Hace veinte años la opinión pública italiana se vio convulsionada cuando quedaron al descubierto los vínculos entre la mafia y los partidos tradicionales que gobernaron el país desde la posguerra hasta ese momento. En medio de los escándalos, apareció en la escena política una figura hasta entonces poco conocida, ajena al ámbito. Venía del mundo empresarial con la promesa de “entrar al campo de batalla” para salvar a Italia de la debacle. Mucha agua pasó por debajo del puente desde su aparición, pero ese “salvador” fue condenado a prisión por evasión fiscal el 1º de agosto, luego de haber salido impune de una veintena de procesos judiciales por delitos que van desde la prostitución de menores hasta conflictos de intereses.
 
El sueño italiano
El nombre del abogado milanés Silvio Berlusconi decía muy poco al electorado italiano en 1994, cuando accedió al puesto de Primer Ministro. Algunos lo recordaban por su amistad con Bettino Craxi, Primer Ministro socialista en los años 80, devenido prófugo de la justicia al descubrirse su implicación en varios casos de corrupción. Proveniente de la clase media, antes de ser político tuvo profesiones variopintas: desde vendedor de ollas a cantante en cruceros. Sin embargo, fue en los negocios inmobiliarios y la construcción edilicia donde comenzó a forjar su fortuna.
 
En una de sus urbanizaciones, Berlusconi estableció una red de televisión local a partir de la cual construyó un inmenso imperio comunicacional. Como quien no quiere la cosa, el canal de cable de ese complejo de viviendas de lujo de Milán se expandió a toda la península y se convirtió en la primera red de televisión privada de Italia. Años después, al acceder al gobierno e influir en la elección de las autoridades de la Radiotelevisión Italiana (RAI), se aseguró el control de todas las emisoras televisivas. Durante ese período y mediante un par de llamadas, llegó a truncar la carrera de periodistas con larga trayectoria que metían las narices donde no debían.

Será por su idiosincrasia italiana que siempre cuidó su imagen obsesivamente. No escatimó en cirugías, maquillaje o implantes capilares para perseguir una anhelada juventud eterna. Adonde quiera que fuera se mostró rodeado de chicas, siempre curvilíneas, jóvenes y ambiciosas, incluso alguna que otra menor de edad. A algunas las invistió de ministras. Llegó a ser el hazmerreír de la prensa y la opinión pública internacional por sus celebérrimas orgías, sus piropos indecentes a todo tipo de mujeres y por hacer chistes de remate sobre su virilidad.

Gracias a su fortuna creciente es dueño de empresas de distintos rubros. Sin quererlo, cualquier italiano se tiene que topar en algún momento del día con algo que tenga que ver con él. Cuando prende la televisión, cuando va al supermercado, cuando va al banco, cuando ve una película o cuando lee un libro o un diario, los grupos empresariales y holdings de Berlusconi están presentes. Eso sin contar las repercusiones económicas de los años de su gobierno.
Todos quieren ser como yo
Dinero, mujeres y poder y un control constante de la opinión pública. En suma, Berlusconi es la imagen del éxito a la que aspira el italiano medio –machista, elegante, conservador–, la misma que emite en sus medios de comunicación. Quizás por eso, independientemente de sus abusos de influencias y conflictos de intereses, hizo y deshizo a su antojo durante sus tres períodos de gobierno (1994-1996, 2001-2006, 2008-2011), mechados por algunos interregnos de legislaturas frustradas o Ejecutivos débiles manejados por otros partidos.
 
Hizo pactos con partidos xenófobos, contrarios a la unidad italiana, para asegurarse el poder. Esto lo llevó a tener el mandato más largo de la historia republicana, de 2001 a 2006. Fue el único primer ministro que se mantuvo durante los cinco años que dura una legislatura normal: el promedio de duración de un gobierno es de casi un año debido al régimen parlamentario que rige en Italia. Durante ese quinquenio introdujo la ley electoral aún vigente para mantenerse en el gobierno y dificultar la gobernabilidad para mayorías débiles, con el fin de ponerle una piedra en el zapato a la oposición.
 
Cuando en 2011 la crisis económica era insostenible y la imagen de Italia al extranjero pésima, parte de su partido se escindió y su gobierno cayó a pocos meses del final de la legislatura. Berlusconi se tuvo que ir a su casa y se instauró un gobierno tecnocrático de algo más de un año. La legislatura llegó a su fin y se llamó a elecciones en 2013. Berlusconi volvió con promesas de bajas de impuestos y un discurso contrario a las exigencias económicas de Europa. Y al revés de lo que uno podría pensar, le fue bastante bien. Su coalición electoral de centroderecha salió segunda, con una diferencia de pocos puntos por debajo de la primera, de centroizquierda.
 
