autodidacta y amante de la lectura, plasmó varios guiones de cómics que envió a la Editorial Columba. Un día de 1966, luego de ser rechazado en la fábrica por haber llegado tarde al turno, vio en un kiosco su nombre en la tapa de una revista. Columba había publicado su primer guión, Aquí la Retirada, una historieta corta ilustrada por el dibujante Lucho Olivera. Se trataba del número 135 de la mítica revista D’artagnan, y no sería la última vez que el nombre Robin Wood aparecería en esa cubierta.

Trabaría una profunda amistad con Olivera y al descubrir que ambos eran ávidos consumidores de todo lo que tuviera que ver con la historia sumeria se gestó su primer gran personaje: Nippur de Lagash, el filósofo guerrero del parche en el ojo. La primera aventura de Nippur se publicaría en 1967 en D’artagnan y pronto tendría su propia revista, donde publicó nuevas historias en varios formatos -y en varios países- hasta el año 1998.

En 1974, junto a los dibujantes Ricardo, Enrique y Carlos Villagrán, fundó el estudio Nippur IV, dedicado a la producción de historietas para Argentina y Europa. Durante su esplendor el estudio empleaba a más de 20 dibujantes y asistentes, entre los que se contó el uruguayo Eduardo Barreto que recién había emigrado a Argentina para seguir la carrera que había comenzado aquí. Wood se convirtió en una superestrella del cómic, que generó medio millón de ventas de revistas mensuales para Columba.

Así fue que Robin decidió recorrer el mundo sobre el que tanto había leído y escuchado. Le dijo a Columba que mandaría guiones desde donde estuviera, algo que, según sus dichos, no había hecho nadie antes. “Necesitaba ver el sol, ser libre. No sé si lo sabés: yo casi había pasado del orfanato a la fábrica”, le dijo en 2008 al periodista de Página 12 Facundo García.

En la década de los 80 se asentó en Italia y trabajó principalmente para Eura Editoriale, donde se publicaban las revistas Lanciostory y Skorpio. Durante esa década creó nuevos seriales de historieta, como Dago, El Cosaco, Dax, Gilgamesh y Morgan, junto a artistas de la talla de Domingo Mandrafina. Aunque la mayoría de su trabajo es de géneros más bien realistas o de aventura, también tuvo memorables creaciones humorísticas como Pepe Sánchez o Mi Novia y Yo, ambas con el dibujante Carlos Vogt. Junto a este último también realizó el comic semi autobiográfico Mojado.

Fue por esta época que el escritor y comunicador uruguayo Enrique “Endriago” Castillo creció leyendo las historias de Wood. Según dijo a Sala de Redacción, “Robin Wood fue el tipo detrás de cada historia de gesta o humor que te acompañó (si sos del Río de la Plata y tenés más de 45) a todos lados. Ni siquiera tenés que ser lector habitual de historietas; en cada casa, peluquería de barrio o consultorio de dentista había alguna Tony o D’artagnan. En lo personal, fue la aproximación a una forma narrativa diferente, sabías que estabas leyendo a Robin porque subyacía siempre un análisis de la vida en cada historia. Si era humor, de los errores que nos conforman y moldean; si era épica, de la necesidad de transcender, de forjarse un mejor ser“.

Durante los 90s y los 2000 siguió su publicación en Europa y Argentina con libros como Merlín, Primera Fundación de Buenos Aires-La Expedición Maldita, Drácula, Ibáñez, Martín Hel y Los Borgia. También se han reeditado sus obras en volúmenes recopilatorios de ambos lados del Atlántico.

El guionista de historietas uruguayo Rodolfo Santullo contó a este medio que no leía los trabajos de Wood de niño o adolescente, quizá por una diferencia generacional. Sin embargo, cuando empezó a leerlo asiduamente en su adultez, se encontró con un autor con una capacidad admirable para contar una historia en apenas doce páginas. Tuvo la oportunidad de conocerlo en 2008 en un evento y lo recuerda como un hombre muy simpático y accesible. Por último, destacó la amplitud de la obra de Wood, “casi inabarcable” por lo extensa.

A lo largo de su carrera, recibió incontables galardones, co-creando unos 95 personajes principales y escribiendo alrededor de 10.000 guiones. Durante su etapa de mayor producción, sus historias copaban las páginas de las cuatro grandes revistas de Columba: El Tony, Intervalo, Fantasía y D’artagnan. Aunque Robin Wood fuera su nombre real, tuvo que adoptar distintos pseudónimos para evitar la repetición en el índice: así nacieron Mateo Fussari, Robert O’Neill, Noel McLeod, Roberto Monti, Carlos Ruiz, Rubén Amézaga y Cristina Rudlinger, entre otros.

Jok, dibujante y guionista de historietas argentino, conversó con Sala de Redacción sobre el impacto y legado de Wood: “Cerrajeros, bancarios, gastronómicos las consumían, las veías en salas de espera del dentista, en el colectivo, en todos lados. Las revistas de Columba te esperaban, como el tango. Como los hits ochentosos, El Tony, D’artagnan y compañía se te metían en el sistema y siempre estaban ahí, sonando. El abanderado indiscutible de esta prepotencia era Robin Wood, el hombre que salió de la nada y pudo todo. Columba y Wood conocían el paladar de sus lectores y se amplificaban como un equipo que gusta, gana y golea. Se nos fue el aventurero de prosa elegante y personajes de mirada fuerte, pero nos quedan sus hits sonando en las retinas y corazones”.

Más adelante Wood se radicó en Dinamarca y se casó con una lugareña, Anne Mette, con quien tuvo cuatro hijos. Repartió luego su vida entre España, Italia, Argentina y Paraguay. Se casó en segundas nupcias con su compatriota María Graciela Sténico, con quien tuvo un hijo. Desde 2016 estaba retirado a causa de una enfermedad neurológica y finalmente el 17 de octubre de 2021 falleció de cáncer al esófago, noticia comunicada por su esposa en Facebook.

Su vida fue registrada en la biografía autorizada Robin Wood: Una Vida de Aventura (por Diego Accorsi, Leandro Paolini Somers y Julio Neveleff), editado este año en Argentina. Premios de historieta, plazas, parques en Paraguay y muchas tapas de libros y revistas llevan su nombre, que vivirá a través de sus historias y de los lectores (y profesionales) de la historieta a los que marcó para siempre.

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