Cualquier Ejecutivo que quiera gobernar hoy en día tiene que contar con los votos de confianza de su partido. Es el caso del actual governissimo, un Ejecutivo con exponentes de izquierda y derecha, que tuvieron que juntarse para asegurar la gobernabilidad ante el crecimiento del partido de indignados Movimento 5 Stelle, que cuenta con una cantidad no despreciable de escaños en el parlamento.
 
Tarde, pero llega
La inmunidad parlamentaria salvó a Berlusconi varias veces de comparecer ante los magistrados y fiscales que siempre que husmeaban en los asuntos turbios eran acusados de “comunistas”. Otras veces fue gracias a leyes ad personam aprobadas por el Parlamento, normas hechas a medida para zafar y burlar la frase presente en todos los tribunales italianos ante los imputados: “La ley es igual para todos”.
Sin embargo, en agosto de 2013 la Corte de Casación, el tribunal más alto de Italia, confirmó una sentencia de cuatro años de prisión por evasión fiscal. A través de una cadena de sociedades off-shore, habría evitado facturar la compra de productos audiovisuales para sus canales de televisión.
Este fallo es especialmente importante porque es el primero inapelable, luego de varias suspensiones de procesos, prescripciones y absoluciones. Ni las leyes a medida ni la inmunidad son de mucha ayuda a esta altura ya que la decisión de la Corte de Casación es cosa juzgada. La pena de cuatro años se reduce a uno gracias a un indulto otorgado a todos los delitos cometidos con anterioridad al año 2006 y puede ser descontada en arresto domiciliario o bajo la tutela de alguna institución social debido a la edad del ex premier.
Una ley de 2012 prevé además la prohibición de ocupar cargos electivos para aquellos que hubieran sido condenados por cualquier tipo de delito, aunque los tribunales tienen que decidir acerca de este punto. Asimismo, los títulos honoríficos concedidos por la República (en especial el de Cavaliere –caballero- como se lo conoce en los medios italianos) le podrían ser retirados, así como también su pasaporte ante el riesgo de una eventual fuga. Apenas la gracia concedida por el Presidente de la República podría absolverlo y dejarlo en libertad.
Una justicia a medida
Desde las filas de Berlusconi ya se anunció que o bien se le concede la gracia presidencial, o bien se va nuevamente a elecciones. Su partido puede retirarse del governissimo y hacer entrar al país nuevamente en la ingobernabilidad. También se reclama la reforma de la Justicia, ya que consideran que es el Poder Judicial el que complota contra el Cavaliere y advirtieron sobre el riesgo de guerra civil si no se accediese a sus exigencias. Suena un poco exagerado, pero tampoco se debe olvidar que es capaz de controlar la opinión pública a través de sus medios de comunicación. De hecho, días después del fallo de la Corte de Casación, multitudes de toda Italia se manifestaron en Roma frente a la residencia del ex mandatario para expresarle apoyo. También desplegaron pancartas en Milán, donde el mismo partido fundado por el Cavaliere puso propaganda en la vía pública exigiendo su regreso.
El Presidente de la República, Giorgio Napolitano, está entre la espada y la pared. Cuando se empezó a hablar de la posibilidad de otorgar la gracia expuso que había poco margen para otorgarla, aunque consultó sobre el tema a figuras de todos los partidos integrantes del gobierno. El 15 de agosto, fecha esperada para la resolución de Napolitano, en los cielos de las playas italianas se vieron aviones publicitarios con la frase “Fuerza Silvio, Fuerza Italia”. Finalmente el Presidente no otorgó la gracia en esta ocasión. Asimismo expresó que nunca llegó un pedido oficial del mismo interesado, sino de referentes allegados a él. Respondió también que al tratarse de una sentencia definitiva hace falta cumplirla, independientemente de que se otorgue un indulto o no. Queda entonces abierta la posibilidad de que el sentenciado envíe un pedido oficial y que la Presidencia se vea obligada a decidir nuevamente bajo presión.
Si bien la sentencia de Berlusconi da esperanzas en la Justicia italiana, ahora es el sistema político el que debe defender las instituciones y garantizar la independencia de los tres poderes. Y aunque en esta carrera las instituciones vengan ganando, no está todo dicho todavía. Hasta ahora Berlusconi ha logrado salirse siempre con la suya y todo indica que podría hacerlo también ésta vez. Una persona con un control férreo del sistema de medios, una ansia infinita de poder y dinero, además de valores institucionales desvirtuados, puede aún salvarse. Addio es el saludo que se usa en italiano cuando no se va a ver más a una persona. Pero en este caso, no sabemos si será aplicable.
Juan Mazzoni

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